Práctica social post-artística

 

La cartilla titulada MANEJO DEL ASBESTO. Guía de buenas prácticas para reducir el riesgo de exposición al asbesto instalado” se hizo en colaboración con el gobierno australiano, más exactamente con la oficina de ASEA (Asbestos Safety and Eradication Agency) encargada de generar sensibilidad, sensibilización y apoyo técnico sobre los riesgos que representa el legado del asbesto. Este trabajo se terminó a finales de 2021 y desde entonces rondaba por mi cabeza la idea de salir a la calle para divulgar sus contenidos. 

El pasado martes 14 de febrero de 2023 encontré la oportunidad de reconciliarme con esta promesa. No dejaba de ser intimidante ir con megáfono en mano y abordar a la gente en la calle con un mensaje de salud pública, ocupacional y ambiental. El valor surge en la acción —dice David Graeber, citando a Nancy Munn; es el proceso por el que la «potencia» invisible de una persona —su capacidad de actuar— se transforma en formas concretas y perceptibles.

Recordé aquellos personajes que con una mesa sencilla y un mantel rojo se lanzaban a la suerte callejera para vender sus chucherías, apodados «culebreros». Había algunos que manejaban ese escenario con total arte (habilidad intensa para hacer algo) y en cuestión de minutos tenían 20 o 30 parroquianos escuchándolos embobados y, algunos, comprándoles sus baratijas. 

Han pasado diez años desde cuando el tema Daros cambió mi vida en forma definitiva, y esto me llevó por un camino de desconfianza con el concepto arte, tal cual lo entiende la mayoría, y como alternativa no encontré otra salida que escalar montaña arriba una idea arriesgada pero iluminadora a la vez: la práctica social como una forma diferente de entender antes que el arte, la vida misma.

Ante un mundo deslucido en argumentos a la hora de encontrar algún tipo de esperanza en la condición humana y en mitad de un panorama sombrío, el asbesto y el compromiso que asumí desde la práctica social me volvieron sospechosamente optimista o tal vez, menos pesimista.

Graeber y Wengrow en su libro El amanecer de todo reconocen unos íntimos paralelismos entre la propiedad privada y las nociones de lo sagrado. Entre las sociedades de las Llanuras de Norteamérica, por ejemplo, los conjuntos sagrados (que comprendían no solo objetos físicos, sino también danzas, rituales y canciones) eran a menudo los únicos objetos que se trataban como propiedad privada: no solo las poseían en exclusiva individuos, sino que también se heredaban, compraban y vendían. 

Hay gente —hombres y mujeres— que se encierra en sus talleres a crear objetos para exhibirlos en galerías, ferias y museos e intenta vivir de ello ¿Qué obstinado deseo guía esos impulsos? ¿Por qué ese interés de producir objetos que simbolizan la condición totémica de la propiedad privada como expresión de la libertad individual tal cual se entiende en Occidente, mediados por una pátina de misericordia, bondad, belleza y sacralidad y, en otros casos, rabia, desesperación y dolor? 

El objeto único y de alto valor enfatiza el «yo tengo» y su exclusividad determina la posibilidad de segregar al otro, el que no tiene,, y por lo tanto, al que puedo subyugar.  Es decir, los objetos del arte como formas de dominación traducidas en supremacía cultural bajo el paraguas de una sofisticada economía del poder simbólico. Pero ¿realmente qué pasa con esos objetos? ¿Qué cambios generan?

La diferencia entre el artista objetual que trabaja para la feria, la galería o los premios y el artista de la práctica social es que mientras los primeros están profundamente estancados en el tiempo, refinando el detalle de la materialidad física, olvidan que hay un patrón de movimiento que no se puede congelar; los segundos performamos la realidad sin máscaras. No hay representación y si esta última existe, se da en un intersticio mucho más complejo cuando se desvanece el ahora como presente y la imagen inmediata queda atrás como pasado. Ese momento en que la presentación cesa aparece el recuerdo y pasa a ser representación o simulacro. Generar dulces mentiras a partir del registro que deja la representación contada de nuevo en el discurso objetual no me interesa.   

