«La voluntad será siempre corrompida por los memes en los que transita, pero nada nos impide instrumentalizar ese hecho y calibrarlo de cara a los fines que la voluntad desea»
Laboria Cubonics, Manifiesto Xenofeminista (1)
La entrevista que realizara a Ospina el periodista Eduardo Arias y que se mencionó en el texto anterior como cuarto recurso de la exposición pasaba por explicar la escala de las piezas figurativas para introducir lo que realmente interesaba al artista: ventilar en prensa generalista el fetiche del circulante como unidad de medida de la producción en el campo artístico. (2) Esta cuestión (que suele saldarse con la lapidaria: «si salió cara es porque esa obra realmente es buena»), en el contexto de Venta de una pintura abstracta incorporaba la invitación a simular un encuentro tipo ciencia ficción reciente: artista colombiano y economista alemán se encuentran en una exposición convertida en máquina del tiempo: Lucas Ospina hablando con el Marx de «Salario, precio y ganancia», intentando complejizar la contradicción de imaginar una economía política del mercado del arte colombiano desde una galería comercial bogotana. (3)
Por dos razones. El texto de 1865 incluye gemas del talante de «lo que hay que hacer no es discurrir acerca de lo que quiere [el capitalista], sino investigar su poder, los límites de ese poder y el carácter de estos límites» (que yo adaptaría a: «lo que debe hacer el artista no es discurrir acerca de lo que quiere el galerista, sino investigar su poder, los límites de ese poder y el carácter de estos límites.») Y porque resulta divertido pensar ese encuentro en los intervalos de la discusión que mantuviera el alemán con John Weston por su híperreaccionario argumento de que si se suben los salarios de los trabajadores se arruinan los jefes.
Pensemos que el economista estaba seco de mostrarle al tacaño su ibíd., y quería hablar de otra cosa. Abandonaba el recinto donde estaban discutiendo y salía a fumar. Ese día había dejado el tabaco en casa. Molesto por la situación no se dio cuenta de que había entrado al cuarto de espejos con puerta de servicio por-donde-siempre—entra-el-artista y al que Ospina estaba a punto de llegar. Un milisegundo después atónito Marx encandilado desde varios ángulos por una descarga lumínica. Luego, saludado por un hombre que se le acercaba. La estancia, alfombrada con una felpa hedionda —estilo ArtBo 2023—, testificando el encuentro del rolo y el treviriano. Ospina, medianamente confiado en un inglés aherrojado por años de docencia en español, dijo: «un artista pinta una obra y alguien la compra, es como imprimir dinero». Captada inmediatamente su atención, Marx respondió:
«Las relaciones entre la oferta y la demanda de trabajo se hallan sujetas a constantes fluctuaciones, y con ellas fluctúan los precios del trabajo en el mercado. Si la demanda excede la oferta, suben los salarios; si la oferta rebasa a la demanda, los salarios bajan, aunque en tales circunstancias pueda ser necesario comprobar el verdadero estado de la demanda y la oferta, v. gr., por medio de una huelga o por otro procedimiento cualquiera.»
El artista, que sabía de la disputa que mantenía el hombre, entendió que contaba con. poco tiempo (y seguro la máquina le iba a fallar o al caballero le entraría el afán). Sin preámbulo replicó, menos en términos de ensayar una «huelga [u] otro procedimiento cualquiera», como de verificar «el verdadero estado de la demanda y la oferta» en un contexto específico. Propuso tres casos hipotéticos de pilatunas tributarias en una excolonia española, caracterizadas por sendas prácticas de ética mercantil autóctona: inventarios turbios y compra-ventas abstractas.
Empezó con una anécdota que todos los integrantes del campo artístico aprendemos en primer semestre y que, por deleitosa hay que leer en extenso:
«cuando entramos a Colombia y traemos más de 10.000 dólares los tenemos que declarar. Se puede entrar una obra de arte avaluada en 30.000 dólares y nadie la va a mirar con lupa para ver cuánto cuesta. Alguien acá puede recibir esa obra de arte y pagarle a usted en efectivo. Es decir, es como un cheque al portador que puede atravesar fronteras. En una subasta usted puede ayudar a subirle el costo a su propia colección. A través de testaferros y de vendedores secretos usted puede sugerirle el precio a su propia colección. Después usted puede obtener un préstamo respaldado con ese colateral y ese préstamo puede ser para otras cosas. Puede ser para construcción, para un negocio en el cual usted nunca se ha metido, pero usted le dice al banco: “Tengo esta colección de arte que cuesta esto”. Es todo un tinglado.»
