¿Y cuando te cancelen?

 

Al igual que la política ficción, la cultura de la cancelación es un formato discursivo de reciente aparición propio de audiencias digitales alineadas como grupos de interés que ha alterado la comprensión de nociones como activismo, asignación de responsabilidad, venganza y castigo. En la práctica, quiere operar como una minirevolución epistémica neoconservadora que equipara toda forma de crítica con el  genocidio —«criticar(me) es asesinar((me) y a todo aquel que esté de acuerdo conmigo)»—, para infantilizar el debate público hasta, casi, la irresponsabilidad civil —«destruyo tu carrera creando/difundiendo rumores indemostrables, y no (me) importa XD», «si no (me) crees estás violando mi libertad de expresión»).

Este asunto no pasaría de ser una anécdota más de no haber configurado una lógica  respecto a lo que esas mismas audiencias digitales decidieron convertir en su proyecto de vida: la búsqueda de su justicia para imponer su monopolio en el ejercicio de su violencia (traduciendo todo ello a likes). Es decir, una perversión neoliberal de la economía de los afectos que considera que indignación pública y reclamo contra comportamientos problemáticos y/o abiertamente delictivos, son bienes susceptibles de privatización.

Siguiendo a Loydie Solange Burmah, operar en «redes sociales» equivale a ejercer «una vigilancia peer-to-peer, coleccionando y cuestionando eso que algunos (o muchos) perciben como performances mínima o severamente “anormales” para demeritarlos implícita/explícitamente a partir de las normas socioculturales que gobiernan nuestras relaciones e interacciones.» (Burmah 2021, 7) Traduciendo esto a comunidad canceladora, más que de usuarios se trata de para-agentes de inteligencia dedicados a (per)seguir perfiles para reunir evidencia sobre su comportamiento u opiniones y sacar partido cuando lo determinen. Es decir, una supervisión participativa cuyo resultado es el de construir percepciones contradictorias e infalibles «respecto a lo que se considera propio del orden social o la normalidad.» (Burmah 2021, 8) O mejor —o peor—, la elevación del capricho gnoseológico a verdad absoluta —y transitoria—: lo que la comunidad de cancelación aprueba en redes hoy, será motivo de ibíd mañana.

Pero, para infortunio de estas agrupaciones su euforia castigadora no sólo resulta de utilidad para unos pocos influencers morales sino que también engrosa las carteras de emporios deseosos de traducir en beneficio corporativo los cambios de consumo generacional. En breve, su activismo es marketing pro-empresarios acosadores, racistas y clasistas. Por ejemplo, los dueños de aquellas plataformas digitales acosadoras, racistas y clasistas donde son ejecutadas las campañas que venimos criticando. (1) Y, aunque el tema de canceladores trabajándole gratis a capitalistas acosadores, racistas y clasistas daría para otro texto, baste decir que su devenir revela un absurdo sometimiento a las community guidelines de esas mismas redes de espionaje. 

Es decir, las organizaciones de cancelación convirtieron esos contratos opacos y abusivos en poderes estatutarios absolutos, capaces de emitir ordenanzas que regulan con férula inquisidora «lo discursivo, actuando pero también revelando cómo estas compañías se ven a sí mismas como árbitros ambivalentes de la propiedad pública» (Gillespie 2018, p. 46) Canceladores pro-Zuckerberg.

Otro de los puntos críticos de esa estrategia de construcción de carreras personales vía subcontratación sin sueldo, es la anulación de la diferencia entre lo trivial y lo sustancial. Como en su contexto cualquier forma de negativa es un ataque contra la porción de humanidad que —momentáneamente— represente/interprete nuestro cancelador de turno, cualquier tipo de opinión debe conducir, también, a la más feroz de las imprecaciones. Es decir que una vez ejecutado el riguroso scanner ético lo que sea que identifique como comportamiento cancelable, el cancelador redifundirá lo que sea que identifique como comportamiento cancelable para enfilar (sus) bots como (su) Dios manda. Excluyendo, de paso, el escuchar a quienes relativicen sus acusaciones, pidan un seguimiento que vaya más del lado jurídico que de lo mercadotécnico o, simplemente, consideren que esa (su) cancelación no tiene razón de ser. Así, toda acusación lanzada porque sí terminará extendiéndose porque sí al grupo de quienes ilusamente pensaron que allí había  posibilidad para la discusión o el debate.

