¡Para hoy! Sobre «Historia urgente del arte en Colombia», de Halim Badawi

Se trata de un libro que reúne varios de los artículos que Halim Badawi ha venido publicando en medios de prensa cultural y revistas académicas colombianas y del exterior. También es una obra que refuerza su posicionamiento –junto con Daniel Montero (historiador y teórico de arte contemporáneo en México)– como parte de la solitaria dupla de críticos colombianos que apareció durante la década pasada. Al mismo tiempo, opera como manual autobiográfico rápido sobre otras áreas de su interés: en esta Historia urgente del arte en Colombia Badawi no deja de postularse como juicioso analista del devenir del campo artístico nativo, que requiere ejercer en diversos campos para afinar la puntería de sus indagaciones.

Por eso no evita hablar en clave de gesta personal sobre sus actividades de rescate, valoración y recopilación de archivo, de curaduría histórica, de análisis del mercado del arte o de renovación práctica –y este es uno de los mayores logros de la publicación–, de una sociología del arte que todos dábamos por muerta a manos de “teóricos” noventeros que saben cocinar, “curadores” dosmileros avenidos en agentes inmobiliarios y tesis de Maestría mal escritas.

En él, Badawi le da forma a hipótesis que bien podrían redondearse en varios axiomas.

1.- Que los artistas son ellos y sus condiciones materiales de existencia (si eres de familia pobre y/o sin familiares profesionales te será infinitamente difícil tener una carrera que supere los dos años de vigencia –y ni eso–), o que el arte contemporáneo colombiano es, sobre todo, un entramado de lazos sociales y muchíiiiiismo menos, investigación –generalmente realizada por quienes aprietan esos mismos lazos. Sobre este particular, hay una breve reflexión que de por sí paga el libro. Badawi comenta que en su trasegar como historiador se dio de frente con una verdad que muy pocos teóricos estarían dispuestos a reconocer en nuestro contexto. Hablándole sobre todo a los estudiosos más jóvenes, recomienda: “en la investigación en historia del arte, nunca subestimen la genealogía”, para continuar afirmando que “muchos asumen de antemano que se trata de un oficio de señoritos aristócratas o viejitos pretensiosos que quieren demostrar la nobleza de su cuna. Pero, al margen de este cliché, la genealogía tiene, en términos de investigación e interpretación histórica, fines prácticos: no sólo facilita ubicar descendientes y con ellos las fuentes primarias para la escritura de la historia (archivos y obras), sino que permite conocer las redes familiares y sociales de un artista, es decir, nos ayuda a entender cómo circulaba el conocimiento, cómo se construía el capital social y simbólico, y cuáles eran las condiciones que permitían la valoración social de una trayectoria.”

2.- Que la historia de las mujeres artistas colombianas es una factura impaga hasta por los activistas más rabiosos. Sin meterse a feminista improvisado, el autor lanza una idea aguda en su talante y capaz de un hondo efecto de reconfiguración historiográfica: “…las discusiones sobre el papel de las mujeres en Colombia […] parecen tener un común denominador: la dificultad de las mujeres de narrarse a sí mismas y de hacer esta narración visible, pública, sin la intervención o reprimenda desde el poder masculino. La conquista, por parte de las mujeres, del derecho de narrarse a sí mismas, es un derecho cultural que permite abrir la sensibilidad colectiva a lo femenino, un derecho a partir del cual empieza la conquista de los demás derechos, un derecho que permite ampliar las fronteras de la imaginación y construir una propia imagen e historia sin intermediación de la voz masculina hegemónica, con sus miedos y prejuicios…”

3.- Que la verdadera lucha de nuestros días es por el monopolio en el uso de la imagen y la construcción de la memoria –por lo que no deja de insistir una y otra vez en la apremiante necesidad de construir archivos y analizar colecciones –y coleccionistas. Firmando un manifiesto para la Fundación Arkhé, Badawi sostiene que: “necesitamos los archivos para sumir el control de nuestras vidas, para generar las claves de nuestro futuro. Necesitamos los archivos para deconstruir nuestra tradición colonial, esa que pervive encerrada en nuestros cuerpos, debajo de nuestras pieles; necesitamos los archivos para construir un mundo nuevo, un mundo que acepte las diferencias, un mundo sin autoritarismos, un mundo amoroso con la naturaleza, fundido en ella; un mundo solidario en el que podamos vivir en paz, en el que podamos contar nuevas historias; un mundo más justo con los olvidados, mas justo con los muertos.”

