El diagrama curatorial de Escaleras futuras da entrada al componente antropológico de la muestra. Localizado en el home del proyecto, permite la reubicación de iconos de escaleras que al ser presionados generan un bucle por navegación. Con ello MSD deconstruye el uso habitual de este tipo de procesos apelando a una leve frustración del deseo cuando se trabaja con ellos. A la vez, ilustra el postulado más potente de su investigación: buffering es todo desajuste en el uso de internet que haga pensar en el destino.
Así, MSD emplea uno de los principios de la narración en secuencia para poner al usuarix a ir y venir entre ventanas y entienda por non sequitur que está perdiendo el tiempo y que, de pronto, le gusta. Reconocer esa unidad de media de la vagancia añade una lección de psicología básica: se aprende a odiar la interfaz cuando uno termina por entender que quizá ésta se esté interponiendo entre una orden y su cumplimiento. Como cuando se le mama gallo al jefe (y el jefe se emputa).
De esta manera, se adquiere consciencia de la —me encanta la expresión— muerte de un computador cuando éste aun enciende pero —me encanta la expresión—, no responde y se le insulta; se dice que —me encanta la expresión— internet-está-malo, cuando hay conexión pero ésta es lentísima y se le insulta; se dice que un motor de búsqueda —me encanta la expresión— está escuchando cuando muestra información sobre algo de lo que se estaba hablando inmediatamente antes y se le sigue usando. Sin embargo, MSD no toma los meandros pesimistas de este ciclo de dependencia y prefiere opciones más propositivas.
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Por ejemplo, la de que la interfaz física puede despertar afecto. En el post anterior se mencionó la emoción gris opaca que destilaban algunas de la obras de la muestra. Entre ellas, por ejemplo, Lago de Ximena Díaz. Clasicazo del post-internet colombiano de 2010, que con sus scanners adecuadamente montados al comienzo de la exposición, encendidos para iluminar el entorno a medias, haciendo ruido en simultáneo para no llegar a nada, ofrece dos interesantes ecuaciones mediante barrido de luz.
La primera, concentrada en la fecha de vencimiento de todo ser inteligente: muestra un aparato necesario para convertir un documento físico en digital, añade que dicho objeto era utilizado hasta hacía poco de manera habitual. Sin embargo, al atender al hecho de que la audiencia puede reconocer, o mejor, saber-cómo-era un scanner, la conduce a notar su propio envejecimiento. Vanitas por aparato obsoleto interpuesto.
Su segunda propuesta es la de interpretar el contexto. Aprovechando su título, Díaz refiere a uno de los sectores bogotanos donde se suelen adquirir estos objetos para enlazarlo con la ilusión de movimiento acompasado que ofrecen las lámparas. Por eco visual, rememora el elemento que aún hoy predomina en esa zona. Recuperando la memoria lacustre del centro de comercio introduce una discusión sobre el desastre urbanístico que es la ocupación de territorio de Bogotá y la rapacidad que une a parceladores o vendedores de tierra con distribuidores y revendedores de tecnología que rápidamente entrará en desuso. Díaz lo dice mejor:
«en El Lago conviven distribuidores autorizados que construyeron nuevos centros comerciales especializados, negocios piratas y servicios de reparación profesionales y empíricos que apilan aparatos de piso a techo en locales hundidos, esperando sacarle la última gota de jugo a alguna de sus partes.»
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«La pantalla azul de la muerte (B.S.O.D.) es la pantalla que aparece en el sistema operativo Windows cuando la computadora no puede recuperarse de un error del sistema. En ese momento, la máquina pierde la capacidad de responder los comandos simples para los que fue creada; técnicamente, ya no es útil y comienza a existir por sí misma, lanza protocolos de solución de problemas e intenta alcanzar su propia homeostasis, se convierte en una metamáquina. Este estado de susceptibilidad es homólogo a la existencia orgánica.»
De este modo Angie Rengifo presenta Blue Feeling, obra desarrollada entre 2016 y 2019, con la que profundiza su particular investigación sobre el proceso comunicativo a partir de/entre máquinas, al tiempo que da forma a una singularidad tecnológica de baja intensidad.
