Internet fue el comienzo de un nuevo artista folk. La inteligencia artificial podría ser su final ** ***
**Tomado de ARTnews, 1 nov. 2024
*** Traducción: Guillermo Vanegas + ChatGPT 4o Mini
Todos quieren ser creadores. Según un informe de YouTube, SmithGeiger y Fandom Institute, el 65 % de los adolescentes y jóvenes adultos de entre 14 y 24 años se identifican ahora mismo como creadores. Pero su futuro es incierto: el auge del contenido generado por IA está amenazando su lugar en nuestro cada vez más limitado y altamente competitivo paisjae de atención. ¿De qué sirve un creador de contenido si podemos generarlo personalizado a voluntad y a gran escala? ¿Podrá sobrevivir al advenimiento de la IA generativa y la cuarta Revolución Industrial?
Creo que podemos establecer paralelismos entre el impacto de la primera Revolución Industrial en el arte popular y los cambios que se avecinan en el panorama del contenido con la aparición de la IA generativa.
Durante siglos, el artista permaneció como la fuerza creativa central de la cultura occidental. La maestría sutil de los suaves pinceladas y el inquietantemente realista sfumato del pintor renacentista, al servicio de Dios o de la nobleza, elevaban la obra y, por extensión, a su creador a la categoría de celebridad. Aún hoy veneramos a los artistas, acudimos a sus retrospectivas en museos y leemos sus biografías. Pero el paradigma está cambiando rápidamente. La asistencia a museos está disminuyendo; las ventas de películas no han vuelto a niveles PreCovid; incluso la televisión, que alguna vez fue el corazón del entretenimiento estadounidense, está viendo cómo su audiencia disminuye en favor del entretenimiento basado en internet. Actualmente, los creadores reciben la mayor parte de atención en el espacio mediático, especialmente entre generaciones más jóvenes.
El término «creador», particularmente como «creador de contenido», surgió a principios de la década de 2000 con el auge de la Web 2.0, la versión centrada en la contribución y la interactividad de los usuarios que dio lugar a las plataformas de redes sociales [de espionaje, GV]. El desarrollo de plataformas como YouTube, lanzada en 2005, contribuyó a la popularización del término. Su eslogan, «Broadcast Yourself», fue un reclamo a la autoexpresión, pero también a su transformación en «creación».
El creador de contenido se pone cara a cara con el público, dirigiéndose constantemente a la audiencia a través de la pantalla, observando el feedback en la interfaz a través de la que lo distribuye: cuando encontramos un video en YouTube, lo vemos tanto así como comentarios y likes en la misma interfaz. Cada uno de estos elementos existe como parte de un sistema cibernético, reforzándose mutuamente. Mientras algunos debaten su valor artístico y se cuestionan si los creadores son comparables a los artistas, ha quedado claro que el creador de contenido es un artista, pero, específicamente, uno popular. Un individuo que hace arte que refleja una cultura, una sociedad o una comunidad particular.
En este caso, el creador de contenido refleja las particularidades idiosincrásicas del nicho digital que habita. Por ejemplo, el contenido sobre Taylor Swift se dirige directamente a su fandom y se basa en referencias específicas que resultan opacas a quienes no están familiarizados con su historia. La creadora Ally Sheehan, ha dedicado su esfuerzo a la exégesis de las letras de Swift, videoensayos sobre su música o tutoriales sobre cómo hacer pulseras de amistad swifties. Hace dos siglos, este tipo de creación habría sido considerado arte popular tangible (las pulseras), como intangible, (las historias y los análisis).
Para muchos creadores, la elaboración de contenido es un acto devocional hacia la comunidad en la que participan. Pasan valioso tiempo produciéndolo, generalmente sin compensación. Hasta cierto punto, existen por fuera de los incentivos financieros entendidos de los medios digitales, aunque permanecen sujetos a sus fuerzas tecnológicas. El aspecto folclórico de esta práctica proviene de la autenticidad y carácter propias de los objetos tradicionales. El folklorista e historiador estadounidense Simon J. Bronner escribe en su ensayo Folk Objects, que «la noción de objeto folclórico tiende a enfatizar lo hecho a mano sobre lo producido por máquinas». Aquí, lo hecho por fans o lo no corporativo reemplaza a lo hecho a mano, siendo la producción «auténtica» de un individuo para una comunidad y no por una empresa con fines de lucro. Sin embargo, de la misma forma en que los artistas populares fueron impactados por la Revolución Industrial, la generación actual está puesta en peligro por la inteligencia generativa.
La Revolución Industrial llevó a pasar de objetos hechos a mano a aquellos producidos en masa, democratizando el acceso a materiales y herramientas. La invención de tintes sintéticos, pigmentos manufacturados y nuevas herramientas permitió a los artistas populares modernizar su práctica. Se puede esperar un impacto similar en los creadores de contenido: un cambio hacia la producción algorítmica y la democratización del acceso a herramientas de creación digital. En una primera ola, dos innovaciones tecnológicas impulsaron el número de creadores: la multiplicación de canales de distribución de acceso abierto permitió a los usuarios distribuir su trabajo, en teoría, a millones de espectadores potenciales. Además, la mejora y democratización de herramientas creativas llevó a un aumento en el número de creadores. El software de edición de video temprano era altamente especializado y el equipo para producirlo bastante costoso.
