LO INDELEBLE

 

De la cultura de la re-victimización, la impunidad y otros males de las artes

Llevo años pensando en si quiero o no escribir algo sobre esto, le doy vueltas y vueltas, tomo distancia y vuelvo a encontrarme con el mismo problema: no quiero ser revictimizada una vez más ni tampoco quiero que otras implicadas en el caso lo sean. La solución para esto que quería escribir y comunicar vino a mí el día 13 de Octubre del 2019 de la forma más inesperada y a primera vista inconexa. Me levanté como todos los días a revisar mis redes sociales; para mi mala suerte me topé con otro desafortunado post sobre lo sucedido en el marco del 45 Salón Nacional de Artistas, el dichoso mural en el Colombo, ejecutado por Powerpaola y Lucas Ospina y borrado posteriormente. Siempre encontré ridícula la cantidad de atención que se le dio al hecho, sobretodo porque, desde mi punto de vista, la discusión terminaba por ser capitalizada por Lucas Ospina y rara vez extrapolada a un contexto más amplio de la producción cultural en Colombia. Es decir, la expectativa de que la supuesta censura despertara en nosotres un sentido de comunidad que se ve interpelada por la política y lo político, se vio opacada por un discurso auto indulgente e individualista, centrado en el arte por el arte, un reduccionismo absurdo y aislado de toda realidad material y centrado en el problema casi moderno de la autoría. 

En algún punto pensé, con algo de ilusión que el arte contemporáneo y su escena sería capaz de entenderse en el marco de un país gobernado por la ultra derecha, donde todos los días asesinan personas que defienden sus tierras, amenazan periodistas que denuncian proyectos extractivos, y a políticos con planes alternativos, donde además se invisiblizan un sin fin de prácticas culturales, artísticas y contemporáneas que responden contundentemente a nuestra coyuntura. Pensé, y sé que fui ingenua, que este pequeño evento nos serviría para pensar el arte (contemporáneo) en el marco de la circulación de capital público y privado y en los desfiles de políticos tanto en el Salón (lo público) como en las ferias (lo privado). 

En fin, volviendo al post, se trataba de una pequeña notita, una suerte de meme escrito por María Camila Sanjines y compartido por Espera Pública que comparaba las sospechas que despertaba en muches de nosotres lo visible que fue la supuesta censura del mural de Powerpaola y Lucas Ospina con la re-victimización consecuencia de la denuncia de una violación. Aquí hay muchos matices y problemas que despertaron en mí y muchas otras mujeres indignación.

          

  

En primera instancia está lo dolorosamente obvio: pintar de blanco una pared no genera un trauma de por vida en quién hizo el mural, el cuerpo de Powerpaola y de Ospina no fue penetrado sin consenso para luego acusarles de culpables. Si bien (en teoría) podríamos hablar de que se violó su derecho constitucional a expresarse libremente, la comparación con un acceso carnal violento, del cuál somos víctimas de forma sistemática las mujeres, y desmentidas en lo público cotidianamente es sencillamente irresponsable, indignante y grotesca. 

Pero bueno, eso es lo obvio, detrás de ello hay otras capas y tienen que ver con problemas mucho más profundos del medio: 

  1. La cultura de la impunidad en la circulación de capital 
  2. La cultura de la impunidad patriarcal

La primera es quizás la que más trabajo me cuesta articular, a la final lo hablamos todo el tiempo pero nada pasa. Las soluciones que hemos dado a ella nos resultan insuficientes o son atrapadas en los mismos sistemas de los que intentamos escapar. Queremos huir del mercado en un país donde no lo hay pero donde quiere emerger desde hace algunos años. Deseamos huir de la Cámara de Comercio para no aceptar la pasarela política que se despliega por todo ARTBO y la Feria del Millón, queremos, con todo corazón, rechazar nuestra participación en un espacio que se construyó sobre el despojo por parte del gobierno a varias familias que lo habitaban: El Hospital San Juan De Dios. Sin embargo necesitamos dinero, a fin de cuentas a lo largo de nuestras carreras nadie nos enseñó a trabajar, a exigir derechos laborales, a participar en la colectividad y a organizarnos. Se nos dijo, desde siempre, que el arte es un escenario de competencia, allí como en todas las demás disciplinas amparadas por el capitalismo, el individualismo debe perseverar para que logremos alcanzar el éxito como artistas, críticxs, curadorxs y gestorxs.