4.- Que el comercio de arte falsificado en el país es un asunto tan pero tan oscuro como el organigrama de cualquier banco comercial (y que involucra hasta críticos de arte reconocidos). Es decir que, proponiendo una demografía de ese pujante sector del campo artístico hace una enumeración que jamás sobrará citar en extenso:

“Seis ingredientes se requieren para cocinar una estafa profesional con obras de arte: un artista de renombre, un falsificador sin escrúpulos, un galerista con contactos, un crítico con prestigio y un incauto con dinero. El falsificador escogerá cuidadosamente al artista, ojalá fallecido, costoso y sin herederos que lo avalen. Reproducirá obras de sus periodos menos conocidos, las etapas poco estudiadas por los historiadores o sus momentos más abstractos, ya que suele presumirse que una obra abstracta será más fácil de elaborar. Así mismo, el falsificador podrá ser un taller una persona, estudiante de arte o artista fracasado.

“El intermediario servirá de eslabón entre el falsificador y la galería, conocerá la realidad de la situación, las dinámicas del mercado, los precios y las modas. Inventará una procedencia creíble (o la mantendrá en silencio), sabrá lo que buscan los clientes, acechará al crítico de arte y al galerista intentando obtener su aprobación y confianza. Casi siempre, el crítico será su última frontera, por ser quien legitima las obras apoyado en su tradición y conocimiento sobre determinados artistas. Para conquistar al crítico, el intermediario inventará historias de procedencia, sobornará o pagará comisiones.

“El crítico podrá actuar de buena fe o ser cómplice. El galerista, que también podrá ser marchante o anticuario, será víctima del engaño, normalmente desconocerá el contexto real de la transacción, conseguirá a los clientes dentro de su red de contactos y venderá las obras con extraordinarios descuentos al coleccionista, el último eslabón de la cadena, casi siempre un millonario incauto y seguro de sí mismo que rehúye asesorías y curadores, alguien que no sabe lo que realmente está ocurriendo hasta que estalla la olla podrida.”

¡Delicioso!

Todo lo anterior aparece en medio de un documento que es en sí pieza amena lectura. Redactado con base en capítulos cortos, contrapone un adecuado manejo de la citación y la recuperación de fuentes; entiende la mejor manera de introducir tonos de novela negra veredal a apartados tan cómicos como los que dedica a artistas inflados a punta de W radio o a Botero y el narcotráfico ochentero. Incluso, solivianta los ánimos cuando de evaluar la de-sas-tro-sa gestión del coleccionismo institucional en esta republiqueta se trata. Archivos, humor y lágrimas, en dosis mesuradas.

No obstante, por momentos se antoja que, quizá por publicar con Planeta, Badawi no tuvo tiempo el suficiente para ahondar en temas de trabajo tan imponentes como el que configura la segunda parte de su libro. El ya mencionado “Una historia alternativa: género y arte moderno en Colombia, 1930-1980”, prefigura la ruta hacia una indagación de mayor calado. Que seguramente saldrá en una publicación posterior, ojalá apoyada por una editorial que sí sea capaz de negociar buenas imágenes de las obras que sean mencionadas y le pierda el miedo a la monografía erudita para divulgación masiva. En este mismo sentido van microcapítulos como los relacionados con los archivos sobre la guerra civil local, la existencia y gestión de archivos pertenecientes a, o relacionados con, la comunidad LGBTI. Este libro anuncia muchos libros.

De hecho, pareciera que Planeta fue el peor partner que pudo tener el autor en su empresa. Valga decir, que a pesar de la distribución que podría aportarle la editora, los baches más sobresalientes de esta obra tienen que ver con decisiones de mercadeo: una frase exagerada de Beatriz González en la faja del libro, una pésima portada donde se nota el ahorro de tintas (es tan mala que parece Conversaciones con el fantasma 2 o esas feas ediciones de la Colección Biblioeconomía y Administración cultural de Editorial Trea) o, ¡por favor, la falta de bibliografía!

Halim Badawi

Historia urgente del arte en Colombia

Planeta

Bogotá

2019

Guillermo Vanegas
Guillermo Vanegas on FacebookGuillermo Vanegas on Instagram