Arte, aborto, horror y las brutales caricaturas de Iván Navarro

Iván Navarro es un bárbaro; sus obras son incendiarias y peligrosas, o por lo menos para él: lo han amenazado con gritos en la calle y ha estado a punto de salir corriendo para no recibir un par de soberbios puñetazos y unas cuantas patadas en el piso o un taconazo en el ojo. Su cuenta de Instagram y sus caricaturas en Reemplazo han desatado la ira de varios miembros de la comunidad artística; porque Navarro se burla de todo y de todos. Escogió la caricatura como su principal medio de expresión, y sus rayas y sus trazos tienen el poder del mazo de un cavernícola: cada dibujo suyo es un garrotazo en la cabeza.

Las apariencias engañan; Navarro tiene 38 años, la mirada de un adolescente de 16, la timidez de uno de 14 y una voz supremamente suave. Tiene una mata de pelo descontrolada en la cabeza y sus ideas brotan con la misma exuberancia. Su exposición en la galería Sketch (cra. 23 n.º 77-41) tiene el poder de lo políticamente incorrecto y la sagacidad de los caricaturistas más radicales y veteranos. El tema principal –para empezar– no es para un hombre; o por lo menos no –absolutamente no– en estos tiempos cuando hay temas según el género. Y los hombres no deberían opinar ni hablar y mucho menos dibujar un tema como el aborto.

“Tengo muchas amigas que abortaron”, dice Navarro. Y sus historias y sus palabras y un juicioso seguimiento a la despenalización del aborto en Colombia hicieron clic en su cabeza.

El punto de partida de la exposición es una entrevista de EL TIEMPO con Ana Cristina González, la psicóloga colombiana cofundadora de la Mesa por la Vida y la Salud de las Mujeres que, tras una acertada demanda, logró que la Corte Constitucional despenalizara el aborto. Solo el título de la nota –que está escrito en una pared de la galería– es una declaración de principios: “El desafío de ahora es lograr la despenalización social del aborto”.

El primer golpe visual de la muestra es aterrador; la exposición se revela lentamente, pero entre tanto, el espectador recibe golpes y más golpes. En su Manifiesto de ¿Por qué hacer caricatura?, Navarro escribe:

“La caricatura es un grito público que se alimenta de rabia”.

“El género de la caricatura existe para mostrarnos como somos de manera descarnada”.

Y la palabra ‘descarnada’ no es arbitraria. Navarro imagina un escenario donde el aborto es todavía ilegal y repasa los horrores que vivieron escondidos durante años. “Una de las lecturas que más me impactaron hace unos años fue No nacimos pa’ semilla y los relatos de los abortos en la cárcel”.

Los dibujos y las figuras que salen de los lápices y los pinceles de Navarro son arbitrariamente espantosos; usa colores chillones –amarillos, fucsias, morados– y plantea unas situaciones extremas y salvajes: hay una mujer que se da golpes furiosos en el estómago con unos guantes de boxeo; otra se introduce en la vagina un cohete de dinamita; una más decide beber de las aguas negras del río Bogotá para destrozar su estómago; otra usa un palo de escoba; otra decide usar un chupón de inodoro; otra se bebe un frasco de soda cáustica; otra se rompe el estómago con un machete; otra se electrocuta; otra usa una aspiradora; cada imagen es un martirio para los ojos y un áspero recordatorio de una realidad asquerosa que han sufrido las mujeres durante siglos y siglos en total silencio.

Por eso la frase de Ana Cristina González vuelve a tener sentido: “El desafío de ahora es lograr la despenalización social del aborto”.

Navarro usa la imaginación y hechos reales: venenos, golpes, plantas medicinales. El humor –absolutamente negro– también aparece con una pastilla que tiene el rótulo de «Pastilla matabebés» o el dibujo de una mujer feliz con una prueba de embarazo negativa.

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En las paredes también hay una investigación paralela; Navarro buscó artistas que –al igual que él– hubieran explorado el tema. En la entrada hay un dibujo de Rosemberg Sandoval con un feto como collar; un dibujo de Débora Arango que ofrece una ambigüedad terrible: no se sabe si el personaje de su pintura abortó o si tuvo un bebé en la calle. Y uno más de Shu Yu, un artista chino que –como un caníbal o algo peor– devoró un feto.

Es una exposición para la polémica. Y hay que tener hígado para verla.

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