Adicionalmente, resultan inquietantes los paralelismos entre la lógica de la cancelación y el modus operandi en medios de la extrema derecha. Como ejemplo basta seguir la historia reciente de Colombia y su prolija emanación de políticos despreciables. Uno de ellos, Miguel Polo Polo, representante a la Cámara del Partido del presidente-eterno Álvaro Uribe Vélez, conocido también como Centro Demoníaco. (2) Como excelso prohombre de esa cochambre que es, Polo Polo ha hecho carrera instrumentalizado a placer su adscripción étnica: cuando quiere acaparar una beca universitaria se declara indígena (3), cuando necesita evadir acusaciones de corrupción, se declara víctima de racismo estructural. (4) Y así otros miembros de esa gleba: la defensora del robo de tierras a campesinos, María Fernanda Cabal y la segregacionista caucana Paloma Valencia, cuando se ven acorraladas por las pruebas de sus depredaciones no dudan en mostrarse como víctimas de misoginia y machismo. Sin embargo, lo que aquí importa es que estos amantes del odio perpetuo repiten el mismo recetario de infantilización frente a la crítica aplicado por los promotores de la cultura de la cancelación. 

Un asunto que pasa de lo interesante a lo pernicioso cuando se comprueba que esos mismos adoradores de la violencia paramilitar jamás han sufrido en Colombia ningún tipo de señalamiento por parte de estas —convenientemente puntillosas agrupaciones de cancelación. Lo que viene a significar que estas asociaciones civiles manejan su idea de justicia con doble rasero derechista: si un intelectual de izquierdas hiciera comentarios desobligantes contra una persona de otro género, etnia o clase en un evento público, sería lapidado como violador-asesino-apropiacionista cultural y se decretaría su expulsión del cosmos. Sin embargo, cuando esto sucede repetidamente por parte de un abogado paramilitar de paramilitares colombianos —por mencionar a cualquier porquería, el abogado Abelardo de la Espriella—, ahí no sucede nada. Rare. Muy.

 

De otro lado, cuando se indaga sobre esta situación en el campo del arte contemporáneo resultan de interés los ecos de estrategia, enfoque y justicia diferencial entre campañas de cancelación y persecución a intelectuales. Por ejemplo, la agresión que viene sufriendo el colectivo ruangrupa, responsable de la curaduría de la 15 Documenta de Kassel: inmediatamente después de hacer pública su selección de artistas participantes, fueron acusados de antisemitismo por parte de una organización canceladora (que resultó conformada por un sólo neonazi), llamada Alliance Against Anti-Semitism Kassel. Básicamente, se les señalaba de hacer proselitismo a favor de las reivindicaciones del movimiento Boicot, Desinversión, Sanciones (BDS), por haber incluido artistas palestinos en su investigación curatorial. Fin.

Como no podría ser menos, este rumor llevó a que artistas, firmas patrocinadoras e incluso instituciones asustaditas-pero-adictas-al-like, declinaran las invitaciones que ya habían aceptado. En realidad, la situación ha llegado a ser tan grave —e imbécil— que el colectivo debió publicar una carta abierta el 7 de mayo de 2022, para explicar lo obvio: invitar artistas con ideas propias sobre las acusaciones de apartheid dirigidas contra el gobierno ultraderechista israelí, no implicaba un ataque mortífero hacia la totalidad del pueblo elegido por el dios del pueblo elegido. 

Hay que leer con atención los argumentos de este grupo. Bajo el título «Antisemitism Accusations against documenta: A Scandal about a Rumor», ruangrupa explicaba que, 

«… aquellos que desean impedir que esta conversación tenga lugar y, al mismo tiempo, determinar quién y qué se debe considerar motivo de debate o silenciar a quienes ellos mismos consideran voces inaceptables, deberían declararlo públicamente en vez de ocultarse tras la crítica de los detalles curatoriales u organizacionales de los paneles planeados.» (5)

 

Continuando con una afirmación que resulta fundamental en el examen del fenómeno que se ofrece aquí:  

«La práctica académica no puede existir sin el debate abierto. Una lucha efectiva contra el antisemitismo requiere de esta práctica en su base. Si se imposibilita este debate, las amenazas antisemitas reales de terror y violencia serán más difíciles de combatir.»  

