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Se trata de alguien que aparece a veces como director —pero, casi siempre, como codirector— de una feria con nombre de salario mínimo colombiano. Modelo de negocio para arte contemporáneo tipo Rappi que lleva años haciendo furor entre la parte menos crítica de los productores visuales y gestores nativos. Atendiendo las miniexpectativas de un mercado del arte local sin expectativas, esta feria-del-todo-a-mil ha inflado los sueños de un sector que vive de creer que aquí 1.- hay mercado; 2.- éste va más allá de Bogotá; 3.- jamás incorporará recursos mal habidos; 4.- beneficiará a lxs artistas.   

Y esa persona se ha encargado de promover su empresa adoptando la diversificación: franquicias especializadas en pasar con más pena que gloria en ciudades donde le han comprado la moto. Esta cuestión, por paradójico que suene, ha sido su mayor éxito. Como sucede con la arruinada ArtBo, la feria-Dollar-City ha servido para enseñarle a una nada despreciable proporción de público que lo único que tiene que ver con arte contemporáneo nacional es notas de prensa malas. (Incluso, pero esto es otro tema, considero que el recrudecimiento de la egomanía de Doris Salcedo tras la firma del Tratado de paz con las FARC se relaciona con esa misma mediocrización masiva del discurso sobre las artes desde los mass mierda: más pantalla que palabra.)

Nada qué extrañar sabiendo que nuestro periodista y autor de sonadísimos coffee-table books, no ha tenido empacho en afirmar que fue sólo hasta la publicación de su libro —atención Poncelievers—, que se dieron a conocer nombres de artistas como Miguel Ángel Rojas o José Alejandro Restrepo. O, peor, cuando propone el ouroboros de la adicción a la mercadotecnia para entender la terrible situación económica de los productores visuales de base en el país: «[el altísimo número de artistas que aplican a su feria] habla mucho de la importancia de la feria, [de] la necesidad de la feria para los artistas

Pero el asunto aquí no es su biografía, sino el modo como opera la alianza entre su feria y un medio periodístico como La Silla Vacía. Que, en el caso de publicaciones como la que provoca este escrito, estira la mano con cuestionables llamados al altruismo. Es decir, mediante motorsitos de ansiedad movidos por arte y necesidad, exige a quien lee que deje la silla vacía y corra a comprar la obra mencionada. O, si puede oponerse a tanta perentoriedad, se pregunte: «¿acabo de leer una opinión en un artículo que busca influir en mis hábitos de compra?», «¿Por qué se publica eso en La Silla Vacía?»

Como sucede a quienes nos concentramos en la crítica institucional, la pluma de esta persona descuida las virtudes de la obra para hablar de otras cosas. En su caso, cualidades para la venta. Algo raro, si la cuestión es de pragmatismo. Bien haría el periodista-vendedor en evitar circunloquios y limitarse a publicar cuadros de excel con proyecciones de especulación del precio de la obra en mercados internacionales. Perdería (y nos haría perder) menos tiempo.

Una digresión ante el argumento neoliberal de todxs-lxs-artistas-siempre-deben-poder-vender, que seguramente saltó hace rato: eso está muy bien, pero no a cualquier precio. No por medio de sobredosis de falsa crítica de obra para metérsela a las malas a coleccionistas despistadxs; no incidiendo en el mercado desde la tribuna de un medio reputado; no exacerbando las condiciones de origen del productor visual para aflojar más rápido el bolsillo; no sirviéndose de las condiciones socioeconómicas del país para reiterar la pertinencia de la obra vendida; no con una campaña de medios donde anuncia que cada ocho días va a repetir la estrategia de poner obras en saldo:

 

 

El 23 de enero de 2022, apareció en la sección Arte de La Silla Vacía un texto con el anómalo título de «¿A cómo la naranja?» Sin distraernos en el chiste pendejo sobre la política (para asesinar) la cultura en este gobierno, el protagonista de este post ofrecía dos cosas: poesía terrible y promoción a la maldita sea. Para ello presentaba una obra que «es un mundo de confrontaciones» la cual, para añadir tensión dramática a la vaina, había sido realizada por una persona que, como todxs en este gremio, enfrenta la precariedad con cálculo. Contraponiendo el cliché Dedicación laboral vs. Realización personal (en su feria), el periodista decía:

«Una vez [el artista] regresó a Bogotá y después de dedicarse a la docencia, renunció para apostarle a su proceso creativo. La feria del millón lo llevó a pensar en el carácter mercantil del arte, pero, de paso, el de la vida […] Se enfrentó a la paradoja de dejar de devengar un salario fijo en la universidad donde trabajaba para vivir de su creatividad…»

Para subrayar la profundidad reflexiva de la obra, en ella el artista mostraba un implícito homenaje a la condiciones de explotación que lo habían llevado a dejar de perder tiempo dictándole clase a gente que no lo quería escuchar para empezar a ofrecerle arte a gente que no le quería comprar. Codirector de feria:

«Para la Feria del Millón Caribe 2021, [el artista] empleó el papel que se usa para liar cigarrillos, un soporte muy frágil, delgado, para plasmar escenas de subastas de obras de arte famosas mundialmente.

«En formatos diminutos, en pequeñas cajas transparentes, estas imágenes jugaban con la paradoja de estar en una feria donde los precios son accesibles y los escenarios máximos del mercado del arte donde se mueven millones y millones de dólares. Con detalles muy precisos a pesar del tamaño, se ven [sic] a los “martillos” ofreciendo El Grito de Munch u obras de Warhol.»

 

Y si todavía había alguien que se le resistiera, el columnista remataba con un epílogo de economía política cínica, donde

 

Feria≠Subasta > Feria=Buena/Subasta=Mala:

 

«[Nombre de la obra] … se llama el proyecto donde las cifras desbordadas contrastan con la “ilusión” de los artistas de vivir de lo que hacen. Así como en la feria los jóvenes encuentran la opción de mostrar lo que los apasiona, las subastas parecen una meta impuesta, como si tuviera que ser el fin último del éxito.

«Esa contraposición es una metáfora del día a día; de la convicción de vivir de lo que a uno le gusta a pesar de un mundo cada vez más desigual, complejo, de ideales postizos, representado, por qué no, en esas miniaturas del mercado billonario del arte.

«¿Realmente una obra debe costar cientos de millones de dólares? A pesar de todo, la vida consiste en mantener las ilusiones verdaderas, en luchar para que no se desvanezcan como el humo.»

 

Y, por qué no, cierra con un:

«Para los interesados en obras de [Nombre del artista] visite www.feriadelmillon.com o escriba a info@feriadelmillon.com Si es SuperAmigo de La Silla Vacía, tiene el 10 por ciento de descuento.»

Brillante.

 

 

Diego Garzón Carrillo

¿A cómo la naranja?

La Silla Vacía

23 de enero de 2022

 

*Agradecimiento a Anónimo externo.

Guillermo Vanegas
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