Marx se quedó mirándolo un poco como Eduardo Arias y, un poco como Eduardo Arias, dijo: «a mí “no se me hubiera ocurrido, la verdad”».
Lo que aprovechó el artista para seguirse autocitando. Reforzó su descripción del boccato di cardinale para desfalcadores entendiendo que lo separaban del alemán dos formas de entender la creación de riqueza inmaterial. Quería aterrizar la cuestión de la inequidad en la distribución de ganancias leyendo un mercado de arte narcotizado. El otro, en cambio, insistía en desvirtuar la idea de que «los precios de las mercancías se determinan o regulan por los salarios». Por eso sintió ternura cuando lo oyó preguntarse «¿por qué se da una determinada suma de dinero por una determinada cantidad de trabajo?», para responder
«si queremos investigar el carácter de este valor, no tenemos que preocuparnos de los efectos transitorios que la oferta y la demanda ejercen sobre los precios del mercado. Otro tanto cabría decir de los salarios y de los precios de todas las demás mercancías.»
Acostumbrado a los baños de realidad, Ospina pasó a explicarle la colombianísima categoría de Confianza inversionista: hay un país con una economía corrupta y gente dispuesta a sacar provecho. Hay personas tan extrañas como «dos coleccionistas que compran barato, elevan el precio en una subasta y donan esa obra con ese precio elevado al museo del cual son “Amigos del Museo”», se consiguen «unos contadores y un fondo de inversión que hace eso a gran escala». Pasan el tiempo aburriéndose, pero siempre sonríen «cada año [cuando los llaman a] recibir unos buenos bonos por su filantropía.»
El terreno estaba servido para una última dosis de realismo mágico. Sin solución de continuidad, pasó a contar la estrategia de un colega despabilado que aprovechó la tontería de nuestra administración cultural en un intento por restarle toxicidad a la avaricia de su hijo preso: Fernado Botero papá donó parte de su colección al Banco de la República y «de pronto nos olvidamos totalmente del Fernando Botero Zea del Proceso 8.000 y nos quedamos hablando de Botero el gran filántropo». Con ello, se quitó de encima varios pesos muertos: los de «230 obras de su autoría que no son las mejores», a las que todos pagamos conservación, seguros y bodegaje en una casa que (de verdad) merecía un mejor destino.
Marx, a punto de saltársele las lágrimas (de la ira): «si una persona toma vuestro dinero y luego os lo devuelve comprándoos vuestras mercancías, nunca os haréis ricos, por muy caras que se las vendáis. Esta clase de negocios podrá reducir una pérdida, pero jamás contribuir a obtener una ganancia.»
Ospina, dándole la razón: «si uno saca del mercado 230 obras que circulan y certifica que nunca más van a volver a circular, ¿qué pasa con las que continúan circulando? No creo que haga falta ser un gran economista para conocer las fluctuaciones entre oferta y demanda y que si uno acorta la oferta el precio de la demanda crece.»
La imagen del artista empezó a titilar (se acabaron las pilas de la máquina), alzó la mano para despedirse. No alcanzó. Retornó a Bogotá.
«El momento clave del marxismo, cuando los medios de opresión todavía tenían una identidad clara y la vía de resistencia era unilineal, desapareció en el vacío del escepticismo.»
