¿Y la memoria?

 

El último video de Crítica sin crítica es espeluznante. Obliga a una triple escucha para sorprenderse de que todo lo que se cuenta allí sea verdad, enojarse porque esa situación se haya dado de forma sistemática y preocuparse porque en la campaña presidencial más opcionada el asunto de la memoria histórica tenga un parrafito sustancioso  pero ni un discursito.

 

Ana María Cifuentes (curadora y museóloga), Marcela García Sierra (antropóloga y museógrafa) y Rodrigo Triana (politólogo), hablaron con la libertad que les otorga su rol de exfuncionarias del Museo de Memoria Histórica de Colombia. Es decir, personas exoneradas de la extorsión profesional a que se vieron sometidas mientras permanecieron en la organización destruida por el nefando «historiador» uribista, Darío Acevedo Carmona.

Rodrigo Triana comienza subrayando que el tipo no sabe absolutamente nada de investigación —no  hace— ni del conflicto —lo niega—  y que desde su cargo se ha dedicado a violar la confianza que víctimas y organizaciones habían construido con la entidad:

«… con su llegada y con lo que simboliza […] el partido que lo nombra [se] genera un distanciamiento y el trabajo, por ejemplo, en campo se siente… uno a veces llegaba y por el sólo hecho de decir que eras del Centro de Memoria Histórica [se] podría organizar una reunión de manera muy fácil […] después, la gente [estaba] un poco más reacia a participar y a [no] querer, inclusive, entregar información completa.»

 

Aunque, esa fue una de la cosas por las que votaron quienes eligieron al lavaperros de Álvaro Uribe en Palacio, no deja de asquear tanta iniciativa por parte del propio Estado. En su declaración, Triana redacta una lista de daños fruto de la anti-gestión de Acevedo. Ésta concluye en la afectación de la calidad misma de las investigaciones que ha venido produciendo la entidad. Así mismo, son tan extendidas sus pifias que quienes trabajan allí se han visto obligados a «cargar ese lastre y ese peso [por sus] posturas» en otros espacios: además de sufrir los efectos una administración desastrosa, han notado una merma en su propia valoración profesional. Jodidos por dentro y por fuera.

Otra linda materialización de otro de los más bellos deseos de quienes votaron por Álvaro Uribe en las elecciones pasadas: la aplicación de una política de tierra arrasada contra cualquier institución cultural que viniera haciendo las cosas medianamente bien.

Marcela García explica que, etimológicamente, todo museo es en sí un museo de memoria; no obstante, el colombiano posee, merced a nuestra guerra civil eterna, «una asociación directa con la memoria del conflicto armado». A lo que Ana Cifuentes añade que allí resulta(rá) dificilísimo imponer distancia histórica para construir hipótesis que permitan acercarse con detalle a la guerra local. Siguiendo esta línea, Triana recuerda que en todo conflicto el diálogo suele hacerse con el enemigo y que, a partir de ahí, el ejercicio de memoria es imprescindible pero complejo. Cuestión que deriva en una tremenda dificultad no sólo para las personas entrevistadas, sino la planta completa de esa entidad.

Imagínate: tu jefe hace parte de uno de los bandos en disputa, pero debes completar una investigación donde se establezcan los niveles de implicación del empresariado colombiano en el desarrollo de masacres a escala nacional. Tu jefe se entera y quiere atascar tu criterio poniéndote a decidir si la violencia que patrocinaron los generosos emprendedores cuyos nombres aparecen detrás de todas esas masacres fue «buena» o «mala». Quieres responder objetivamente. Pero la objetividad te es prohibida. ¿Qué haces? Si sigues la información, detectarás que el empresariado nativo metió la mano hasta el fondo de la misma caneca que ayudó llenar de sangre ajena y sabes que eso tiene que decirse. Pero ¿qué te impondrá tu jefecito negacionista? Que sigas su libreto y te calles. Cero opciones. Censura por todo lado.

 

Me llamo Guillermo Vanegas y quiero que Gustavo Petragos sea mi presidente. Para eso, quiero entender la manera en que aplicará su noción de administración cultural a nivel nacional (sobre todo para que no haga lo mismo que cuando fungía como alcalde: delegar en funcionarios equívocos dedicados a la ensayadera de cagadillas por las que nunca respondieron) y por qué no se ha hablado desde el Pacto Histórico sobre este asunto en campaña.

Pienso esto ante la manera en que se complejizó la relación arte-memoria en Colombia una vez quedó firmada la paz con las F.A.R.C. Por una parte, para mal, hubo artistas que se encargaron de sobre-explotar el asunto a su favor; mientras, para bien, la iniciativa de las organizaciones de base se orientó a crear modelos de participación. Pero, para mal, los votantes colombianos decidieron que cuatros años más de infierno eran necesarios (con lo que el vínculo inicial terminó pervertido en arte-turismo, arte-películas filmadas aquí, arte-empresitas endeudadas). Mientras, para bien, la renovación generacional puso sobre la mesa nuevos temas de discusión.

Es decir, el numeral «e.» del documento programático de esa colectividad, prevé la amplitud que tendrá su cumplimiento. Por ejemplo, reiniciar la construcción de «un relato que reconozca, desde la complejidad de las distintas perspectivas, los horrores de la guerra y sus implicaciones para la sociedad». Lo que implicará revisar la legislación existente: porque la búsqueda de justicia y reparación fue podrida desde la presidencia y, tras el Paro Nacional de 2021, se legalizó un nuevo escenario de violencia armada contra la ciudadanía colombiana.

Un reto enorme que requiere un elevado nivel de inversión —a ver si el Estado comienza a pagar de verdad (y no con llanto de alcaldesa que no hace nada) todo el daño que les ha causado a las víctimas por su acción y su omisión. Y que busca, incluso, reparar la «psicología de pugnacidad, polarización, odio y revancha que ha venido en ascenso desde los primeros tiempos de la República», llegando no sólo a consolidar instituciones extracurriculares de memoria sino, y esto suena demasiado bien, a

«revisar la malla curricular para hacer énfasis en las ciencias sociales, que se han descuidado muchísimo durante los últimos años [desde los gobiernos del conservador Belisario Betancur y el (neo)liberal César Gaviria, G.V.], y estimular, entre los niños, niñas y los jóvenes todas las expresiones del arte —pintura, teatro, poesía, novela, cuento, crónica, cine, danza—, con temas de cultura de paz.»

 

Ya se hablará de esos contenidos. Pero vuelvo a preguntar ¿por qué se ha tocado tan poco el tema?

 

 

Crítica sin crítica

Museo de Memoria Histórica de Colombia: ¿Qué está pasando?

Youtube

6 de febrero de 2022.

 

 

Comisión Programática del Pacto histórico

El cambio que viene

Diciembre, 2021.

Guillermo Vanegas
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