La bú$queda de lo importante

 

Seguramente, la Ministra de Cultura va a ir a la inauguración de ArtBo. Seguramente, estará junto a la responsable de esa empresa experta en no saber nada pero — para desgracia de su campo artístico—, determinante en el no-rumbo de la producción contemporánea del país. Seguramente, no estará interesada en el evento (lo cual es bueno). Seguramente, se irá pronto (lo cual es malo: no verá por dónde le metió platica su despacho a esa feria privada que nunca entrega cuentas).

Por primera vez en la historia de este precarizador modelo de (anti)negocio, los artistas que participan en ArteCámara recibieron honorarios de $1´300.000 (unos U$260 mal contados). Es decir, si fueron 35 los artistas invitados a razón de $1´300.000, ¡el aporte total fue de ¡$45´500.000, qué alegría! 

¡Al fin, a quienes animan la fiesta de las galerías comerciales que no venden se les reconocerá su trabajo y se les pagará un poquitico más que el salario mínimo! 

#pioresnada 

Sin embargo, lo jarto de esta historia es que sea el Ministerio de Cultura el que subsidie esos pagos. Jarto, porque-es-el-dinero-de-mis-impuestos, más no extraño. O, no tanto. Si alguien se dedica a seguir la historia de tropiezos y desavenencias del Área de Artes de ese ente ministerial y de la Cámara de Comercio de Bogotá contra los artistas de esta ciudad desde la pandemia, verá que se trata de una prístina línea ideológica neoliberal.

Como es bien sabido, durante la gestión de la opaquísima Amalia de Tombo al frente del Área de Artes del Ministerio, esa oficina acolitó campañas de cancelación contra artistas y premios sólidamente posicionados en el país (Edwin Sánchez y el Luis Caballero, respectivamente). Luego, cuando le tocó el turno al más opaco aún, Víctor Manuel Rodríguez —en serio, nadie sabe qué hace—, el lío fue con el Salón Nacional de Artistas: cláusulas de confidencialidad draconianas sobre contratistas que ganaban el mínimo; la improvisación de un curador que nunca había hecho curadurías (José Sanín) para que se encargara de la tarea de desinvitar artistas (Tatyana Zambrano); la defensa en medios de uno de sus funcionarios acosadores de mujeres por parte de su curador en jefe (en ese orden: Juan David Fandiño contra Tatyana Zambrano, Jaime Salón); y el que hasta ahora es el mejor chiste en la gestión cultural nativa en lo que va del año: la meta-curaduría que Rodríguez, Salón y un disminuido Andrés Gaitán (¿seguirá devengando todavía en esa entidad?) le organizaron a María Calumnia Montalvo para que ella lanzara varias campañas de autovictimización y pudiera racializar habitantes originarios como su dios manda.

Por el lado de la Cámara de Comercio sólo hay que recordar que durante el clímax de asesinatos de manifestantes en el reciente Paro Nacional, ésta entidad expresó su postura abraza-tombos, anti-juventud, anti-crítica y anti-protesta social diciendo que paro-sí-pero-no-así.

Ahora bien, si se le cree a Patricia Ariza aquello de que “el cambio social en Colombia será un cambio cultural o no lo será”, ¿por qué una oficina del Estado le enmienda la plana a una feria de arte privada? Es decir, ¿por qué el Área de Artes paga honorarios  a personas que le aportan contenido a esa feria privada? ¿No había sido mejor meterle ese dinero del Estado a un evento organizado por un Área de Artes del Estado (y no por unos gestores raros que lo único que saben de arte es que es una vaina rara para vender cara)? Es más, ¿de qué partida presupuestal salió ese dinero? ¿De los recortes al 46 Salón Nacional de Artistas, quizá? Ojalá no.

Yo le creo a Patricia Ariza. Y también creo que, como el resto del país no artístico, para ella el arte contemporáneo sólo es ArtBo (agradezco esta idea al artista Jorge Sarmiento). Sin embargo, lo que no entiendo es la amabilidad presupuestal de un despacho asociado con el gobierno del Vivir sabroso para que Yo-es-no-entiendo Gaviria siga viviendo ibíd. Mejor dicho ¿Así es como se deroga la Economía naranja?

Una cosa está clara: al contrario de la derechista Cámara de Comercio de Bogotá, el gobierno actual llegó al poder con una agenda pro-juventud, pro-crítica y pro-protesta social, por lo mismo, resulta excéntrico que sea el Ministerio de Cultura de este mismo gobierno el quien apadrine ese San Felipe en Corferias. 

De ir como va, seguramente el otro año el Área de Artes lanzará convocatorias de NFTs que pagará con crypto. O recuperará el Premio Nacional de Crítica, pero con apoyo de la revista Semana. Sin embargo, no nos adelantemos. Por ahora, baste preguntarse ¿a cuánto equivaldrá la cláusula de confidencialidad para los artistas de ArteCámara? Ojalá no lo digan. Les demoran el pago y se la cobran por (extrema) derecha 🙃.

PD: Me gusta Alejandro Martín el curador de ArteCámara, porque cuando dice

«revisando las obras se veía cómo el momento que estábamos viviendo marcaba todos los trabajos. Tanto el contexto de la pandemia como temáticas más amplias que tienen que ver con una suerte de crisis global y de búsqueda de lo importante» 

está como ausente.

Guillermo Vanegas
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