En mi práctica social la vida cotidiana se ha vuelto un nuevo arte, una suerte de torpeza convertida en destreza, que se le arrebata a la lógica de la experiencia cotidiana (lo que sabemos) pintada con actos simples que se repiten en el día a día. Una interacción simbólica con el gesto y los movimientos de los subjetos y las subjetas que hablan, que se miran, que se comunican y se tropiezan entre sí mientras galopan en el equilibrio vivencial de la rutina intrascendente en mitad del ethos social. En ese encuentro somos realidad y símbolo, desaparecen las medias tintas entre el arte y la vida. 

Los fenómenos son lo que son, no pretenden ser metáfora porque ya fueron metáfora en el instante en que se fugan del campo visual. Por ejemplo: pasar dos horas en Teams hablando con Kim de una guía clínica para enfermedades no–malignas; compartir experiencias de cómo se prohibió el asbesto en Colombia y cómo quieren prohibirlo donde no lo han prohibido. La pulsión digital imperturbable y sostenida sobre el teclado como enviando mensajes en una botella desde la solitaria inmensidad de mi estudio. Aceptar la invitación a la comunidad de mi barrio, de la que no hago parte, para que nos echen el rollazo de cómo el Acueducto va a cambiar las tuberías subterráneas en asbesto cemento sin que tengan plan de manejo para sus residuos peligrosos. En fin, la lista es larga. Soy un hombre aburrido y obsesivo: solo hablo de asbesto.

Los actos cotidianos producen un número infinito de relaciones sociales y en mitad de esa materialidad invisible se echan a andar acciones que terminan en pequeñas victorias. Esa micro actividad bien entendida tiene un enorme potencial de cambiar el mundo.

Hace cerca de seis meses un buen amigo australiano me llamó y me dijo: «Guillermo, Suiza y Australia quieren promover un cambio en los estatutos del convenio de Rotterdam y sería interesante encontrar un país de América Latina y el Caribe que copatrocine esta idea». 

Me preguntó Phillip: «¿Tú crees que al gobierno de tu país le interese?»

Y es ahí cuando el indomable pesimista que soy encuentra los atisbos para ser un poco más optimista con este mundo. Y le dije: «¡Claro que sí!!» Sin medir los riesgos que tales palabras implicaban, en mitad de esa terrible fascinación de tirarme cuesta abajo, de saltar al vacío sin paracaídas, convencido de que mis huesos no terminarán reventados contra el pavimento. 

Pero antes, déjenme explicarles qué es el convenio de Rotterdam. 

El derecho a un trabajo seguro y saludable es un derecho humano fundamental y esencial para un trabajo decente. Cada año mueren en todo el mundo 3 millones de trabajadores por causas relacionadas con la actividad laboral. 

En 2022, la Conferencia Internacional del Trabajo de la OIT acordó por consenso incluir el derecho a un entorno laboral seguro y saludable en los convenios fundamentales. La salud y la seguridad se unen ahora a la protección contra el trabajo forzoso, el trabajo infantil, el derecho a la negociación colectiva y la libertad de asociación como derechos fundamentales en el mundo del trabajo.

La exposición a productos químicos y plaguicidas peligrosos es una de las principales causas de enfermedad, lesiones y muerte.

El Convenio de Rotterdam es una herramienta fundamental en el marco global de salud y seguridad del sistema ONU que busca proteger la salud humana y el medio ambiente de los posibles daños derivados del uso y el comercio internacional de productos químicos y plaguicidas peligrosos.

El procedimiento del Consentimiento Fundamentado Previo (CFP) del Convenio para los productos químicos y plaguicidas peligrosos garantiza que los países —especialmente los países en desarrollo y los que tienen economías en transición—, tengan derecho a conocer las sustancias peligrosas que entran en sus países. Este mecanismo proporciona un control fundamental en el movimiento transfronterizo de sustancias peligrosas.

Es importante destacar que el Convenio no prohíbe y, en su lugar, el procedimiento crítico de intercambio de información permite a los países considerar las sustancias peligrosas de la lista y determinar por sí mismos, qué restricciones y controles son apropiados para su contexto nacional. 

Sin embargo, el Convenio se encuentra en una coyuntura crítica. El requisito de «consenso» para la inclusión de sustancias en la lista, introducido inicialmente para fomentar la cooperación, se ha convertido en un mecanismo de veto que ahora amenaza la viabilidad misma del Convenio, ya que le permite a un pequeño grupo de partes seguir bloqueando con éxito la inclusión de sustancias altamente peligrosas.  Esta táctica, que ha evolucionado a lo largo de muchos años, a menudo sólo por el interés económico de una de las partes, está socavando el trabajo de base científica del Comité de Examen de Productos Químicos (CRC por sus siglas en inglés), que determina las sustancias que cumplen con los criterios para ser incluidas en la lista.