Critical Art Ensemble (4)
Ya antes, Ospina se había inclinado por las pinturas cuadradas, aunque no tan grandes. Y en esta exposición su interés por la mancha era el mismo de quienes integran esa genealogía que pinta para pensar y en el proceso se descubre mirando con atención. Voyeuristas de las manchas. Detectives que fabrican huellas para perderse por sus propios caminos. «Haikus pictóricos», los llama. Que en esta ocasión, corrieron el peligro de alterarse a consecuencia del resultado final: al aumentar las dimensiones del cuadro el artista podría estar firmando un manifiesto. Y eso le fastidiaba un poco. Por eso, aun resacoso a causa del abrupto cambio temporal, recordó con alegría su decisión por la monocromía con variaciones. Riendo por lo bajo pensaba en quien la comprara sin confirmar si había escogido el color con base en el de los uniformes de penitenciarías donde no terminan los ladrones de cuello blanco. Tarareó satisfecho la teoría del color que le propusiera a Arias (todavía sorprendido de que la revista hubiera publicado el listado completo). Por esa vía quizá alguien se interesara en pintar o en visitar los referentes destacados:
«… también me interesaba algo que mencionaba Antonio Roda y que le enseñó también a Beatriz González y a Lorenzo Jaramillo. Roda decía que todos esos gestos que hacen los pintores son para los pintores. Exigen una mirada casi microscópica. Ver que debajo de un color hay otro. Ver que el óleo se sigue secando. Ver las cerdas del pincel. Ver la tela cruda y con la mancha del aceite de linaza, así como toda esa cocina menor de detalles sutiles pero que a veces hacen que cuando usted vea una pintura tenga que mirarla de lejos pero también de cerca porque es un festival de afectos pictóricos y de gestos pictóricos que sólo se pueden dar en la pintura.»
Juan Mejía, artista a quien hace más falta leer más sus ciudadosas críticas sobre exposiciones y pifias del ornato bogotano, decía hacia finales de 2019 respecto a las hermanas mayores de esta obra que, cuando pintaba, Ospina se esforzaba jugando a quitarles literatura. A diferencia de lo que suele hacer con dibujos, collages y textos, aquí ensayaba «manchas de colores, que a veces ni alcanzan a volverse forma.» Y en su descripción de los procedimientos del pintor pareciera hablarnos de un puntillista con reloj en mano, pendiente del secado de la materia, calculando tiempos para poner pigmentos juntos y encima, luego acompañándolos de manchas aplicadas con objetos. Y vuelta a empezar, acumulando «cuadros cuadrados, pequeños, directamente sobre la tela. Dejando un margencito, aplica[ndo], cubr[i]e[ndo], raya[ndo] y pon[i]e[ndo] manchoncitos redondos, manchoncitos ovalados. Varias bolitas esta vez.» (5) Ejercicio de meditación por capas que le quitaba atención a la productividad o al que poco importaría saberse capturado por la lógica de intercambio. Necedad económica convertida en constatación:
«a los artistas no hay que envidiarles su libertad, que no la tienen, o la imaginación, que todos tenemos, o su fama, un triunfo pasajero, sino su poder para estar a solas, su traición a lo social, las robinsonadas que acometen cuando habitan el islote solitario del lenguaje.» (6)
O de la pintura.
Notas
1.- Laboria Cubonics, «Xenofeminismo: una política por la alienación», en Armen Avanessian y Marco Reis (comps.) Aceleracionismo. Estrategias para una transición hacia el postcapitalismo. Caja Negra Editora. Buenos Aires, 2017.
2.- Eduardo Arias, «“Un artista pinta una obra, alguien la compra y eso es como imprimir dinero”: Lucas Ospina», Cambio, 29 de septiembre de 2023. Disponible en: https://cambiocolombia.com/cultura/un-artista-pinta-una-obra-alguien-la-compra-y-eso-es-como-imprimir-dinero-lucas-ospina. De indicarse lo contario, todas las citas de Ospina procederán de esta fuente.
3.- Que se debe leer en la edición de Eleanor Marx. Disponible en: https://www.marxists.org/archive/marx/works/download/pdf/value-price-profit.pdf. De indicarse lo contario, todas las citas de Marx procederán de esta fuente.
4.- Critical Art Ensemble, «Poder nómada y resistencia cultural», en Federico Fernández Giordano (ed.), Cíborgs, zombis y quimeras. La cibercultura y las cibervanguardias. Holobionte ediciones. Barcelona, 2020, pág. 105.
5-. Juan Mejía. 24 pinturas. SN Macarena. Disponible en: https://latoneriaypintura.co/2019/09/18/24-pinturas/
6.-Lucas Ospina, «La vida social del arte», en Venta de una pintura abstracta. Disponible en: https://latoneriaypintura.co/2023/08/27/venta-de-una-pintura-abstracta/
Lucas Ospina
Venta de una obra abstracta
Galería El Museo
31 de septiembre – 27 de octubre
Bogotá.