Galerías de arte por hectárea: el boom narco en la publicidad de arte en los años 80*

*Publicado originalmente en: Estudios Artísticos: revista de investigación creadora, 10. Fotografía: Camila Suárez

 

En la década de 1980 el mercado del arte internacional  se integró exitosamente al mercado bursátil transnacional, respondiendo a la implementación del modelo neoconservador —hoy neoliberal— en Estados Unidos, enfocado en la privatización estatal, el juego especulativo con las finanzas en beneficio del sistema bancario y la desregularización de las grandes empresas multinacionales.

Colombia, laboratorio de la contrainsurgencia desde los años 60 y laboratorio de la guerra contra las drogas hasta el día de hoy, sintió a su modo los efectos de las llamadas reaganomics, asociadas en nuestro país a la llegada de una clase emergente que transformó todos los aspectos de la vida del país, incluyendo el mercado del arte. 

El rápido ascenso de esta clase tuvo un efecto inmediato, incluso antes de los grandes carteles de Cali y Medellín ya eran una visible realidad. En 1979 Alberto Saldarriaga señalaba en las páginas de Arte en Colombia:

Se inaugura la década del 80 con el triunfo de las denominadas clases emergentes, es decir, de aquellas formaciones sociales recientes y heterogéneas compuestas por personas que medran repentina y exuberantemente gracias a las ganancias obtenidas en actividades no del todo lícitas y quienes adquieren un enorme poder en sus respectivos dominios (…) El mundo autodenominado “artístico” recibe también el impacto de las clases emergentes. Ellas tienen hoy en día el mercado de objetos “serios” en Colombia, desde las reproducciones hasta los originales. Si el arte colombiano anda enfermo o muerto, se debe en gran parte a la desmesurada negociabilidad de obras, con el facilismo inevitable que genera el tener una clientela que sólo entiende su posesión sobre el objeto y nada más. El mensaje del arte se ha tipificado, cada artista se repite hasta la exasperación, para no perder su mercado. La nostalgia es un buen negocio, por ser evidente. Erotismo y violencia disfrazadas de “gran manera” se venden como películas de tercera categoría, la visualización fácil y vistosa, justificada con palabrerías pseudo intelectuales se impone sobre cualquier intento serio o discreto por expresar los regocijos y tragedias profundas de la existencia humana (…) la cultura emergente impera hoy en Colombia. Su presencia define desde la fluctuación de precios en el mercado del arte hasta los programas oficiales de cultura. No existe y no se piensa siquiera en una educación cultural. Sólo hay oferta abigarrada de cosas y eventos: galerías de arte por hectárea, 14 óperas pésimamente puestas en escena cada año, alud de betamax con películas en inglés para un público que ni siquiera puede deletrear el castellano, programas culturales televisados en los que no se distinguen los animales de las gentes, etcétera.

En efecto de la clase emergente era imparable. Para 1985 Antonio Caro declaraba en entrevista con Jairo Osorio ante la pregunta «¿Qué es el país plásticamente?»:

“Es un rezago de Colonia inmunda con un nuevo rico espantoso, en una mezcla ideal para galeristas. Eso es el país plástico, un desastre. Lo salva el país visual: las calles, los buses, los vestidos coloridos de la gente.”

Pero será en 1987, el mismo año del bombazo al edificio Mónaco, en el que los periodistas de El Tiempo declararon haber encontrado arte «hasta en los baños», cuando el mercado del arte colombiano literalmente estalla, con la aparición de numerosas y exclusivas galerías en Bogotá y Medellín, conectando el mundo del arte local con el gran capital transnacional, legal e ilegal.

Esta selección de imágenes publicitarias aparecidas en revistas de arte entre 1987 y 1993, da cuenta de la luna de miel entre la élite tradicional y la élite emergente y cómo las obras de arte estuvieron disponibles para el (in)feliz encuentro de unos y otros, hasta su —temporal— divorcio a fines de los años 90.

