Agüeros, soroches y pintura

Los andinistas y escaladores buscan conscientemente las alturas y a veces las alturas les traen soroche, el mal de altura donde la hipoxia detiene al aventurero y lo hunde en un momentáneo ahogo, un ahogo entre placentero y enfermizo. En esta muestra de Salón Comunal, Néstor Gutiérrez busca deliberadamente, con sus paisajes, tipos de soroche pictórico dentro de un alegórico país plano de la pintura.

El gran paisaje es La Tierra, que fue percibida como amorfa, luego como plana, luego como redonda y hoy es plana en un sentido operativo muy realista. Esta alegoría totalizante (¿totalitaria?) es aplicable a nuestra actual concepción del arte y la pintura. Efectivamente, la vivencia del terreno físico era aguda en los primeros pobladores y tribus: sus cuerpos dependían económicamente de los recorridos y el recorrido modelaba los
cuerpos, las costumbres y la socialización. Con el sedentarismo de las ciudades vino la necesidad de encontrar y enviar bienes. Los viajeros mercantilistas europeos redescubrieron la redondez terráquea (ya había sido probada por Eratóstenes en el siglo 3 a.C.). La adaptación a este modelo físico tridimensional, justificó la primera industrialización y se reemplazó por un modelo plano el día que el Apollo 11 aterrizó en La Luna: la esfericidad del planeta quedó reducida a una foto y los emprendedores económicos buscaron lo pequeño y digital, aplanando La Tierra en el sentido de evitarnos cualquier recorrido y de dejarla de lado, de usarla solo como proveedora material. Nuevamente, con la falta de recorridos físicos, los cuerpos, las costumbres y las relaciones sociales mutaron hasta que sea fundado otro modelo topográfico -que parece será la del doble, la del Ávatar que sale a recorrer las rutas virtuales (1).


En arte, al menos en el pintado, las formas fueron planas, abstractas y simbólicas por milenios. Luego, en la era de los viajes, la perspectiva monocular y las figuras encargadas por los comerciantes redondearon la práctica artística en el sentido de universalizar una epistemología naturalista. En el Alto Modernismo (más o menos en la época de la carrera espacial disputada por rusos y estadounidenses) e imitando la disciplinariedad cientificista, las artes se separaron al tratar de encontrar lo único e inalienable de cada medio: lo exclusivamente pictórico, escultórico, dibujístico, performancístico, fotográfico, videográfico, curatorial, etc. Hoy en día -y desde más o menos 1990 cuando cayó el Muro de Berlín- todo el planeta artístico trata de alejarse de esta utopía esencialista y los artistas han revuelto todo con todo, una manera de oponerse tanto al naturalismo mercantilista como al arte entendido como unicidad de un medio. Esta postura es teóricamente refrescante, aunque algo pueril: su fondo anarquista ha impedido ver sus logros generales. Cobijada en la inalienabilidad de la personalidad, rechaza toda crítica, interpretación abierta o comparación con el pasado o el presente y el resultado es un aplanamiento general del planeta del arte, sostenido hoy casi exclusivamente por el prestigio en redes sociales de personalidades. La proliferación de manieras pseudoartísticas, de caprichos que son simultáneamente parte del perfil mediático del artista, es lo que configura nuestra actualidad plana del arte (2).

Néstor Gutiérrez es un caminante pictórico en el plano planeta del arte actual. Si la pintura fuera un país del planeta plano, en vez de alturas habría depresiones, lugares donde encontrar momentos pictóricos, inéditos o enterrados en la depresión misma. En el planeta plano, los momentos importantes de algunas tradiciones pictóricas pueden absorber al artista o desviarlo hacia otra depresión, desierto, laguna o llanura. Gutiérrez camina el planeta pictórico porque le parece importante el pintar dentro de un mundo del arte plano: es su estrategia vital, simbólica y formal. La mayoría de sus pinturas son paisajes y estos paisajes explotan dos maneras: una «clásica», donde hay un fondo amplio y las figuras están centradas, y otra «modernista» donde fondo y figura se funden en monumentales humedales, incluso si los formatos son pequeños.

En los paisajes clásicos, en Lloviendo y haciendo sol o en El Rumbero por ejemplo, la composición proviene, más que de una foto, de alguna anécdota pintoresca (un ebrio que contrasta con una casa-mural de piedras pintadas por sus dueños o dos jarras mellizas de vidrio en medio de una caminata abrasiva) y la solución de color es suave, apenas mezclando con blanco los colores primarios y secundarios. Pero más que la grata coloración -y los hermosos arbustos de El Rumbero-, las composiciones son luminosas y parece que Gutiérrez hundiera sus pies en la depresión de los Nabis, especialmente en los paisajes arenosos y violáceos de Paul Sérusier. Como algunos de sus contemporáneos, Gutiérrez heredó de los Nabis el quitarse el miedo al diseño (y al arte pictórico) que, a la larga, es el origen de todo, sean universos, pinturas o videojuegos. Para los Nabis (contracción francesa de la palabra hebrea para profeta), el principio no fue el verbo, fue el diseño.

