A muchos de quienes entrevisté para este artículo se les sembró bien profundo la duda cuando supieron que María Wills había salido expelida de la Unidad de Artes y otras Colecciones del Banco de la República. Y no era para menos, su sorpresa tenía tres razones de ser: la mujer zafó ipso facto; jamás aclaró si se fue o la fueron; lo hizo poco después de inaugurar «su» —la expresión es de ella— exposición. Lo bueno es que su retiro permite que (al fin) llegue a esa oficina alguien que sí sabe de curaduría e historia del arte: el uniandino Nicolás Gómez Echeverri, que recupera silla luego de un periplo colombolatinoamericano —MAC Lima (2018-2023), Jefe de Curaduría de Museos de arte del Banco de la República (2014-2018), Museo de Arte Moderno La Tertulia (2012-2014), Fundación Gilberto Alzate Avendaño (2008). Si bien ese retorno trae aparejada la idea de que cuando de nombramientos se trata, a la dirección del Banco no es que le sobre imaginación (a una la improvisaron como curadora, siendo sólo una abogada organizadora de eventos; al otro lo re-reclutaron a la fija, sin buscar más entre la población de los jefes —javerianos y/o uniandinos que volvieron con doctorado y cero expectativas laborales—), todo el mundo coincide en que ese nombramiento significará (al fin) la sustitución del amiguismo curatorial explícito por la investigación seria y prolongada en esa entidad. Y que a pesar de cargar con la emoción de lo ya conocido, no deja de hacernos pensar que (al fin) llegó alguien encargado de sacarla de la lasitud work-in-progress que la aqueja hace años. Alguien que (al fin) podrá responder preguntas hondamente arraigadas en el imaginario popular: ¿qué tiene el Banco contra los artistas jóvenes? ¿Por qué los arrinconó en El Parqueadero? ¿Por qué le dio la espalda a los curadores jóvenes? ¿Por qué no continúa una línea de trabajo comprometida con exposiciones internacionales que realmente valgan la pena y deja de pendejear con muestras basadas exclusivamente en el secundario? Etc.
A estas cuestiones se suman otras respecto a los artistas colombianos adultos mayores no muertos: parte de Beatriz González, ¿por qué no se dedican más exposiciones simultáneas en cada una de las partículas de la Luis Ángel, El Parqueadero y el Museo de Artes del Banco, a artistas del mismo grupo etario de la dama (que no trabajen con Casas Riegner)?
O sobre sus exposiciones periódicas: ¿para cuándo la institucionalización en serio de Imagen Regional? ¿finalmente van a dejar en el limbo de las buenas ideas a Nuevos Nombres? ¿Es verdad que en esa Unidad piensan que es absolutamente imposible superar nivel de los anticuados ciclos curatoriales poncezco-roquescos?
Hay quien comenta que los problemas de esta entidad tienen que ver con que sus «mecanismos de participación [o] invitación [suelen ser] porosos [y] misteriosos». Lo que ha terminado implantando la idea de que quienes son invitados a alguna esporadiquísima exposición allí dependen de azares insondables. Feo, ¿no? Sobre todo porque esa ausencia de metodologías —reglas del juego, dirían en la Contraloría General o en Recursos Internos— endilga a los productores de base la irresolución postraumática de esa Unidad una vez fue lastrada con una recua de Boteros malos. A Gómez le corresponderá revisar las políticas de exhibición e itinerancia de su oficina, y tomar decisiones. Por ejemplo, la de decidir su compromiso con el rumbo de la historia del arte local, o su diálogo con asuntos de indagación curatorial de avanzada o si recuperará su rol en el devenir del arte contemporáneo local. Traducción: ¿si va a seguir siendo ni el Museo Nacional ni el MAM rolo?, ¿si generará una programación sostenida de curadurías propias responsables?, ¿si publicará boletines públicos para enterarnos de sus adquisiciones anuales?
Con lo primero no hay lío. Si decide que es él y no Beatriz González la Jefa de la Unidad, le quedará fácil. Se trata de dar pasos prudentes y el hombre, cuando le ha tocado, los ha dado, mientras lo han dejado.
Con lo segundo, le corresponderá definir si la oficina a su cargo quiere atender las transformaciones más recientes de la investigación curatorial. A vuelo de pájaro: ha habido por lo menos dos cambios de paradigma en esta disciplina antes de la pandemia (la revolución historiográfica feminista y la preocupación por el futuro de la especie humana en el planeta) y otros dos después (la crisis de salud mental y la asunción de las lógicas de producción/interpretación no binaria de la realidad), si percibe esas transformaciones ¿se le medirá Gómez a anular el margen de acción de la Asociación de Amigos del Banco para que no siga destruyendo la Cátedra Internacional de Arte y aproveche para revivir ese muerto con un ciclo de conferencias sobre procesos curatoriales de vanguardia? ¿Nos evitará la vergüenza ajena de ver eventos programados con invitados que ni idea, diseño gráfico horrible y sesiones donde no va nadie porque nadie sabe de qué carajos trata nada?