 

Y estableciendo, además, un análisis de las consecuencias a nivel sociológico, político e incluso económico de la continuidad de esa estrategia. Valga la cita extensa: 

«… la reconocida “espada” de la acusación de antisemitismo, que destruye carreras en Alemania y más allá, debe blandirse con prudencia y responsabilidad y no instrumentalizarse políticamente sobre la base de una supuesta o evidente proximidad de individuos o colectivos “con BDS”. Vaciar las acusaciones de antisemitismo trivializa y mina la lucha contra el mismo. Por el contrario, el discurso que presupone una práctica del antisemitismo debido a cierta cercanía “con BDS”, reproduce los tropos antisemitas que confunden las acciones del Estado de Israel con el pueblo judío o las personas identificadas como judías. La ecuación BDS = antisemitismo, es un asunto académicamente controversial dentro y fuera de las comunidades judías. De hecho, es un tema sujeto a debate y no una base neutral para lanzar cualquier discusión […] la censura, la culpa por asociación, las difamaciones por racismo y los rumores —repetidos acríticamente— amenazan con hacer imposible la cooperación cultural con Alemania.» 

 

Observando el efecto mediático que alcanzó a tener el escándalo generado por el neonazi solitario cancelador, la resonancia de sus afirmaciones en entornos institucionales alemanes y el —predecible— repliegue de los artistas, agrupaciones e instituciones invitadas más cobardoides, la posición de ruangrupa resulta digna (por tocar el tema abiertamente, sin darle lugar a la autocensura y debilitar la suposición pendeja de que si-no-se-comenta-la-agresión-ésta-terminará-por-desvanecerse-en-el-olvido) y valiente (en la actualidad, casi cualquier agente cultural evitaría señalar un asunto tan problemático para despertar las alarmas sobre sus efectos a nivel global, de saber que no obtendrá una ganancia particular inmediata y bajo la suposición pendeja, de que si-no-se-comenta-la-agresión-ésta-terminará-por-desvanecerse-en-el-olvido). Dos cualidades que la cancelación ha logrado erradicar. 😢.

 

Notas

1.- Para un enfoque académico sobre este triste asunto véase Carl Rhodes, Woke Capitalism: How Corporate Morality is Sabotaging Democracy (Bristol University Press, 2021); para otro más generalista: Will Hutton, «“Woke” capitalism is the new villain of the right. It’s also the only way forward», The Guardian, 30 de enero 2022, https://www.theguardian.com/commentisfree/2022/jan/30/woke-capitalism-new-villain-of-the-right-only-way-forward.

2.- Una pandilla de lavaperros especializada en perseguir con tombos y militares expertos en descuartizar con motosierra a contradictores de cualquier proveniencia: líderes sociales antiextractivistas, sindicalistas, docentes, estudiantes, manifestantes y público en general.

3.- Viviana Gómez, «Miguel Polo Polo pidió ser reconocido como indígena para ganar una beca» WRadio Colombia. https://www.wradio.com.co/2022/03/17/miguel-polo-polo-pidio-ser-reconocido-como-indigena-para-ganar-una-beca/

4.-Germán Toro, «“Yo creo que he sido el negro más atacado en Colombia por racismo”: Miguel Polo Polo», WRadio Colombia. https://www.wradio.com.co/2022/03/16/yo-creo-que-he-sido-el-negro-mas-atacado-en-colombia-por-racismo-miguel-polo-polo/

5.- ruangrupa, «Antisemitism Accusations against documenta: A Scandal about a Rumor». E-flux. https://www.e-flux.com/notes/467337/diversity-as-a-threat-a-scandal-about-a-rumor

 

Bibliografía

Burmah, L S. 2021. The Curious Cases of Cancel Culture. Electronic Theses, Projects, and Dissertations. 1289, https://scholarworks.lib.csusb.edu/etd/1289

Gillespie, T. (2018). Custodians of the Internet: Platforms, content moderation, and the hidden decisions that shape social media. New Haven Connecticut: Yale University Press. 

Guillermo Vanegas
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