«Dios no existe, se retira, se va a la mierda y deja a cargo a la policía.»
Antonin Artaud
O a Papá Noel, da igual.
Somátika, exposición que realizara el artista Alfonso Ordóñez Nieto con curaduría de Santiago Rueda en el eficaz proyecto expositivo de reciente aparición conocido como El Taller (1), entre marzo y abril de este año, logró recuperar lo primero que desapareció de los eventos artísticos bogotanos postpandémicos: expectativa. Desde antes de su inauguración, la construcción de relatos alrededor de lo que habría de suceder resultó fundamental. O hipersticional, para los amigos: «que va a haber una moto prendida dentro de la galería» (y ahí uno imaginaba vehículo de rappitendero llenando de monóxido el lugar —o incendiándose—), «que va a abrir con un concierto» (y ahí, de nuevo, a pensar dónde habrían de caber instrumentos, equipos, parafernalia y gente en una sala de exposiciones del tamaño de un microapartamento rolo, «que el hombre es como un Paul McCarthy facatativeño» (y ahí uno pasaba a preguntar si procedía de la maquila de la educación superior o si era autodidacta. Nadie afirmaba, ni negaba). ¡Demasiadas sorpresas!
Luego evitó lo segundo que ha proliferado en el campo artístico bogotano postpandémico: decepcionar. Y lo que le costó no hacerlo: el día de la apertura llovió (y esto, para quien habita ciudad modernizada a la maldita sea significa: accidentes de todo) por lo que debió tomar decisiones rápidas junto con las personas encargadas de la logística de la exhibición. Si bien ya habían descartado la idea de subir la moto tres pisos hasta la galería (demasiado dispendioso) y activarla (demasiado Escape from Sobibor), no habían dejado de pensar en la posibilidad de usarla en el espacio púbico anejo al lugar. Pero el andén del edificio donde funcionaba la galería era tan, pero tan, pero tan estrecho que dejarla ahí sería motivo de (más) agresiones entre peatones. Fuera moto.
Dentro concierto. Ordóñez ha configurado un personaje con el cual traduce sus preocupaciones sobre la configuración de la sociedad contemporánea desde una perspectiva letrada y geográficamente concentrada: AlfonsoAguasNegras se mueve por las hermosas planicies que rodean a Bogotá leyendo libros de las editoriales Caja Negra, Holobionte y Materia Oscura, maquillado de cantante de Mayhem, con bermudas y chaleco ovejero de jean azul claro generación 80´s. Un alter ego cuya etimología proviene del chiste anti-bebida gaseosa imperialista que estuvo en boga en la Colombia de finales de la década de 1990.
Escampando acumuláronse personas en el pequeño espacio para ponerse delante de don Aguas, ataviado con el consabido disfraz y chancletas, camiseta de la más reciente —y repugnante— campaña política del —repugnante— candidato pseudopresidencial del —repugnante— narcopartido Centro Democrático, capa de Superman rota, casco de moto ibíd. y dos cajas de pizza a domicilio. Estaba de pie, junto a una de las esculturas más inquietantes en lo que va del año (cascos de motociclista usados, botados en una esquina —algunos gravemente perforados—, atravesados por una manguera de luz fucsia que cual sonda intestinal los recorría, valga la expresión, de cabo a rabo, ubicados como si se tratara de los detritos de una batalla entre domiciliarios recientemente acaecida, a la espera de un alma caritativa que supiera contar para perfeccionar las cifras de bajas), mirando hacia la cabeza de un Papá Noel pintado sobre una tabla puerca de formato más o menos oficio, que sonreía con un labio inferior carnoso y emergía de las profundidades de un fondo texturado en mugre, observando entre trabado, enfermo, trasnochado, llevado y jincho, con una barba que ocultaba su cuello como las secciones inferiores de las esculturas barrocas de las vírgenes-montaña americanas (2) y que, detalle Sci-Fi, había perdido su ojo izquierdo para mostrar en la cuenca un bombillo rojo à la Terminator.