Galería Diners

La galería Diners, ya desaparecida, instaló su sede en el castillo Osorio en 1987, una lujosa sede «con foso y todo» según Francisco Gil Tovar, exhibiendo obras de los ya entonces llamados grandes maestros, en esencia el grupo apoyado en los años 60 por Marta Traba. La imagen demuestra cómo buen y mal gusto tienen cabida y van de la mano en esta exclusiva galería. El castillo Osorio, el edificio Mónaco y posteriormente la Catedral, la cárcel de alta comodidad en la que se auto recluyó Escobar, dan cuenta de la importancia de las fortificaciones y su valor estratégico y simbólico, para unos y otros.

Gustavo Jaramillo en La 10 y Jorge Botero en Duque Arango

Medellín ha sido el epicentro de la estética narco desde hace cuatro décadas. Antes de Maluma y  J Balvin, otros artistas rendían culto al malevaje, el bajo fondo y el imaginario de los buenos muchachos. La tradición realista antioqueña que va de Tomás Carrasquilla a Manuel Mejía Vallejo, de Pedro Nel Gómez a Óscar Jaramillo, se narco-actualiza en las obras de Gustavo Jaramillo y especialmente de Jorge Botero, este último un éxito en ventas en la década del terror, logrando convertir Las hilanderas de Velázquez en un amanecedero

y a La Gioconda en un sicario descamisado —vía Grau— con las infaltables montañas de Antioquia como fondo.

Incluso cuando pinta a dos ancianas sentadas, su aspecto es tenebroso y amenazante.

Duque Arango aún activa en Medellín, vendía la obra de Botero junto a la de los llamados grandes maestros, incluyendo al otro Botero, Fernando.

David Manzur en Alfred Wild

Sabemos bien que a los mafiosos les gustaban el fútbol y los caballos. Se hicieron dueños de los principales equipos del país e impusieron la imagen del jinete y la cabalgata como símbolo de estatus, alguno de ellos incluso presumía de poder tomarse un tinto sin salpicarse mientras montaba su bestia. David Manzur se ajusta a la época y se dedica a esos temas: futbolistas y caballos.

La galería Alfred Wild, hoy desaparecida, fue fundada por el nuero de Fernando Botero, y sería una de las grandes protagonistas de este periodo.

Yolanda Mesa en Casa Negret

La narcotización de la sociedad colombiana se hace evidente en la obra de Yolanda Mesa. Las señoras, el cura y la niña en el cochecito, siguiendo al Sr Cobranza de Bersuit Vergarabat, son todos narcos.

Casa Negret

La inclusión de arte prehispánico junto a la abstracción geométrica fue una fórmula efectiva a la hora de exhibir el arte colombiano en los Estados Unidos. Desde que Marta Traba se asociará a Gómez Sicre a fines de los años 50 en el contexto de la guerra fría, permitió borrar de un plumazo una historia del arte que daba cuenta de luchas sociales complejas y un realismo que afirmaba algo más que el pasado lejano. La elegancia y sofisticación de las piezas precolombinas legitimaban las obras abstractas, mientras estas últimas actualizaban y «universalizaban» el pasado prehispánico. Esta fórmula sirvió a Negret y a Ramírez Villamizar para renovar sus obras en los años 80. Ramírez Villamizar con su serie Machu Picchu y Negret con obras con sus alusiones al Sol, el Maíz, etcétera.

Casa Negret comercializaba arte contemporáneo junto a objetos precolombinos. Esculturas, pinturas abstractas y urnas funerarias se vendían por igual y nadie parecía reparar en ello. El daño patrimonial y la destrucción del pasado, serian asuntos que solo vendrían a plantearse años después.

Luz Miriam Toro

La relación entre delito y ornamento, entre exclusividad e ilegalidad es antigua, y se remonta a la explotación de oro, plata y joyas preciosas en la Colonia.  Comerciar con precolombinos en los años 60 y 70 no era un problema, de hecho, algunos galeristas comenzaron así, llevando a Estados Unidos y Europa objetos poco visibles —collares, brazaletes y figuras en cerámica— en su equipaje.

Otros emprendedores hacían lo mismo con esmeraldas o con pequeñas cantidades de cocaína, lo que no era considerado sino como un delito menor. El comercio del arte, valga la pena decirlo, muchas veces se ha movido en zonas grises donde no es muy clara la (i)legalidad.

Alonso Arte

La publicidad de la galería Alonso arte, del ya fallecido Alonso Restrepo, da cuenta del crecimiento exponencial del tráfico de bienes culturales para inicio de los años 90, publicitando la venta de «arte precolombino, colonial y contemporáneo.»

