Primera carta abierta a Gustavo Petro

 

Cordial saludo, candidato. En lo personal, la semana que concluye ha sido una batahola emocional. Ha habido tantas y tan variadas noticias que relacionan al campo artístico local con su campaña que ¡no sé por dónde empezar!

O sí.

¿En serio va a poner como fórmula vicepresidencial a una persona experta en demostrar que tras toparse con la dirección de la Feria de Arte de Bogotá lo único que decidió hacer fue cumplir su sueño de replicar los principios del Consenso de Washington contra el sector de las artes visuales de Colombia?

Es decir, sí. Durante este último gobierno de Álvaro Uribe quedó claro que la Vicepresidencia de la República era el mejor espacio para que cualquier ser se humille y se humille y se humille. Pero, ¿por qué no llevarle la contraria en eso al uribismo? ¿Por qué hacer un cálculo político tan desafortunado? ¿Por qué no reposicionar un lugar con semejante visibilidad para desencadenar desde allí una verdadera agencia política?

Le hablo de un asunto muy importante: que desde el Estado se comprenda a la cultura como motor de desarrollo del país e incluso, la región. No como generadora de propaganda ni reproductora neoliberal estéril de vástagos estériles. Sino como espacio desde el cual debatir la mejor manera de dirigir la realidad desde las tenebrosas sendas del expolio presupuestal estructural en que se encuentra, hacia la administración de la prosperidad propia.

Para lograr lo anterior, se deben contemplar dos ejes: el de la gestión de la producción artística contemporánea y el del cumplimiento de los acuerdos de paz en su capítulo de impulsar una libre y sostenida producción de memoria histórica.

Por ahora hablaré del primero. Sé que sabe del insulto a la inteligencia llamado Ley Naranja y el azote que significa para el sector cultural de base en el país. Por lo mismo, le sugiero reemplazar esta visión tecnocrática (donde el Ministerio de Cultura terminó asumiendo (mal) las funciones de los de Industria, Comercio y Desarrollo), por una más cercana al apoyo de procesos de producción y circulación desde las bases profesionalizadas del sector y de quienes pertenecen a él con estudios superiores.

De comprender esa distinción podrá desarrollar mecanismos para responder a las expectativas de cada subsector.

Todo depende de derogar esa penosa Ley. De empezar por allí logrará establecer diálogos eficaces (no paternalistas ni pornomiséricos) con organizaciones dedicadas a promover prácticas vernáculas evitándoles pasar por ese caminito de la infamia donde a un lado están los funcionarios encargados de secuestrar el presupuesto regional y al otro sus lavaperros —o viceversa—, que las someterán al manoseo clientelar típico de este país («¿necesitas un espacio para presentar tu Festival? Vota por mí»). Es más, desinstituya esa práctica como endémica y habrá logrado demasiado.

Respecto a quienes egresarán de facultades universitarias de artes. Hágase asesorar de personas que escuchen el cambio demográfico que vive la formación en artes a nivel de pregrado y postgrado. Por esa vía notará que al interior de estas instituciones hay un profundo malestar respecto a su deliberada separación de  los contextos donde operan.

Sí, la persona que está cualificándose en artes plásticas y visuales no sólo quiere hacer arte y excelentes memes, también desea influir en su contexto.

No quiere someterse a ferias que instrumentalicen su precariedad ni aspirar a plazas profesorales cada vez más exiguas y peor remuneradas, también quiere influir en su contexto.

No intenta asumir la migración como única vía de realización para influir en su contexto o encarar de lleno el desempleo. De verdad, también quiere influir en su contexto.

 

De hacer esto notará, candidato, que es imprescindible la reforma absoluta del Sistema Nacional de Cultura, para que en realidad cumpla con el objetivo de posibilitar «el desarrollo cultural y el acceso de la comunidad a los bienes y servicios culturales según los principios de descentralización, participación y autonomía.» En breve, que deje de ser la parte dos del caminito de la infamia que le mencioné más arriba.

Por ahí podrá empezar a recuperar la confianza del grueso del sector que representa el Ministerio de Cultura, asunto que ahora mismo está enfrentando una crisis gravísima, pero no porque la instauró el uribismo, irresoluble.

 

Dejó aquí esta misiva, mientras me dedico a perfeccionar la siguiente, que le haré llegar la semana siguiente.

 

Atentamente,

Guillermo Vanegas
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