Luego, le hablaba a un micrófono conectado a una consola que distorsionaba su voz, saludaba e invitaba al despiporre: «¡Bueno chicos! (bis) ¡A soplar! ¡A soplar! ¡A soplar!», mientras el artista sonoro Mal.gama (Sebastián V Losa Lera) ponía a sonar el éxito trance de William Orbit, Barber´s Adagio For Strings. Más adelante, desgranaba citas de los libros editados por las casas ya mencionadas donde se destacaban, respectivamente, autores devenidos en personajes de sus propias vidas —y muerte— como Nick Land y Mark Fisher:
«Al sobrepasar inevitablemente todos los intentos del “sistema de seguridad humano” para controlarlo, el capital emerge como la auténtica fuerza revolucionaria capaz de someter todo, incluyendo las estructuras de la llamada realidad a un proceso cabal (3) de licuefacción.»
Nick Land, Colapso
«Ser anticapitalista equivale a ser un anarcohippie primitivo.»
Mark Fisher, Deseo PostCapitalista
«Neo-China llega desde el futuro.
«Las drogas hipersintéticas se acoplan al vudú digital.
«Retroenfermedad.
«Nanoespasmo.»
Nick Land, Colapso
«“son el capitalismo y la globalización los que produjeron las ropas que usan los que protestan, las carpas en las que duermen, la comida que comen, los teléfonos en sus bolsillos y las redes sociales que usan para organizarse.”»
Mark Fisher, Deseo PostCapitalista
El desconcierto era necesario. E inevitable. No sabíamos si mirar al caballero, discernir lo que decía en medio de la reverberación o acercarnos a las obras. De hecho, era imprescindible recurso de un performance donde la idea era hacernos notar que el esfuerzo de Ordoñez era acudir a la mezcla —en el sentido de la producción musical— de cinco capas de sentido (texto, voz, distorsión, disfraz y escenografía), para hablarnos de nuestra vida psíquica actual. O, mejor, del mierdero que armamos en nuestras cabezas cuando tratamos de estratificar, por lo menos, cinco capas de realidad: la presencial, la fisiológica, la relacional, la digital y la ideológica. O de cómo nos cuesta prestarle atención a una sola cosa (y nos deprimimos), o cómo aprendemos a entender nuestra participación en el mercado extractivista global (y nos deprimimos), o cómo no podemos escoger algo cuando al fin tenemos dinero para comprar (y nos deprimimos), o cómo no tenemos dinero.
*
Dos notas sobre la formación de Alfonso Ordóñez. Cuando dije que nadie sabía cómo responder a la pregunta por su procedencia profesional, me refería a que quienes trataban de darle forma a ese hecho no sabían poner el límite entre su educación y lo que hace para comer. Estudió artes plásticas y visuales en la Academia Superior de Artes de Bogotá pero también es escultor de escenografías para marketing y fiestas populares. En su vida cotidiana anuda especialización en saberes técnicos y conceptuales con la respuesta funcional a contratos donde pone su creatividad al servicio de terceros. Como en un taller medieval y postmoderno a la vez, ofrece labor manual territorializada a clientes con necesidades desterritorializadas. Diseña y elabora objetos hipertrofiados en materiales perecederos para contribuir a la venta de productos presentados en espectáculos de música, baile e imagen; o compite con colegas en la elaboración de carrozas para desfiles y reinados de pueblo. Tanto le toca tallar una Mirabel Madrigal en icopor como un retrato de Diomedes Díaz en papel maché. Y una vez concluidos los eventos muchas de esas representaciones vuelven a donde fueron originalmente producidas, para acompañarlo como los espectros del capitalismo que son. Hauntología de centro comercial.
Lo otro tiene que ver con la manera como ha dirigido la cualificación de su propio consumo cultural con cierta filosofía contemporánea neoracionalista o realista especulativa. Cuando lo escucho hablar no dejo de imaginarme cómo sería un encuentro suyo con alguien como Reza Negarestani, por ejemplo. ¿Qué saldría de esa explosión de referentes low brow, satanismo epistemológico e hipótesis sobre la realidad presente?
Lo mismo con el aceleracionismo. Más que intentar la inmersión academizada en una corriente de pensamiento que ha empezado a reemplazar al postmodernismo y al postestructuralismo, lo hace jugando al DJ cultural que postulara el pintor Fernando Uhía en varios de sus más lúcidos textos.(4) Ordóñez es de aquellos consumidores culturales que refutan la idea de la asimilación pasiva de todo lo que sale de la industria mainstream y/o alternativa. Geek en toda regla que hace productivo el visionado de ficciones como la escucha de álbums musicales o la lectura de reseñas críticas sobre cine o música contemporánea. Y lo hace evitando el lugar común del arribismo clasemediero que descalifica socialmente por esa-música-que-escuchas. Cuestión nada despreciable en alguien proveniente de la generación protohyspter, experta en hablar de sus descubrimientos sin evitar la actitudsita cula de suponer superioridad moral por ese hecho. Todo lo contrario, él lo hace para entablar conversación. Mucha conversación.
