Patricia Ariza y nuestro 4% de responsabilidad

El nivel de alivio que sintió el sector tras el nombramiento de la nadaísta Patricia Ariza como Ministra de Cultura del gobierno de Francia Márquez y Gustavo Petro no fue para menos. Sobre todo porque es alguien que ha navegado las aguas de la gestión no vampírica —menos ferias de-lo-que-sea-en-lote-sin-servicios, más festivales de proyección internacional—, reconoce los frágiles vínculos de la producción creativa con la economía real, no deja de moverse como autora y desea, de verdad, que ésta deje de ser aquella carterita destripada que cualquier hampón de cuello naranja dejó tirada a la salida de una estación de Transmilenio. 

Además de que su nombramiento implique (al fin) que el país reconozca que un cargo ministerial sea ejercido por alguien relacionado con el área que representa, trae otras beneficiosas consecuencias. Por ejemplo: que los funcionarios a su cargo dejen de dedicarse a perfilar artistas, que (al fin) se le quite a este Ministerio el papel de idiota útil en proyectos de especulación inmobiliaria en clusters turísticos improvisados, que se dejen de utilizar los pocos proyectos de estímulos que aún quedan para sobornar voces críticas emergentes o que se deje de subsidiar microempresas de-lo-que-sea-metidas-en-cualquier-lote-sin-servicios. 

A partir de lo dicho en varias de sus entrevistas, la definición de cultura de Ariza apunta más hacia la práctica antropológica que al negocio inflado. A la validación bajo criterios técnicos —para financiarlas mejor— de iniciativas espontáneas/tradicionales de comunidades de base, en vez de exonerar indiscriminadamente de impuestos a emprendimientos de-lo-que-sea-metidos-en-cualquier-lote-sin-servicios. O también, al reconocimiento de que es imprescindible construir relaciones con áreas de inversión estatal social más potentes como las de Educación y  Comunicaciones. 

De hecho, esta semana la propia Ariza emitió un pronunciamiento que iba por esta vía. Según el periódico conservador La República, la ministra comentó en el marco del retiro espiritual del partido de gobierno en la ciudad de Medellín que «la telefonía produce un capital impresionante, entonces un apoyo de la telefonía a la cultura es necesario. Ojalá fuera de todas las instituciones porque la cultura es transversal a todo». A su vez, en el portal Wradio Colombia se ampliaba la información aclarando que «en la presentación de la propuesta de la ministra delegada, [Ariza] indicó que se debe hacer una “ampliación de la Base Gravable Impuesto Nacional al Consumo a la Telefonía Móvil, apalancar un proyecto de ley que permita reducir de 3 UVT a 1 UVT el recaudo del impuesto nacional al consumo de telefonía móvil, ya que este recaudo es una fuente de financiación fundamental para el sector cultura y ha venido decayendo pues los operadores privados cada vez ofertan menos planes que superan las 3 UVTs”.»

(Una UVT (Unidad de Valor Tributario) es una medida estandarizada que «se utiliza para calcular el monto de las responsabilidades estatales en Colombia, como […] los pagos fiscales» u obligaciones tributarias.)

Desde esta perspectiva se abre una reflexión a tres bandas:

1.- Ariza rompe la cadena de humillación presupuestal a que el uribato sometió desde siempre a este Ministerio: en vez de una irresponsable desfinanciación anual, diseña métodos racionales para incrementar recursos. Con ello, podría incluso lograr su vinculación con las carteras de Educación y Comunicaciones en mejores condiciones —no un Ministerio de Cultura sometido a las políticas de su hermanitos gomelos; sino uno con la potencia económica suficiente para dialogar de tú a tú con ese par.

2.- Ariza practica la teoría: si a pesar de pertenecer a privados extranjeros, las plataformas de comunicación celular siguen generándole una ingente cantidad de recursos al Estado ¿por qué no entrar a hacer que quienes las activamos/aprovechamos/explotamos nos responsabilicemos un 4% por las consecuencias de su uso masivo en nuestras prácticas de consumo o contacto social, es decir, en nuestra cultura cotidiana? 

Por otra parte, de seguirse la línea de «la cultura es transversal», no deja de aparecer la posibilidad de que esa reflexión aplique a modelos expertos en zafarse del fisco. Por ejemplo, si la idea es desengatillar el discurso alrededor de la paz, bien valdría empezar a mirar hacia la ausencia de Iglesias de toda laya dentro del panorama tributario del país. Más allá de la justicia poética (sectas patrocinando indirectamente obras de colectivos ideológicamente antagónicos), empieza a ser hora de que quienes manejan los asuntos ultraterrenos paguen por los enormes beneficios económicos que generan en este mundo. 

3.- Una advertencia. Ya antes de la llegada de Ariza al Ministerio de Cultura éste se encontraba secuestrado/apendejado por el mandato neoliberal de la economía creativa. Esta triste situación, en el caso del sector de las Artes Plásticas y Visuales, implicó el sometimiento de sus políticas al despistado devenir de la Feria de Arte de Bogotá, a entregarle (más) dinero a ese evento clasista para alegría de sus promotores clasistas (y racistas), a conciliar con él la programación de planes de trabajo anuales para que la Feria drenara (más) la programación artística oficial en Bogotá, a generar becas específicamente dirigidas a galerías afiliadas a la Cámara de Comercio de Bogotá, a destruir el Premio Nacional de Crítica bajo el imperativo de reemplazar criterio por consultoría. Es verdad que el sector de las artes visuales venía jodido desde antes de la pandemia, pero a ese diagnóstico hay que sumar ahora el inveterado oportunismo del gremio privado de las artes plásticas nativas. 

Quienes recuerden a la extinta Gloria Zea y el lobby a través del cual logró meterle y meterle y meterle dinero del Estado a su Museo de Arte Moderno en Bogotá saben de qué se trata. Seguramente, ante la urgencia de enfrentar un gobierno de verdad, la (des)administración de ArtBo esté ahora mismo (des)diseñando programas para sacar provecho del Vivir Sabroso. Entre ellos, «BlanCámara – Residencias artísticas para mestizos blancos en barrios pobres» o «Yo no Paro yo ProduzCámara – Exposiciones de gráfica política producida durante el reciente Paro Nacional». Es más, puede que hayan metido el capítulo Arte y Política en el syllabus de su programa ArtBo Tutor y programen durante las cuatro próximas versiones del ForArtBo conferencias de reconocidos paracaidistas en el tema (y Luis Camnitzer). 

No hay que olvidar la propuesta de incrementar el presupuesto del Ministerio. Lo cual, si se suma a la gula habitual de ArtBo y amigos no deja de resultar preocupante: además de saludar la llegada de Patricia Ariza es necesario acompañarla para proteger su gestión de la planta funcionarial de ese tipo de iniciativas. Y más si se sabe que en el Comité con que está realizando el empalme con el actual (des)gobierno no hay representantes del sector (que no tengan que ver con la Universidad Jorge Tadeo Lozano), o provengan de organizaciones de base o sean activistas no mestizo-blancos con trabajo no gentrificador en región. De lo contrario, la previsible abundancia de recursos puede quedarse donde los atenidos de siempre. Y, pues, ver al de siempre gozándose lo de todos como siempre no es nada sabroso. Es espantoso.

Guillermo Vanegas
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