Black friday adelantado

Es bastante conocida la conclusión del reporte que hizo Hannah Arendt en 1963 tras acudir a las audiencias del juicio a Adolf Eichmann en Israel por haber participado en el asesinato de miles de prisioneros judíos mientras cumplía labores como empleado nazi: para comportarse políticamente en la sociedad del trabajo moderno no caben ni la posibilidad de  pensar con moralidad (“si me pagan, hago lo que sea”), ni de distinguir entre estar ubicado en una estructura institucional y actuar estúpidamente.

Para muchos de sus lectores, la deriva más escalofriante de esta reflexión tenía que ver con el hecho de que, con ese diagnóstico, Arendt le quitó a las atribuladas sociedades modernas la posibilidad de responsabilizar por el comportamiento malévolo de sus miembros a lo sobrenatural o a experiencias místicas desviadas.

Pero en Colombia no ha sucedido así. Un día antes de que se conociera la muerte del manifestante Dylan Cruz a manos de un policía que le disparó a la cabeza con munición ilegal, el comandante de la policía de Bogotá, Hoover Penilla, salió en rueda de prensa junto al lamentable Enrique Peñalosa, para dar unas declaraciones.

En tres ocasiones, adujo que el asunto debía ser visto desde las perspectivas de la familia del asesinado y del asesino: “Lamentamos profundamente la situación, pero pido que entiendan que [el asesino] es una persona que está cumpliendo con una tarea, con un deber y el responde ante toda la sociedad, a la institución y su propia familia.”

Es decir, que el responsable de este hecho lo fue porque era su obligación pero no sabía por qué “le” había pasado eso. Estaba obligado pero ignorante.

Luego, pasó a resaltar la necesidad de que uniformados como éste siempre serán necesarios ante manifestaciones de protesta: “podríamos hacer el experimento de no sacar el Esmad durante las marchas, pero luego escucharíamos a gritos en los medios preguntando dónde está el Esmad y cuestionando por qué nadie responde ante problemas de orden público».

Es decir que la ciudadanía exige la existencia de esta fuerza de choque, aunque acabe con la vida de sus jóvenes manifestantes.

Finalmente, volvió al asunto del lado humano de quien asesinó a Cruz, para hacernos pensar que el asunto no tenía mayor explicación que la emotividad del momento. Que casi era cosa del destino: Dylan murió porque un policía entusiasmado pero armado con balas ilegales, decidió actuar y luego se confundió. O se confundió, decidió actuar y luego se confundió. O se confundió, confundido actuó y terminó más confundido: “cuando a mí ese policía me dice, dentro de su drama, “¡hasta aquí me llegó mi vida, hasta aquí mi familia, hasta aquí mi profesión! Hasta aquí todo lo que él ha proyectado y ha construido… pues lógico que yo no puedo levantar a Dylan de allí, de esa cama donde está en este momento, o de esa sala de cuidados intensivos… pero también tengo que ponerme en los zapatos de esta otra persona. No como comandante, porque no voy a justificar… ni lo voy a hacer. Pero seamos lógicos ante las situaciones…”

Esta muerte reactivó el paro nacional del 21 de noviembre. Tras confirmarse el deceso de Cruz, el reclamo de los manifestantes viró de manera radical hacia exigir la salida del comandante de la policía y experto en psicología de familias (de policía) y la erradicación del ESMAD. Las posturas del ministro de defensa, la ministra de Gobierno y el subpresidente iban del lado contrario. Y siempre que argumentaron su negativa volvieron al tropo de que “el asesino actuó cumpliendo con su deber pero se equivocó sin querer.”

Lo cual lleva a pensar que dejar en manos de lo inefable la muerte de un joven manifestante, refleja el actual desgobierno del país. El pobre asesino está tristísimo, los delegados de presidencia dando declaraciones para atizar el fuego, las pruebas de la agresión acumulándose en redes sociales, la prensa oficialista justificando los desmanes del gobierno. Y mientras tanto, el presidente-guitarrista dando nuevamente la espalda y decretando tres días sin cobro del impuesto sobre las ventas. Para comprarnos el alma en black friday adelantado, quizá.