Para entonces —1993— el arte colonial estaba en la mira de todo tipo de coleccionistas y el mercado negro alcanzaba una dimensión desconocida. Los templos religiosos fueron víctimas de saqueo y varios coleccionistas asaltados en sus casas. 

Diego Pombo en Iber Arte

El boom narco servirá a otros artistas como Diego Pombo para burlarse de lo que sucedía.

 

La nave de los locos, no es otra que Colombia: un galeón con un obispo en la proa que enfrenta la tempestad con la cruz en alto. Un hombre de traje con la banda presidencial y un cono en la cabeza rodeado por María, Magdalena y Madonna (the material girl) posando sonrientes para las páginas sociales. El piloto de la nave, un aviador de línea comercial no se ocupa de su oficio, está siguiendo otras líneas, en este caso, de cocaína. Todo es presenciado por otro hombre de espaldas con la imagen del vapor del Magdalena impresa en su camisa —la misma de la portada de «El amor en los tiempos del cólera» de García Márquez, un best seller de esos años. ¿Ese hombre que mira… ¿es el artista o el intelectual, testigo de su tiempo?  Por la borda cae una mujer desnuda, siguiendo al original en que se inspira Pombo, La balsa de la Medusa, de Gericault. La obra de Pombo es un retrato de la Colombia de los años 80 y 90: fanatismo, falta de rumbo, exceso de rumba, banalidad, evasión, crimen y desaparición forzada.

Fernando Botero en la galería Quintana

La serie La corrida, significó la consagración internacional definitiva de Fernando Botero. A partir de entonces su obra empieza a exhibirse y emplazarse en espacios públicos en ciudades de Europa y los Estados Unidos. Sus precios, ya altos, habían ascendido astronómicamente en la misma proporción que crecían las ganancias del mercado internacional de cocaína. La corrida,, presenta los mismos elementos que daban gusto a la clase emergente, el caballo, las espadas, el ruedo y el dominio de la muerte, en este caso un esqueleto inflable como globo de feria que surca el cielo con una bandera, una caricatura del arte.

Botero, para la revista Semana «una auténtica multinacional», nunca ha tenido nada que ver con los narcos, a diferencia de su hijo, Fernando Botero Zea, único condenado en el proceso 8000 por recibir dinero de los narcos de Cali para financiar la campaña de Ernesto Samper, la cual dirigía y cuyo tesorero era el anticuario Santiago Medina, quien tenía como clientes de sus obras de arte y objetos a los supuestos financiadores de la campaña, los hermanos Rodríguez Orejuela, capos del cartel de Cali. 

The end

Entre 1997 y 1998 la mayor parte de las galerías surgidas en la década anterior cerraron. Mientras algunos culparon de esto a la crisis del gobierno Samper, su cierre coincide con la desarticulación de los grandes carteles de Cali y Medellín, que serán reemplazados por organizaciones más agresivas como el cartel del Norte del valle y los paramilitares reciclados de la guerra contra Escobar. Solo hasta la creación de Artbo en 2005 el mercado despertará de nuevo, coincidiendo con el triunfo de las ferias de arte como principal escenario internacional, y al establecimiento de Miami como su capital de este lado del Atlántico, lo que sin duda sirvió a Bogotá para convertirse en una ciudad cuyo mundo del arte se ha entregado activamente a las pautas del mercado. 

Este nuevo ciclo es protagonizado por quienes sobrevivieron al anterior —entre dealers, galeristas, intermediarios, marqueteros y artistas— y sus sucesores —entre hijos, ahijados, sobrinos, nueros, nueras y parientes cercanos y lejanos. 

En estos años el mercado del arte de ha vuelto más sofisticado y más especulativo, al igual que los métodos de blanqueo de capitales y lavado de activos. Unos y otros han cambiado, los símbolos son otros, pero todo gira como antes alrededor del dinero. 

Estás imágenes nos sirven para entender la facilidad con la que una bonanza temporal puede afectar la producción artística e incluso los límites éticos de una colectividad. En los síntomas de ayer quizá podemos ver la enfermedad de mañana.

Santiago Rueda
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