Some Economies. Aceleracionismo sincero XIII, Alejandro Sánchez*

 

 

«La globalización, la política internacional y el cambio climático: cada uno de estos sistemas da forma a nuestro mundo, pero sus efectos son tan extensos y complicados que resulta difícil ubicar nuestra experiencia dentro de ellos.»

Nick Scrnicek y Alex Williams (1)

La cuestión aquí es reconocer un problema, saber que se debe resolver, ignorar cómo, no hacer nada y, cada cierto tiempo, sentirse mal por eso. No sólo desde Federici, Butler o Jameson (2), sabemos que alguien o algo debe pagar por el desarrollo económico. En la mayoría de casos, la metáfora del aprendiz de brujo incapaz de controlar las fuerzas desatadas por su curiosidad ha servido para denotar el impacto de nuestro nivel de vida en múltiples esferas. Pero en nuestra cotidianidad ni siquiera podemos compararnos con eso. Cuando el aburrimiento nos permite reflexionar en nuestras casas y nos preguntamos asuntos re-al-men-te im-por-tan-tes, jamás pasamos de indagar qué habrá más allá del mecanismo —generalmente pequeño— que accionamos para tener cualquier cosa —generalmente inútil. Luego, a nuestro computador —que casi nunca apagamos—, a nuestras redes —que son trampas— sociales y a darle like a las publicaciones que afirman que nosotros-somos-la-plaga. Ni siquiera alcanzamos a curiosos.

 

Nos encantan los sistemas complejos pero no sus externalidades: vivir en ciudades enormes, consumir demasiado azúcar, ir al mercado a doscientos metros de casa en automóvil, dormir en pisos altos o parir a lo que dé. Y sabemos lo que ello implica pero nuestra respuesta siempre es inconsciente, mediana y abiertamente cínica: o hacemos como si no lo supiéramos, o si lo supiéramos y no nos importara o lo supiéramos y lo enfatizáramos. Esto está muy mal, la verdad. Pero —siempre hay un momento para las preguntas retóricas—, ¿quién va a empezar a renunciar a sus comodidades en nombre del bienestar general, a emascularse antes de haber apoyado la gestación de otro consumidor compulsivo, a abandonar la ciudad que habita para buscarse un trabajo 60% peor pagado?

El correlato de este problema es el slogan del crecimiento infinito. Uno que nos  repiten —y nos repetimos— constantemente y que se materializa cuando leemos a la estúpida, es decir, de forma no dialéctica, a cualquier autor del naturalismo francés para creernos completamente que

«… mañana se descubrirá la navegación aérea, el hombre habrá conquistado el espacio como habrá conquistado los océanos. Mañana podrá comunicarse de un extremo a otro de la tierra sin hilos ni cables. La palabra humana, cualquier movimiento humano darán la vuelta al mundo con la rapidez de un relámpago… Siempre será la ciencia, amigo mío, la revolución invencible que emancipe a los pueblos con más paz y más verdad. Hace ya tiempo que habéis borrado las fronteras con vuestros ferrocarriles que se prolongan sin cesar, cruzan los ríos, horadan las montañas, juntando todas las naciones en las mallas cada vez más espesas y fraternales de esta inmensa red…» (3)

Es decir, nos imaginamos ante un paisaje pletórico de promesas pero nunca pensamos cómo llegamos hasta allí, por qué tenemos tiempo para verlo y cómo vamos a devolvernos. Por eso, cuando nos repetimos un inventario de logros como el descrito por Emile Zola estamos en el mundo pleno de los sueños infantiles. Sin razón alguna sabemos que de la mano de unos desarrolladores de tecnología bondadosos (casi) todo va a mejorar. Pero el autor francés también nos recuerda que la tarea no es fácil. Sobre todo porque obliga a pensar en las desviaciones particulares de quienes se implican en introducir cualquier tipo de avance. Nuestro problema es que fuimos educamos a punta de prensa generalista y eso nos incapacitó para hacer preguntas o enfrentar la realidad con una mirada pragmática. Nuestro problema es que jamás pensamos que en algún lugar del mundo alguien se esforzó porque gente como nosotros tuviera este nivel de vida. 

1.- Sabotaje a los competidores

 

Caso contrario del artista Alejandro Sánchez, quien desde 2008 decidió materializar estas preocupaciones oponiendo su versión de los hechos al optimismo generalizado traducido en búsqueda de fortuna y pautas de adquisición. Desde hace doce años Sánchez se acercó a la retórica de autores como Zola en un intento por articular las nociones de evolución y revolución para su tiempo. Con el proyecto Some Economies, éste artista ha actuado como testigo ajeno a la moralización o como heraldo de aquel pragmatismo que tanta falta hace, para evidenciar que aunque la especie —o los más pobres de la especie— no tenga esperanza, es posible señalar algunos de los factores que configuran esa problemática y, si se quiere —o sus directos responsables quieren—, aquellos podrían resolverse.