Notas
1.- Ni muy grande —para perecer por insostenible—, ni muy casahoffmannesco* —para distraerse en autopromoción (descuidando las exposiciones), ni ansioso por lavar dinero —para desaparecer por inestabilidad monetaria (o bajo amenaza), El Taller es dirigido por la artista Sandra Teresa Castro, junto con el museólogo Sergio Jiménez y la producción de Alejandro Peralta. Antes operó en un apartaestudio de la Cra. 5ta. con Calle 18, ahora está en la Calle 20 con 5ta.
* Dícese del modelo de (pésima) curaduría y (débil) (auto)gestión de una galería cuyo dueño vive descrestando a punta de apellido no castizo.
2.- Una virgen-montaña es una imagen de devoción nativa que representa a una mujer joven de rasgos caucásicos y, en ocasiones, piel morena, cubierta por un manto deformado hasta parecer una elevación montañosa. En los casos más notorios se funden cuerpo humano y accidente orográfico hasta que la cabeza de la dama pareciera emerger de una cima cubierta de caminos, arbustos y peregrinos (me refiero a la pintura La Virgen del Cerro, anónimo potosino que reposa en el Museo Casa de Moneda de esa misma ciudad). Sobre este tema vale muchísimo la pena revisar Milagrosas imágenes marianas en el Nuevo Reino de Granada, de la historiadora Olga Acosta (Fráncfort, Madrid: Iberoamericana-Vervuert, 2011) y varios de los artículos que ha dedicado al asunto de la devoción católico-amerindia y sus imágenes.
3.- No hay que dejar pasar las resonancias mortíferas del apellido Cabal en esta frase, en este país, en el panorama político local tras la llegada de Francia Márquez y Gustavo Petro al solio presidencial. Tanto por las opiniones que vive escupiendo su boquisuelta representante en el senado (véase: Redacción Cambio, «¿Un presidente puede ser defenestrado? [María Fernanda] Cabal dice que sí», Revista Cambio, 12 de mayo de 2023); junto a su hijo abrazatombos que no prestó servicio militar y se esfuerza por superar en idiotez a su mantenedora (véase: Santiago Neira, «El hijo de María Fernanda Cabal le respondió a Uribe: “Petro fue y en su alma sigue siendo un guerrillero”», 26 de febrero de 2023) y su esposo (que suena más bífido mientras más mantenido es por el Estado colombiano —ahora bajo la forma de feria del latifundio ajeno (robado a campesinos masacre mediante)— (véase: FEDEGAN, «¿Por qué vender tierras al gobierno [de Gustavo Petro]? José Félix Lafaurie Rivera», 12 de octubre de 2022). La mejor familia presidencial que podrá tener el país después del mandato de la Potencia mundial de la vida. Con esta gleba, de nuevo, «Colombia, potencia mundial de la muerte».
4.- Consagrado en sus Technoesmaltes (puertas de casa de interés social pintadas por escurrimiento) y por haber ganado la, quizá, mejor versión del Premio Luis Caballero con una instalación de grabadoras y lámparas chinas (Masa crítica, 2007), Uhía es autor de escritos que abarcan desde la historia de géneros de música popular como lo mejor del arte criollo del siglo XX (véase el fascinante «Raspa: el arte colombiano de las décadas vulnerables», revista A*terisco #9, Bogotá, 2010), su mezcla de historia de arte contemporáneo, teoría política e industria cultural («¿Duchamp como Rosa Luxemburgo o Duchamp como Shakira?», NQS, Sin número, s.f.), o su análisis de las esculturas de Eduardo Ramírez Villamizar (y Edgar Negret) (mal)tratadas como ovnicitos por alcaldías impopulares («Astronaves barrocas», revista Horas #10, Bogotá, 2004). En ellos promueve la idea de que para entender la cultura contemporánea sirve más la apropiación desprejuiciada de fragmentos que la especialización en nichos temáticos, tal como hacían los DJs de las fiestas dosmileras.
Alfonso Ordóñez Nieto
Somátika (curaduría: Santiago Rueda)
El Taller
17 de marzo – 15 de abril
Bogotá