Dentro de los paisajes clásicos encontramos también unos que parecen islas, compuestos en el eje vertical, formadas por bloques de color y pintura aguada, incluso más aplanadas que las anteriores. Estas obras tienen algo de las compactas composiciones de Federico Herrero, pero en estas de Gutiérrez todo es más ligero y el pintar no es una batalla sino un recorrido sabio y tranquilo por tintas frías, aunque nunca se llega a lo melancólico, al archivo opresivo, al contrario, parecen las hijas recién nacidas del planeta pictórico plano.

En cuanto a los paisajes modernistas tipo humedal, Gutiérrez pisa territorios del Expresionismo Abstracto, sobretodo, vía Gorky, de algunos de Kooning de los primeros años 50. Sin embargo, como en toda esta muestra, Gutiérrez evade la dialéctica pictórica no porque le tema, sino porque así es su temperamento y en su placentera caminata por el plano país del planeta pictórico no desea encontrar conflictos formales, solo soroches. En de Kooning las pinturas se pintan, se raspan, se giran y se repintan, acumulando no solo materia sino conflictos irresueltos que parecen no tener final sino después de intensas luchas contrariando las capas aplicadas de óleo blanco y negro. En cambio, en Curubas de Gutiérrez por ejemplo, no hay negro, no hay capas, no hay raspaduras, no hay giros del formato. Más bien, la conexión con de Kooning o Gorgy es solo formal: la apariencia de este tipo de Expresionismo Abstracto se toma como un axioma de diseño para producir un paisaje ligero que, de todas maneras y como en todo diseño destacable, requiere pericia para acomodar todas esas formas dentro del formato sin alterar la monumentalidad.

¿Cuándo llega el soroche en este tranquilo paseo por el país de la pintura del planeta plano? El soroche sería lo conflictivo de este recorrido, pero no afecta las pinturas ya vividas. Llega de varias maneras: la primera en una obra llamada Soroche, más o menos adscrita a los paisajes humedales-modernistas. La segunda es en un gran biombo pintado un poco a la manera cloisonista, donde prima el rojo sangre o carmesí. Cuando ataca el soroche, la presión sanguínea aumenta y la víctima se pone colorada o morada. Contrariamente al resto de la caminata de Gutiérrez, este biombo no ofrece tranquilidad, más bien vértigo y la sensación de que algo se está desfondando, que puede ser la caminata misma. Si bien el haber entrado a diferentes depresiones pictóricas puede quitar algo de oxígeno, parece ser que el tranquilo paseo pictórico mismo es el causante del soroche, o que de repente devino soroche. De lo visible pasamos a lo interno e invisible pero palpable. Tal vez en un planeta plano la fuerza de gravedad se intensifique y el soroche no se pueda detener: comienza con agotamiento y cefalea, sigue con hipertensión y pasa a edema pulmonar y edema cerebral, estas dos últimas causales de muerte en las que, por unos segundos, se experimentan violáceas alucinaciones antes de la desconexión fatal. Los vivos no sabemos si estas alucinaciones son placenteras o terroríficas.

En la muestra de Gutiérrez hay tres piezas que no son del país pictórico plano o que conforman la depresión más profunda de este recorrido: son tres piezas medianas, con amarradijos, que él llama Agüeros. Podrían ser eso: talismanes, brujería de las bellas artes contra el soroche o lo que encontraremos después de los edemas. Kandinsky siempre dijo que la pintura de la era de la Tierra Redonda había que refundarla, para eso inventó una sintaxis plana que debía partir del punto y la línea. Después de los ciclos de amorfismo, planaridad, redondez y de la actual planaridad, es posible que los artistas deban refundar el arte y su alegoría topográfica (que no parece ser la del negocio del Ávatar). Tal vez Gutiérrez, con algunos soroches en el camino, nos está dando pistas de esta refundación, entre pictórica y talismánica.

Notas

 1- Debemos a Thomas Friedmann la idea de la expansión digital como la aplanadora principal. En La Tierra es plana, Friedmann describe y explica los diez aplanadores de nuestro mundo actual: 1-La caída del Muro de Berlín, 2-Nestcape entra en la bolsa, 3-Softwares para trabajar independientemente, 4-Acceso a códigos u Open Source, 5-Contratación de servicios externos u Outsourcing, 6-Traslado de fábricas y maquilación u Offshoring, 7-Cadenas de suministro o Supply Chaining, 8-Involucramiento de los contratistas en las empresas o Insourcing, 9-Libre acceso a la información o Informing y 10-Esteroides o acceso desaforado a adictivos dispositivos electrónicos personales o a aplicaciones de servicios. Véase: Friedmann, Thomas. La Tierra es plana (2005). Madrid: Martínez Roca, 2006.

2- Parafraseando a  Thomas Friedmann, los aplanadores actuales del planeta del arte son: 1-Bienales o Salones institucionales de «arte político» (moralista) contra Ferias privadas de «arte contemplativo» (inmoral); 2-Espacios «independientes» de exhibición ajenos a Bienales y Ferias; 3-Venta digital de arte; 4-NFT o Non Fungible Token, obras de arte digitales pero originales (no confundir con arte digital); 5-Secularización total, sobre el cuerpo de las personas, de los «hallazgos» formales del arte del pasado: los consumidores planetarios son simultáneamente obras de arte andantes, tatuadas, felices,  decoradas y perfiladas en redes sociales; y 6-La duda constante sobre la pertinencia del arte en un planeta plano del arte y en una Tierra también económica y funcionalmente plana.

Fernando Uhía