Paisaje después de la batalla (II) – Rosa Olivares

 

¡¡Seguimos nuestra celebración!! Va la 2da. parte de la reflexión de Rosa Olivares, sobre las transformaciones del campos de las artes plásticas y visuales durante los primeros 25 años de esta centuria:

 

Estos últimos 25 años están definidos por la desmaterialización del arte. Y no me refiero a que los materiales sean diferentes, más ligeros. Me refiero a que los contenidos se han ido uniformando. Se ha perdido libertad. La excesiva proliferación de artistas, exposiciones, ferias, bienales, hace que ese exceso no sea abundancia sino despropósito. Entre tanta cantidad no se ve mucha diferencia. Luis Camnitzer lo explica muy claramente: cada año salen de la escuela de Bellas Artes de Nueva York —en la que el enseñó por años— más «artistas» que todos los que conocemos del Renacimiento. Un año, una sola escuela de una única ciudad, contra dos siglos en más de un país. Si sumamos los estudiantes de Bellas Artes que se gradúan en el resto de las miles de escuelas del mundo nos deberíamos hacer una idea de la situación de frustración y absurdo que se genera. Continua Camnitzer afirmando que de todos esos miles de alumnos suyos que se han graduado en Bellas Artes durante 25 años, posiblemente no más de una decena lleguen a ser artistas que puedan vivir de su arte. Los demás se irán quedando por el camino en ámbitos locales, en otras profesiones…. Y seguramente ninguno pasará a la historia del arte, tal vez dos o tres en un par de líneas.

Esas cantidades abusivas se repiten en los precios de unas pocas obras de arte. Pero, claro, un gorro de Napoleón o la bota de un futbolista puede alcanzar el mismo precio que una obra de arte única de un gran artista, porque el dinero es caprichoso y el mercado voluble y consentidor. Y no hay reglas. Lo que no es necesario, aunque sea imprescindible, es muy difícil de cuantificar.

Hemos ido perdiendo en este tiempo importancia cultural y respeto social. Hoy el artista es un payaso y el curador un imbécil. La obra de arte puede ser un plátano. Una repetición más, nada nuevo: ya fue una lata de mierda de artista (¿vacía?), un urinario. No se trata de desmitificar, sino de una burla permanente, un demostrar que todo y nada puede ser lo mismo. Los museos vacíos y la cultura cada vez más arrinconada. En pocos años el arte solo será decoración. Ya hay quien se compra la obra de arte de moda para ponerla en el salón, sin entender, sin gustarle, como en una película sobre el mundo del arte en la que un rico enmarca el cheque millonario en lugar de la obra de arte que compró con ese cheque. Sin saber que es de necios confundir valor con precio. Esa puede ser una gran explicación. Hoy el valor da igual, solo importa el precio.
Todo esto lleva al desprestigio social del artista, no como un incomprendido sino como un avaricioso imbécil. Todo el sector del arte ha entrado en un paquete repulsivo e incomprensible para una mayoría social que rechaza el arte actual, simplemente porque aunque ellos no sean conscientes, ven en el fiel reflejo de la sociedad que lo produce el reflejo de su contexto, del mundo en el que vivimos. Pero eso no sería un problema. EL problema es la cúpula invisible que aísla el mundo del arte, la obra de arte, del resto de la sociedad. Una cúpula que se esfuerza por usar un lenguaje incomprensible, de forzar unas obras formalmente ajenas a cualquier sensibilidad… son el propio sector, el artista, el crítico, el galerista, el director de museo, los que se esfuerzan por que no se les entienda, no se les acepte. Se esfuerzan por ser una elite, un grupo endogámico que, como los matrimonios entre reyes, solo generan decadencia y degeneración. No se puede hacer arte para una sociedad sin esa sociedad, es el remake de «Todo para el pueblo pero sin el pueblo».

 

Antes, en aquellos 25 años de los siglos XV y XVI la evolución de una corriente estética necesitaba maduración, años, cientos de años, miles de personas que al final serian desconocidas. Hoy, en unos pocos años se revisa el pop, el expresionismo, el post conceptual, el informalismo, el nuevo informalismo, la transvanguardia y llega la IA. Ya estamos todos en unos pocos años reescribiendo la historia del arte, sin darnos cuenta de que dentro de cinco siglos nada de esto estará en un museo, por muy trans, decolonial o autóctono que se quiera presentar. Tal vez entonces no haya ni museos ni curadores. En las películas de ciencia ficción nunca aparecen ni libros ni pinturas, ni nada que pueda ser considerado una obra de arte. Ni siquiera como decoración.

Aunque el tango diga que veinte años no es nada, todos sabemos que es mucho tiempo, pero no el suficiente. Vivimos en una isla y no importa lo rápido que vayamos, nunca podremos salir de ella, ni llegar a ningún lado. Sólo dar vueltas sobre los mismos problemas. El arte nunca fue sólo un entretenimiento, ahora sí. Los aficionados eran felices viendo las obras, las poseían con la mirada, ahora no. Antes era un sector cultural respetado, ahora es un espectáculo a veces bochornoso. No nos respetan ni consideran. Todo eso ha pasado, y mucho más, en estos últimos 25 años.

La intermediación se quiere disfrazar de mediación con jóvenes inexpertos que intentan explicar lo que es una performance a un grupo de señoras aburridas en una feria. Ese es un paisaje que no existía hace 25 años. Tampoco existía esa ansiedad en jóvenes que no tienen más experiencia visual que Google por ser curadores internacionales, dirigir museos… triunfar. Reconocimiento y dinero han saltado de bando, ya no está solamente en el de los artistas, sino en el de los supuestos gestores y teóricos. Todo el mundo quiere ser rico, quiere la tarjeta VIP, estar en la lista de invitados. Ser alguien. Y si no tiene dinero para ser alguien de verdad —y tampoco la brillantez y la oportunidad de ser el artista de moda (que cambia cada temporada como el pret a porter)— solo le queda ser galerista, teórico, curador, director de museo. Uno de los happy few que pueblan las mesas redondas, los vernissages, como en las revistas de sociedad. El mundo del arte cada vez se parece más al mundo del espectáculo de mal gusto, como una boda de Jeff Bezos. Y si alguien tiene dudas que piense unos minutos sobre la invasión absurda de exposiciones inmersivas, en las que el espectador «entra» en un cuadro de Frida Kahlo o de Vincent Van Gogh. Entrar en un parque jurásico digital y virtual. A esos espectáculos sí acude público, uno que nunca ha sido el público del arte, tal vez antes del siglo XV fueron los que entraban en las catedrales, y poco más. Y esa es la muerte lenta del mundo del arte actual.

—Rosa Olivares. Madrid. 29 de mayo de 2025.

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