¿Qué haría si su computador empezara a desobedecer los comandos que usted le introduce y se pusiera a hablar con otros computadores que dejaron de seguir las mismas órdenes inútiles que otros usuarios les daban («quédese para siempre en Facebook» o «busque VPNs gratuitas para ver todas las series del mundo»)? Desatendiendo el interés que hasta el momento se ha mencionado aquí respecto a las relaciones humanx/máquina o contexto humanx/tecnología, Rengifo va más allá del reflejo condicionado de pánico que cunde entre quienes trabajamos de lleno en alguna plataforma digital cuando comprobamos un fallo tipo B.S.O.D. para poner precisamente ahí su indagación: a esta artista le interesa tomar nota de lo que resultaría del encuentro entre máquinas a partir de un desajuste respecto a su utilidad, pero defraudando a los seguidores del Von Neumann más oscuro. Para ella no se trata de conspiraciones anti-humanidad.
Al contrario, Rengifo imagina/atiende en este trabajo los modos de interacción que aparecen cuando una inteligencia artificial hace contacto con otra y, a diferencia nuestra, sí le presta atención. Como ya se ha dicho, obvia las estridencias paranoicas del hecho, para proponer un valle inquietante no ominoso. Aquí lo importante es construir una narrativa a partir de máquinas interactuando mediante intercambios de palabras sin mayores consecuencias. Una hipótesis que bien podría convertirse en estudio transversal sobre las posibilidades generativas del lenguaje en sistemas cerrados.
Desde esta perspectiva, Rengifo aporta una lectura menos hobbesiana (valga aclarar, poco atenta a la agresividad latente en procesos de contacto aleatorio) y más graeberiana (valga decir, pendiente de la empatía necesaria en/resultante de procesos de contacto aleatorio), al estudio del encuentro entre semejantes. Asunto más que necesario en un momento histórico caracterizado por la proliferación de cualquier tipo de cosmovisiones repelentes al menor atisbo de crítica que, antes que nada, son sólo opinión exacerbada.
Pareciera que Rengifo sigue el acento más optimista de las líricas de Neo VdO («nos dirigimos a una época de comunicaciones simultáneas… postindustrial, postliteraria, postindividualista, postcivilizada, que provocará una nueva confraternidad universal, desideologizada, electrónica, neotribal…»), coincidiendo con el cantante Erik Urano en plantear un futuro donde la cuestión apunte no tanto a la evidencia de que —quizá— sería posible una revolución política que superara al panorama actual, sino que, más bien, lo revolucionario sería dedicarse a conocer mejor el presente. Como reiteraría Urano en otra canción suya «yo-no-huyo-de-Matrix, la reprogramo.»
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Evadiendo el zeitgeist marketinero común, Zoo Anthology de Lucille de Witte, aparece en sala no impresa en plotter tipo valla, sino mediante la acumulación de hojas de papel tamaño carta a color, más video loopeado en pantallita LED. Redundancia de tinta y energía que le da carta de ciudadanía a la labor enciclopédica, postaurática y configuradora de cierta ternura vía streaming que la artista ha venido construyendo desde hace tiempo. Re-pixelando en retícula el fotograma de un video de baja calidad que es en sí mismo sumatoria de pixeles, MSD logró aportarle a la pieza un peso de época, dándole paso a la pregunta por su duración en el tiempo. En breve, «¿cómo se verá Zoo Anthology dentro de 15 años?»
Así mismo, logra que la audiencia se acerque hechizada por un eye candy irrefutable para comenzar a leer mejor el proyecto. Un inventario que reúne formas de activismo anti-especista, imágenes de daño ecosistémico y una constante fascinación por los encuentros interespecie. De hecho, dentro del cuerpo de la exposición, esta obra podría verse como una indagación a otro nivel sobre procesos comunicativos. No tanto en clave máquinas-intentando-amistad de Ximena Rengifo, como de etología comparada: humanos acercándose a animales sin la intención —evidente— de tragárselos.
En realidad, el fotograma elegido para enmarcar la obra saluda con emoción el momentáneo desencuentro entre un delfín condenando a charco profundo de parque de diversiones genérico, echándole muela a manito de niña que se acercó demasiado. Instante decisivo que permite abrigar alguna esperanza para este mundo saturado de desechos humanos. O, recuperando la idea de destino, que siempre es posible volver a empezar: la niña mordida, por ejemplo, reeducando a sus papitos para que no la vuelvan a llevar a esas cámaras de tortura a cielo abierto.
Fotografías:
Ximena Díaz: Laura lmery
Angie Rengifo: Juan Covelli.
Lucille de Witte: Juan Covelli.
MSD (Daniela Gutiérrez, Sebastián Mira)
Escaleras futuras
Galería Santa Fe
12 de septiembre- 18 de octubre, 2020
Bogotá