La mejor exposición de Fernando Botero 

*Imagen tomada de: Lucas Ospina, «Botero: valor y precio»

 

«… de Negret se ha ocupado tal cantidad de periódicos que el mérito de la obra parece residir en la vanidad del artista»

Beatriz González, «1987 : un gran año para las artes plásticas», Magazín Dominical, El Espectador,  No. 248 (Dic. 27, 1987), pág. 10.

 

Lo mismo debe decirse de Fernando Botero. Representante absoluto de la peor lambonería colombiana, experto en fabricar titulares para el periodismo más malo de nuestra republiqueta. Tan impactante ha sido su desaparición como el volumen de historia del arte improvisada que historiadores del arte improvisados han improvisado para posar junto al cajón itinerante. Es tal el amasijo de lugares comunes entre quienes han pretendido homenajear a nuestro recientemente desaparecido marketinero que lo único de interés es su nivel de ridículo: alcaldes paisas compitiendo por demostrar que ellos sí se habían echado sus guaros —que no sus pases— con el hombre, periodistas del común jurando que después de la muerte de su hijo Pedrito sí lo habían visto pintando (mal) con sus propias manos, críticastros de arte esforzándose por demostrar que lo del hombre era el arte y la política —que no la politiquería—, herederos de fortunas raritas reclamando que ellos sí tenían un muralito firmado por el sujeto en cualquier sótano de cualquiera de sus mansionsitas y el Banco del Arte:

 

Todo un ejercicio de creación de valor para reforzar la segunda etapa de la carrera de todo artista inflado: el muerto al hoyo, el (coleccionista) vivo a baile. 

Pero no todo es ver contar billetes con obras hinchadas. En lo que sí contribuyó Botero fue en provocar imágenes que hablan demasiado bien de la psicología colombiana. Su búsqueda y curaduría podría ser una oportunidad de oro para que el Área Cultural del Banco de la República derogue de una vez por todas el contrato leonino mediante el cual tus impuestos financiarán hasta la desaparición del capitaloceno el spot de selfies más caro de Bogotá. En mis más lindos sueños veo al equipo de curaduría del banco haciendo denodados esfuerzos por complementar de verdad esa egoteca, reorganizando su montaje en un necesario ejercicio de investigación-creación mediante el cual demuestre que más que un artista, Fernando Botero era un oportunista. Qué bien quedaría como pieza central de aquella poderosa muestra el cuadro que pintara junto a Alvaraco Uribe Vélez durante la etapa más llena de carrotanques de sangre del  gobierno del expresidiario:

O reuniendo cada una de las entrevistas que diera nuestro ilustre ciudadano luego de que estallase el carrobomba puesto por el Cartel de Cali y el gobierno colomboestadounidense frente al Edificio Mónaco en un fallido intento por asesinar a Pablo Escobar Gaviria, valedor de Alvaraco. Para hacer más atractivo ese inclemente volúmen de disculpas podría ser pasado por una IA que detecte y extraiga minuciosamente las ocasiones en que Botero juraba que «jamás» «le» «había» «vendido» pinturas a los narcos y hacer con eso una pieza de arte sonoro. Sí, el resultado podría ser otra sosa colección de boterismos, pero en este caso valdría la pena para profundizar de verdad en lo más recóndito del personaje:

O publicando avisos de prensa donde se invitara —bajo reserva de identidad, no sea que se llene ese espacio de muchos ilustres colombianos— a todo aquel que hubiese intercambiado, menudeado, falsificado y robado obras del pintor para que las prestara por cortos períodos de tiempo y así nos permitiera conocer con mayor cuidado el tipo de imágenes que prefería ese importante nicho del coleccionismo criollo, sus modalidades de enmarcado y los tamaños que les fascinaban. Cada pintura debería ir acompañada de una fotografía de la obra en su emplazamiento original y/o caleta donde permaneció oculta a los ojos del público amante de Botero. 

Esa especie de salita de las Influencias podría verse complementada con una intermedia  que podría presentar la que a mi parecer es la mejor obra del arte contemporáneo local relacionada con las citas-imitaciones-parodias-burlas-críticas que ha provocado el legado de nuestro héroe. Se trata de la versión pa´pobres del díptico de Botero y Uribe y Escobar, del proyecto Ministerio de Cultura (2005-2007), de Carlos Castro: dos cuadritos de plexiglás mal pintado de amarillo donde se relacionan, a la manera de la obra más flojina de Nadín Ospina (ajá, la de los muñecos de Lego), el arte de Fernando Botero, Fernando Botero, un Pablo Escobar coleccionista de armas tomar y un Alvaraco embriagado de pintura luego de —nunca mejor dicho— rematar la representación de una masacre al estilo del primer antioqueño:  

Como la exposición estaría exclusivamente dedicada a Botero, obviamente, la entrada sólo debería ser para VIPs. ¡Eso sí que sería un homenaje!

Guillermo Vanegas
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