Como a pocos -en Colombia- a Luis Ospina le interesó crear su propio mito, que parte de su obra fuera en sí un tributo a sí mismo, y a sus pocos buenos amigos. Ospina es reconocido principalmente por sus pocas -no tan malas- películas, algunas de culto como Agarrando pueblo (1977), que aparte de acuñar el término porno-miseria es quizá el primer corto colombiano donde alguien -el codirector Carlos Mayolo- se mete una raya. En un país sin cine, Ospina recibió -paradójicamente- el pomposo Premio nacional “Toda una vida dedicada al cine” (2010), equivalente a una medalla nacional de salto en esquí olímpico, un premio inaplicable, pero que deja ver el cariño, la admiración y el respeto que el gremio audiovisual y el campo de la cultura en general, tuvieron por él.
Aparte de sus esforzados resultados fílmicos, Ospina recorrió por necesidad otros oficios del cine como editor, y posteriormente dio un salto a la televisión qué es relativamente conocido. Este cool runner de los medios audiovisuales, realizó en Cali en el no tan lejano fin del siglo pasado una serie de documentales diversos que se emitieron en su momento en la television regional y que constituyen buena parte -difícil de acceder- de su obra. Con Todo comenzó por el fin (2015), que tanto debe al Relámpago sobre agua (1980) en la que Wim Wenders sigue los últimos días de su héroe Nicholas Ray, Ospina nos dejó una larga recapitulación sobre su vida creativa, la de sus entrañables Mayolo y Caicedo y un testimonio de una larga hospitalización que casi lo deja fuera de cuadro.
Menos de un lustro después y antes de su deceso (2019), Ospina había dejado entrar al curador, crítico y ensayista Guillermo Vanegas a su archivo, permitiéndole desarrollar una beca de curaduría histórica (FUGAA) sobre su obra total. Como resultado a fines de 2020 aparecen la curaduría y libro El corolario es casi inevitable, una disección metodológica que recorre 50 años de vida creativa. Y aunque Vanegas no escapa al mito y no puede dejar de intentar una vez más, como lo han hecho otros, el descifrar el mito del grupo de Cali, se enfocó principalmente en una producción audiovisual engavetada, que pocos conocíamos y que viene a enseñarse crucial para entender mejor a Ospina. Inesperadamente, Vanegas se ocupa de evaluarle como a un realizador de television, un oficio que acaba siempre por fuera de los estudios en la historia de los medios audiovisuales ode los argumentos curatoriales, a la vez que intenta categorizar el pensamiento de Ospina como autor, y para ello recurre a segmentos de sus obras, desde inicios de los años 70 hasta el final, sumando trabajos de estudiante, segmentos de sus peliculas -desde su film de terror serie B Pura sangre a su celebrado Un tigre de papel-, y sus indagaciones documentales sobre Cali en video, entre otras cintas.
Dividida en polípticos, la curaduría forzosamente virtualizada fue así mismo promocionada por el curador, quien a través de diversas plataformas prescribió píldoras periódicas que cumplían el tratamiento con el que curo al incurable Ospina. Y se puede decir que tuvo éxito, porque actualizo el legado de su paciente a la altura -o a la bajeza- de los tiempos inmediatos de las redes sociales, renovando también las ideas con las que se le identifica sin dejar de señalar sus reiteraciones, sus tics, sus guiños, y por encima de todo, y es lo que parece interesar más a Vanegas, su estrategia total y la auto construcción de su personalidad artística.
Sobre Ospina habrá mucho o poco que decir -el corolario es casi inevitable-, pero esta guía práctica a su obra, estructurada como una aproximación metodológica, con la sistematización y categorización que le son tan útiles a Vanegas, son en resumen un acierto investigativo y curatorial, producto de dos becas, una de investigación en curaduría histórica y otra de producción curatorial, y a diferencia de los resultados de tantas otras de este tipo, desconocidas excepto para el ganador o ganadora y la institución, en este caso Vanegas compartió su resultado de una forma generosa y efectiva: la curaduría virtual y su materialización en estado sólido, el libro. Teniendo eso sí, el cuidado de no clonarlos y llegando a una publicación a tener en cuenta que probablemente tenga una vida ulterior más prolongada que su versión expositiva, limitada por los derechos de uso de los videos del artista.
Con este rejuvenecimiento estético de Ospina, cabe imaginarse obviamente el resultado de una curaduría similar sobre Carlos Mayolo, el más disloco miembro del tridente de la sucursal del cielo -el segundo obviamente es nuestro bienamado Andrés Caicedo-. Mayolo escribió poco y bien, como hizo Ospina, dirigió cine y realizó su mayor obra para televisión, desde seriados como Suspenso 7:30 a telenovelas, el género dónde produjo su obra cumbre: Azúcar, que quizá valga mirar una vez más y atentamente, en su análisis del modelo colonial económico y racial del valle del Cauca en la segunda mitad del siglo 20.
Finalmente, me queda la sensación que Vanegas produjo este par de obras -la curaduría y el libro- para los no iniciados, para quienes por su edad apenas llegan al trabajo de Ospina y son ajenos a su mito, qué es en esencia un mito generacional. A titulo personal, recomiendo escuchar a Luis Ospina en Mi banda sonora, disfrutar su emotiva e ilustrada selección musical, y leerle en su compilación de textos cortos y artículos -bienhumorada y honesta- Palabras al viento: Mis sobras completas (2011).
https://caracol.com.co/programa/2016/03/26/a_vivir_que_son_dos_dias/1459009639_643639.html
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