Con ello ganaría espacio para mostrar algunos de los importantes aportes que ha hecho esa misma Unidad en tiempos recientes y que por (inseguridad absoluta de su saliente dirección) nadie ha promocionado en propiedad. Entre ellas la propuesta curatorial no instrumentalizadora de artistas racializados que fue la Imagen Regional de pandemia. Con unos resultados que pueden apreciarse aún, este importante ejemplo de producción de pertinencia en tiempo real frente a un alarmante ciclo de necesidades que atacó al campo artístico de improviso aun no ha sido estudiado a profundidad. Toca. Y en público. Y desde el Banco. Y en contraste con procesos adelantados por otras dependencias de la entidad. Si se transmite esa indagación otras sedes seguramente encontrarán iniciativas que merezcan algo más que un viajecito del Jefe rolo + selfie en su red social preferida como premio de consolación. Si se les escucha y promueve, si agentes externos decentes y no locales las conocen para que aprendan de ellas, seguro cada sucursal del Banco entenderá que la gestión de espacios no es sólo la talleritis aguda.
Desde Wills esa Unidad ni quita ni pone. «Carencia de orientación intelectual», fue la fórmula que utilizaron quienes señalaron ese punto para describir su renuencia a contactar a los productores de conocimiento del sector (por miedo a que le hicieran sombra) y/o las facultades más activas del país (por ignorancia de lo que sucede en ellas, o mejor, de cuáles son). Y yo complemento: fabulosa una colectiva en el Museo del Banco que diera cuenta de lo que viene sucediendo en la Facultad de Artes de la Universidad del Tolima o en la ASAB, que es donde realmente están pasando cosas. O, frente a la crisis infraestructural que viene afectando a todos los que no operan en Medellín o Cali, qué linda una exposición que integre colecciones de varios museos del país. O qué increíble sería que el Banco organizara muestras resultado de poderosas convocatorias públicas. ¿Se imaginan una Unidad de Artes dialogando en serio —no simulando que presta atención— con grupos de investigadores para que propongan diálogos transparentes con su (tu, mi) colección?
Sobre el coleccionismo del Banco: valdría la pena que la Unidad de Artes sobreactuara mediáticamente la institucionalización anual de esa muestra que a veces hacen y a veces no para saber qué obras compraron, por cuánto y porqué a las mismas galerías. O si las adquirieron después de la primera o la quinta oferta. Con eso debilitarían cuatro taras que rodean esta parte de la operación de la entidad:
1.- A los artistas que les compran no les explican la razón de esa decisión (opacidad curatorial).
2.- Al público de esa Unidad jamás se le ha permitido saber oficialmente cuánto y cuándo les pagaron a los artistas que les compraron.
3.- Todos los miembros del campo artístico colombiano hemos asumido la imposibilidad ontológica de conocer los gastos en que incurre esta entidad (que sostenemos tu y yo con nuestros impuestos). Y que si preguntamos terminamos cancelados.
4.- Derivada de ella, persiste la tendencia a minusvalorar compases éticos increíbles como el de, por ejemplo, tener galeristas activos haciendo parte de su Junta de adquisiciones.
Por último, todo sabemos que funcionario que se va deja la cerca levantada. En este caso, valdría la pena escuchar a Gómez comentando sus proyectos de empalme, las propuestas por las que lo eligieron —seguro son impresionantes— y cómo va a comenzar a definirlas. Sería bonito ver de nuevo las salas del Banco florecer.
*Como en la de bienvenida a Sarria: ésta carta se redactó con el apoyo y sugerencias de distintos miembros del campo artístico local activos a marzo de 2024. Sin embargo, la demora en su publicación obedeció a tres circunstancias:
-El elevadísimo nivel de cautela de los encuestados para confirmar su desacuerdo con la reciente gestión de María Wills frente a la Unidad de Artes del Banco de la República. Para que nos entendamos: siempre que estaban a punto de críticar su flojo legado, miraban a lado y lado (temerosos que alguien los hubiera escuchado). Entonces, jugábamos a Todos los hombres del presidente («voy a contar hasta 10, ¿de acuerdo? Si hay alguna razón por la que deberíamos esperar a publicar la historia, cuelgue antes de que llegue a 10. Si la historia es correcta, no cuelgue. ¿Todo bien?») Jamás respondían.
-La ejecución presupuestal del Banco en el área de artes y más específicamente en su colección. Para que nos entendamos: aunque ineficaz a largo plazo, existe una omertá entre galerías, curadores y artistas, que reconoce la del Banco como la cartera de inversión más robusta del arte contemporáneo colombiano y por lo mismo, cuando critican su manejo, lo hacen de dientes para dentro. Y se atoran.
-Aunque Wills hizo pública or canales no oficiales su salida del Banco de la República el 26 de enero, seguía saliendo en las fotos de la Cátedra Internacional de Arte, delante de un montón de sillas vacías.