Ya sé, el mural sucedió en el marco de un espacio público. Bueno, sí, pero su recorte presupuestal sucedió en el marco del desplazamiento de lo público a lo privado bajo la lógica de la economía naranja. Bajo esa dinámica todo lo que no genere dinero debe ser desmembrado de los recursos públicos. Más allá de si se otorgó permiso o no a Ospina y Powerpaola para la ejecución del mural, de si hubo censura o no, la pregunta debería ser: quiénes representan realmente un peligro para un gobierno de ultra derecha. Un gobierno que sanciona con la muerte a manos de paramilitares a quienes se oponen a sus estrategias, mientras que explotan la cultura para ablandar y endulzar su imagen. Esto lo traigo a colación porque hace ocho años las Águilas Negras amenazaron a múltiples espacios culturales ubicados al sur de la ciudad, allí estos espacios eran importantes para la construcción de colectividad y pensamiento político y comunitario. También quisiera traer otro tema a discusión, el asesinato de Dumar Mestizo, un jóven pintor y muralista indígena que jamás hubiese podido llegar a un espacio de visibilidad como el del Salón Nacional, y cuya censura no fue la pintura blanca del Colombo sino la privación de su vida. Allá lejos, en Toribío, Cauca, esa zona desconocida para el grueso de quienes discuten en Esfera Pública esgrimiendo debates estúpidos sobre espacios que son centros de poder. Allí, a ese lugar tenebroso, el de los asesinatos que viven aquellos y aquellas artistas que se organizan con su comunidad es al que nunca llegamos, todos se quedaron en Lucas, casi que ni de Powerpaola se habló. Lucas como víctima última y fatal de un gobierno sádico que antes que derramar pintura blanca derrama sangre mientras que se desplaza impunemente por galerías y espacios culturales en la cínica búsqueda de objetos coleccionables para las paredes de Martuchis o de Gaviria. 

La sangre es INDELEBLE sobre todo cuando es invisibilizada por la pintura blanca que tapó la corriente imagen de un Trump titereteado. 

La segunda es la más obvia, dada la desfachatez que implica poner al mismo nivel los procesos de re-victimización por los que atraviesa una mujer que fue violada, con la crítica que se le ha hecho a Ospina frente a la posibilidad de que esté capitalizando con su supuesta censura, o incluso la posibilidad de que todo fuese calculado. A mí sinceramente no me importa si fue o no calculada, lo cierto es que terminó por ser conveniente y por desatar una serie de discusiones ridículas y auto-indulgentes. Lo cierto es que el haber leído el memesito de María Camila Sanjines en el muro de Instagram de Esfera Pública, me despertó otras inquietudes, que tienen que ver con la impunidad de la violencia machista y patriarcal en los espacios de las artes.  

He sido víctima de violencia sexual a manos de artistas, muchas y yo, y sí, mi caso ha sido cuchicheado como comidilla para patriarcas y sus cómplices en los pasillos de San Felipe y La Macarena. Todo se desató el día en que se le negó la entrada a una fiesta durante el ARTBO de hace dos años a mi victimario, ahí empezó la pesadilla. La descripción de ese evento le dará pistas a lxs más chismosxs sobre de quién se trata. 

Lo problemático en todo esto es que yo jamás hice una denuncia legal o pública sobre lo que sucedió entre el susodicho y yo. Lo cierto es que las mil versiones de los hechos circularon por todas partes entregándome a la boca abierta del lobo. Muchos y muchas me quitaron el saludo, otros y otras me eliminaron de redes sociales, creo que los peores casos fueron los de amigas y amigos que siguen interactuando conmigo mientras que a mis espaldas me llaman exagerada o mentirosa. Hablo en pasado, pero aún sucede, es mi pan de cada día, el enfrentarse cotidianamente a la pregunta: “¿Qué realmente pasó?”, dirigida con una mirada de recelo y sospecha. Sin embargo, toda esta situación abrió puertas positivas, la comunicación con otras víctimas de violencia sexual y machista al interior de distintos espacios del arte contemporáneo, una red de mensajes solidarios, anécdotas e intercambios de experiencias por inbox en los cuales muchas nos dimos cuenta de algo fundamental: 

N O   E S T A M O S   S O L A S      

N O    S O M O S   C A S O S   A I S L A D O S. 

Tenemos muchas experiencias similares. Los casos más comunes de los que sabemos son los de profesores de artes que acosan estudiantes, hay otros varios de colegas que aprovechándose del alcohol o de las drogas abusan y violan a sus amigas. 

Lo más problemático de todo es que no es un secreto para nadie, que sucede todos los días en talleres de colectivos, espacios de circulación y universidades. Las consecuencias que tiene la violación, el abuso o el acoso es que la sanción termina por afectar la vida profesional de quien fue violada y no del violador. Es decir, ya sea ante el miedo a denunciar, o el haber denunciado y haber sido depredada por la comunidad artística (si es que así puede llamarse a esta congregación de reptiles depredadores), terminamos siendo privadas de espacios de circulación y participación en las artes. Odio ser auto-referente, pero al no poder hablar de otras víctimas sin su autorización tendré que hablar de mí misma: participé este año en Arte Cámara, es la primera vez que expongo en Colombia desde el 2016, me escondí casi toda la feria, tenía terror de encontrarme con mi victimario, y tuve la desgracia de encontrarme con sus cómplices quienes sin ningún tipo de vergüenza se quedaron en el espacio dichosas. 