El germen de este amplio plan de trabajo se dio en una pintura donde Sánchez replicó los procedimientos que venía aplicando una década antes: la elaboración crítica de la imagen de circulación masiva yuxtaponiendo en el lienzo fotografías tomadas de medios generalistas. 9/11, Coke (2008), era un rectángulo horizontal pintado de blanco, dominado por un cuadrante azul claro, en cuya parte superior se veía la estela de un avión surcando el cielo junto al que había una botella de Coca-Cola a medio consumir. Allí el autor intentaba reflejar el cúmulo de variables sociopolíticas que acompañaron la interpretación del atentado del 11-S, la forma en que éstas avasallaron la facultad de comprensión del espectador promedio y el modo como éste abrazó casi instantáneamente formas degradadas de misticismo para darle forma a eventos contemporáneos de magnitud. Sánchez constataba que en el auge del capitalismo tardío, el humano no había dejado de reaccionar como viene haciéndolo desde la infancia de la especie (ante hechos aparentemente inexplicables e infradotado con lo poco que ha aprendido mal a través de sus pantallas, lo primero que hace es buscar saberes supraterrenos que lo ubiquen a la maldita sea en el maremagnum de la realidad), añadiéndole un toque de humor: comprendió que el colapso de las Torres gemelas no sólo inauguraba el siglo XXI sino que, también, había empezado a mostrar las goteras por donde se colaba la sangre que había alimentado la economía del corto imperio estadounidense. Por eso, la botella de refresco cancerígeno abandonado.

Entonces estrenó Some Economies como expresión adecuada para definir todo este proceso en una pintura homónima de 2010. Volviendo a la estrategia de dividir el lienzo por cuadrantes, adaptó en formato vertical la representación de dos fotografías. En la que dejó arriba un hombre blanco, en medias y vestido cuadriculadamente, estaba acostado boca abajo sobre una pelota suiza —juguete con el que los adultos se ilusionan pensando que se ejercitan, relajan o posponen el infarto—, en medio de un paisaje desolado. El hombre parecía, nunca mejor dicho, muerto-de-cansancio por no hacer. Bajo él, una mujer de aspecto oriental vestida con brassier en medio de un fondo negro rectangular proporcionalmente más pequeño. Parecía haber sido captada mientras se echaba hacia atrás luego de haber recibido un impacto. Desde la perspectiva de Sánchez, la variable económica se traducía aquí en la caracterización de personajes. Arriba, varón ataviado como brooker genérico. En medio, pelota suiza deformada. Abajo, mujer semidesnuda. Arriba, varón que descansa. En medio, Pelota Suiza deformada. Abajo, mujer en trance de ser agredida. Arriba, varón empleando su tiempo en respirar. En medio, Pelota Suiza deformada. Abajo, mujer detenida en su tiempo mientras sufre. Arriba, varón pareciendo satisfecho con su vida. En medio, Pelota Suiza deformada. Abajo, mujer demostrando su frustración. Con esta pintura Sánchez quería representar como inofensivo al sujeto responsable de la explotación de una persona. De manera bastante similar a cuando el sistema económico contemporáneo se vende como —un hampón— imprescindible, pero amable.

En la explicación de nuestro modelo de desarrollo propuesta por Nick Scrnicek en Capitalismo de plataformas, el autor recuerda que para perfeccionar la tecnología de datos  actual el modelo de producción global debió adoptar primero al mercado como lenguaje universal, poniendo particular énfasis en el «imperativo sistémico de reducir los costos de producción con relación a los precios» (4), bajo una serie de procedimientos que resultan la mar de interesantes: «adopción de tecnologías y técnicas eficientes en el proceso laboral, […] especialización y […] sabotaje a los competidores.» (5) Lo cual, además de abaratar costos, depauperó aún más a los trabajadores asalariados: «[la implantación de] tecnologías de descalificación habilitan a que lleguen trabajadores más baratos y más sumisos y reemplacen a los calificados, y también habilitan a que los procesos mentales del trabajo se transfieran a la gerencia…» (6)

Esta teorización, glosada por Sánchez, vendría a resolver la pregunta por el responsable del guantazo que recibió la mujer de su pintura. Ese sujeto amortiguado por una Pelota Suiza que, como su apellido indica, refiere al paraíso fiscal más querido y mejor valorado de la economía mundial y, coincidencialmente, cuna de los curadores más mediáticos de la historia del arte contemporáneo… (7) Pero este texto no trata sobre geografías privilegiadas en la construcción de hegemonía dentro del arte contemporáneo, sino de flujos de riqueza. De riqueza que se disuelve en su representación.

 

Notas  

* Este texto hace parte del libro Some Economies, Alejandro Sánchez Suárez, Galería La Cometa. Bogotá: 2020.

1.- Nick Scrnicek y Alex Williams, Inventar el futuro. Postcapitalismo y un mundo sin trabajo. Malpaso, Barcelona, 1995. P. 20.

2.- Silvia Federici, Calibán y la bruja. Mujeres, cuerpo y acumulación primitiva. Traficantes de sueños, Madrid, 2010. PDF; Judith Butler, Precarious Life. The Powers of Mourning and Violence. Nueva York, Verso, 2004; Fredric Jameson, Una modernidad singular. Ensayo sobre la ontología del presente, Gedisa, Barcelona, 2004.

3.- Emile Zola, citado por Francisco Caudet el estudio preliminar de la novela Trabajo, Ediciones de la Torre, Madrid,1991. P. 92.

4.- Nick Scrnicek, Capitalismo de plataformas, Caja negra, Buenos Aires, 2018. P. 17.

5.- Ibíd.

6.- Ibíd.

7.- El chiste malo no es mío, sino del aburridísimo Hans Ulrich-Obrist. Lo dijo en ese micromanual de curaduría que ha vendido como la panacea del acceso a la comprensión de la labor curatorial —un chiste peor. Véase Hans Ulrich-Obrist, Ways of Curating. Penguin Books, Gran Bretaña, 2014.

Guillermo Vanegas
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