Estas acciones están negando al resto del mundo el derecho a conocer las sustancias peligrosas que se envían a los países, afectando a su población y medio ambiente.

La sustancia que lleva más tiempo bloqueada es el asbesto crisotilo. Prohibido desde hace tiempo en el norte global, el asbesto es responsable de la muerte de más de 209.000 trabajadores cada año y está reconocido como la causa de más de la mitad de los cánceres profesionales. Con más de un millón de toneladas de asbesto consumidas y comercializadas en todo el mundo, y con casi todo el asbesto exportado al sur global, es probable que veamos morir a decenas de millones de personas por enfermedades relacionadas con el asbesto durante las próximas generaciones. 

Los otros cuatro (4) productos químicos y plaguicidas bloqueados son: el carbosulfán, el acetoclor, el fentión y la formulación del paraquat, todos ellos peligrosos pesticidas.

Para que el Convenio siga cumpliendo su función de herramienta fundamental de intercambio de información debe modernizarse. Hay que preservar el riguroso proceso de inclusión en las listas, pero al mismo tiempo deben encontrarse soluciones a las tácticas de bloqueo de un pequeño número de partes en conflicto.  

La propuesta de enmienda para resolver este problema fue presentada en octubre del año pasado por Suiza, Australia, Mali y estuvo copatrocinada hasta ese momento por Burkina Faso y Ghana y será votada en la COP11 de mayo de 2023 por las Partes del convenio presentes en esa reunión.

Una vez acepté el reto que me lanzó Phillip, lo primero que hice fue mapear el problema —lección aprendida durante el largo proceso de la prohibición del asbesto en Colombia—, identifiqué a los actores y definí líneas de acción a partir de esa información. Las pocas personas que me conocen saben de mi intensidad con este tema y de lo apasionado que puedo ser para conseguir cosas y, aunque me ha significado problemas en algunos casos, la mayoría de las ocasiones la intensidad ha jugado a favor de la causa.

Había que poner a jugar al Ministerio de Agricultura, al Ministerio de Medio Ambiente, al Ministerio de Relaciones Exteriores, al Ministerio de Minas (¿Por qué no? Todo puede ayudar), al Ministerio de Salud y a todo aquel que fuera amigo y pudiera conocer gente en esas entidades.

Y ahí la cotidianidad se vuelve el arte de persuadir e insistir hasta la saciedad, sin dejar por fuera a nadie que pueda ayudar hasta conseguir el objetivo. No voy a entrar en los detalles de toda esta operación, pero el lunes 13 de febrero recibí la siguiente noticia de una organización suiza:

«Dear all

«I just received some great news from Michel (Swiss Delegation): Colombia has joined as official co-sponsor for the amendment proposal!

«Many thanks to Guillermo and anyone else on our side who has contributed to this success!

«This means there are now co-sponsors from all UN regions. But of course, they would be glad to have more Parties joining. The fact that one Party from a region has joined might make it easier for others from the same region.

«Best, Bxxxxxx»

Y bueno, aquí es donde el ejercicio cotidiano de la traducción, de escribir cartas y enviar correos electrónicos, de llamar amigos y desconocidos en los ministerios, de contactar políticos, representantes de ONGs que no conozco, de atender reuniones para recibir instrucciones, de escribirle a Phillip por whatsapp olvidando a veces las 16 horas que separan a Colombia de Australia, de ir a tomar café con gente clave, y mil micro-acciones más, cumplen su efecto. En medio de la obviedad fulguran las luces artificiales que poco vemos y esa opacidad tiene su encanto.

El camino es largo, como casi todo en este mundo, pero al menos ya tenemos un representante firme en este propósito de este lado del planeta. A finales de marzo se hará una reunión del área de América Latina y el Caribe en Ciudad de Panamá, previo al encuentro general en mayo en Rotterdam. Ahora me he propuesto que México, Brasil y Chile se unan a esta causa. ¡¡Después les cuento qué pasó!!

 

Febrero 24 de 2023

Guillermo Villamizar
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