¿Por qué cuento esto? 

Porque creo que ese post descachado dejó entrever lo poco que hablamos de género en Colombia, y sí, lo poco que hablamos de género en el mundo del arte contemporáneo. No porque desconozcamos las dinámicas violentas que nos atropellan a todas, sino porque no verlas es cómodo, es rico, es fácil, y le permite a muchos y muchas no perder su capital social, no perder amiwis que sostienen sus nichos de visibilidad. Con una amiga tenemos un chiste, que ir a exposiciones de arte es jugar a esquivar violadores o abusadores, el chiste nos da risa pero rápidamente nos desdibuja la sonrisa, porque es cierto:

 El mundo del arte contemporáneo nos ha violado a muchas, golpeado a otras. No sólo han sido nuestros victimarios sino todo el sistema de impunidad que no sanciona al violador o al abusador sino a la mujer que denuncia. Es decir, somos censuradas dos veces, cuando reconocemos que denunciar puede traernos consecuencias graves a nuestro desarrollo social, y cuando denunciamos y se nos niegan espacios de visibilidad y participación por haber sido valientes. 

En la serie policial UNBELIVABLE de Netflix, una psicóloga le dice a una de las víctimas de un violador serial (que ha sido demandada por dar un supuesto falso testimonio) algo como: 

“Creo que fuiste violada, primero por tu agresor, luego por la policía, luego por la comunidad y posteriormente por los medios”. 

Yo siento que fui violada, primero por mi agresor, luego por sus amigas y amigos, y posteriormente por un medio en el que siento que no tengo espacio de participación y en el que siempre seré censurada. NECESITAMOS poder gestionar la violencia patriarcal como comunidad, si es que queremos ser una comunidad abierta e incluyente. Generar espacios seguros para todas es una responsabilidad colectiva. Mi caso es uno de miles. El mundo de las artes está dominado por hombres, muy a pesar de que la mayoría alarmante de quienes se profesionalizan en el medio seamos mujeres. 

¿Cuántas exponemos con regularidad frente a los hombres? ¿Cuántas escribimos y somos publicadas con regularidad frente a los hombres? ¿Cuántas somos llamadas curadoras en lugar de gestoras? 

Todos los días recibo inbox de diferentes mujeres, sobretodo mujeres en sus 20s que sienten una profunda desesperación por no poder denunciar a sus abusadores, que son sobretodo cuarentones visibles del mundillo. Hay días en que me siento furiosa, otros sólo siento una profunda tristeza, porque sé que esas mujeres renunciarán a su carrera como artistas, que el abuso o el acoso calará en su autoestima y en su forma de entender el reconocimiento de su trabajo. 

Lucas Ospina no es nada similar a una víctima de violación, en las fibras de su piel no quedará el trauma de saber que los límites de su territorio fueron traspasados, no sabrá lo que se siente que alguien use su poder sobre él, que lo obliguen a adoptar posiciones desnudo, no sabrá lo que es luchar contra un cuerpo más pesado que el suyo sin éxito, nadie lo obligará a doblar su cuerpo mientras es manoseado o penetrado. No hay nada similar en lo que le sucedió al mural de Ospina y lo que le sucede a por lo menos a 47 mujeres y niñas día tras día en Colombia, según el informe de medicina legal del 2018. A Lucas no lo matarán paramilitares, sus murales no asustan ni a un cuervo. Lo que asusta es la falta de conciencia sobre la posición que ocupa, que ocupa él y que ocupa el arte contemporáneo en un país como el nuestro. 

Por último, Esfera Pública borró el post al ser comentado por muchas mujeres a las que nos indignó hasta la médula. Su contenido era absurdo y desconocía toda forma de relación de poder subyacente a la producción de arte contemporáneo. Yo invito a Esfera Pública a disculparse públicamente, y si, a María Camila Sanjines a hacer lo mismo. Pero además invito a la comunidad artística a reconocerse victimaria, victimaria en un sentido amplio, desde ser agentes de violencia estructural, cultural y simbólica, hasta ser agentes de violencia patriarcal cotidianamente. 

Hay cosas que serán indelebles en mi biografía y la de otras mujeres artistas, también hay cosas que son indelebles en la historia de Colombia. 

Manuela Besada-Lombana
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