Sin embargo, esta reducción de la barrera para la creación ha introducido incentivos perversos, desafortunados para individuos que intentan aprovechar la economía de la atención. El zine de Matt Klein, Audience Capture, detalla las dinámicas que se ponen en juego en plataformas donde los creadores son claramente conscientes del rendimiento de su trabajo a través de las métricas. Este enfoque les aleja de la expresión auténtica —atributo crucial del arte popular— y los conduce hacia la generación de contenido optimizado para el éxito algorítmico, a expensas de la originalidad y la sinceridad. Klein utiliza el epónimo «captura de audiencia» para denotar el progresivo desvío hacia el contenido más popular, donde el impacto de la IA generativa es bastante severo. En una lucha por la atención de la audiencia, los creadores se ven empujados a optimizar contenido en detrimento de autenticidad.
La posibilidad de crear contenido de manera programática permite la realización de pruebas A/B, un método común de investigación de usuarios en el que generalmente se muestran dos versiones a diferentes segmentos de audiencia para evaluar cuál tiene mejor rendimiento. Dado que el desarrollo tecnológico no ocurre en el vacío ni en una economía creativa perfecta, las dinámicas existentes dictan el camino de la tecnología. En este caso, la IA generativa se implementa en un mercado donde el ganador se lleva todo, pero siempre sesgado por los contenidos que generan dopamina. La preferencia por contenido producido por IA recuerda cómo los objetos producidos en masa reemplazaron lentamente a los hechos a mano. Facebook [¿quién mira esa mierda?, GV] está repleto de contenido generado por IA y recibiendo likes y comentarios.
Además: ¿cómo encajan los artistas digitales que utilizan herramientas generativas como medio principal en todo esto? Pensando en la demanda en curso entre las empresas generativas y tres artistas digitales. (1) ¿Se les puede considerar artistas populares? ¿Cualquier uso de IA puede descalificar a un artista bajo estos términos?
La ubicuidad de la IA generativa representa un riesgo de desplazamiento económico significativo para una clase creativa ya precaria. Mira Murati, de Open AI, hablando en Dartmouth College el pasado junio, dijo sobre las nuevas herramientas desarrolladas por su empresa que «algunos trabajos creativos tal vez desaparezcan, pero tal vez no deberían haber estado allí en primer lugar».
De manera optimista se puede afirmar que surgirán nuevas oportunidades tras este desplazamiento, pero hay poca evidencia que respalde esa afirmación. Y si la historia se repite, el panorama es sombrío. En general, los artistas folclóricos locales en busca de trabajo durante la Revolución Industrial migraron a centros urbanos donde los empleos eran abundantes pero las condiciones laborales pésimas. Aquellos que mantuvieron su práctica lograron hacerlo mientras elevaban sus productos hacia un mercado más exclusivo y cultivaban una clientela más gomela. Esto significaba que el público quedaba relegado al consumo de bienes producidos en masa, mientras que el arte folclórico terminaba convertido en cosa´e ricos.
Es probable que esta sea la posición del arte folclórico digital, las creaciones impulsadas por la comunidad que emerge de las subculturas de internet y refleja los valores y la estética de comunidades digitales específicas. En respuesta al volumen de contenido generado por IA, la singularidad del contenido auténtico generado por usuarios, específicamente el creado por humanos, provocará un renacimiento, lo que Marshall McLuhan llamaría «inversión». El contenido generado por usuarios sería una forma de resistencia (como el vinilo en la era del MP3 o la cámara en la era del iPhone). Para combatir el impacto de la IA generativa, los creadores necesitarán cultivar relaciones más cercanas con sus consumidores, alejándose de plataformas masivas y yendo hacia espacios digitales adaptados a sus comunidades.
El resurgimiento de plataformas tipo Discord o Patreon demuestra este tipo de resistencia: los creadores cultivan comunidades pequeñas e íntimas. Por ejemplo, ContraPoints, creadora de YouTube conocida por videoensayos de larga duración sobre temas sociopolíticos, utiliza Patreon para ofrecer contenido exclusivo y actualizaciones a sus seguidores, lo que construye una conexión más directa y significativa fuera de las plataformas masivas. La creadora y periodista Jules Terpak hace lo mismo con un Discord privado, junto con su Substack semipúblico y sus videos públicos en YouTube.
Es en esos espacios, alejados de los algoritmos que optimizan sin piedad, donde se formarán nuevos públicos. Aunque la IA reduce la barrera para la creación, ahora también baja la barrera para una hiperoptimización sin sentido. Cuando el artista folclórico actúa ante un público de computadoras, la obra deja de servir como narrativa arraigada en una cultura específica; en su lugar, queda subordinada a las métricas, a ser optimizada para ser legible por un algoritmo en constante cambio. En la búsqueda de satisfacer al algoritmo, la progresión dicta que el contenido se cree en masa para probar cuál tiene mejor rendimiento.
Al elegir plataformas impulsadas por algoritmos, los creadores se exponen a sus propias realidades. Como nos recuerda la escritora Fran Lebowitz, «la cultura es una calle de doble sentido [y] una audiencia selectiva [hace] que la cultura sea mejor». La yuxtaposición de los algoritmos de alimentación y la IA generativa descentra los deseos de una audiencia humana en favor de métricas impulsadas por algoritmos. Los creadores necesitarán encontrar alternativas si quieren sobrevivir. De lo contrario, el creador de contenido será un artista folclórico condenado a actuar sin cesar ante una audiencia de computadoras en aceleración.
Notas
1.- Véase, ReiserX, «Artists’ Lawsuit Against AI Companies Moves Forward in Landmark Copyright Case», Medium, 13 de agosto, 2024.