«”¿Le puedo tomar una foto? Usted tan divina.” (Risas)»

No es la foto de campaña del candidato del paramilitarismo —pero debería—: político paisa buscando a quién saludar durante levantamiento de cadáver. Además de esto, integra el archivo del fotógrafo Santiago Mesa (1), y aparece en una de las mejores publicaciones de arte colombiano en lo que va del año: Mona®co, Memorias (I)lícitas contadas desde el arte .

Este libro es el resultado de una gira que hicieran el artista Harold Ortíz y el curador Santiago Rueda por las ciudades de Bogotá, Medellín, Cali y Pereira para poner a hablar a artistas, curadores, periodistas, sociólogos y antropólogos sobre un fenómeno hiperdiagnosticado por la política nacional, ultrarepresentado en la industria cultural, minimizado por la ciudadanía y desaprovechado por el mercado artístico local.

A partir de una decisión tomada por la alcaldía del mismo que no mira al muerto en la foto, Ortíz y Rueda conformaron inicialmente un grupo de artistas alrededor del significado de la demolición del edificio Mónaco en la ciudad de Medellín. De hecho, Ortíz quería transmitir las conversaciones desde el emplazamiento mismo pero, como era de prever en la segunda ciudad del país del tapen-tapen, se le prohibió. Entonces buscó otra sede del empuje antioqueño y allí organizó «un dispositivo que conectó a la ciudad con lo que no permite, no acepta y aún oculta.»

Por esa travesía un libro como éste es necesario. No porque nos recuerde que Colombia es una colonia estadounidense mayordomiada por una élite rentista del Estado y sostenida por una clase trabajadora experta en votar igual que el patrón; sino porque afirma que el régimen de Álvaro Uribe Vélez ha cumplido con los más ambiciosos objetivos de su jefe, Pablo Escobar. Una cuestión que comentaba el artista Edwin Sánchez con el equipo de Mona®co en el ciclo de charlas que hicieron en  la Alzate junto con la exposición Re-vistas, videos y narcoarchivos:

«… si Escobar viviera podría ser presidente. Porque el modelo que quería implementar de corrupción ya está. Hoy podría hacer lo que quisiera si estuviera vivo. Y el país que tenemos es eso, ideado por ese tipo de estructuras criminales…»

Otro elemento que se destaca en esta edición es la superación del lugar común de los Adán y Eva del narcotráfico nativo (macho emprendedor/esposa coleccionista de arte), para indicar que el estudio de este fenómeno ha carecido hasta ahora de una perspectiva femenina. Asunto nada desdeñable que, por momentos, pareciera seguir la senda de la autocrítica curatorial del propio Rueda y frente al cual una voz como la de la artista Lina Hincapié resulta de interés. Esta autora destaca que, más que hacia el clorhidrato, quería apuntar a la construcción visual del relato sobre la mujer en el universo narco, y de ahí a la adaptación de prácticas culturales globales en ésta, tu patria.

 

 

Como el resto de quienes aparecen en la publicación, Hincapié comienza por la épica autobiográfica. En su caso, destacando la atención que prestaba a los lugares de esparcimiento de los gerentes del narcotráfico caleño de finales de la década de 1990 donde la cercanía de las mujeres tenía que ver con su adecuación a un único canon de belleza. Hincapié: «Me gusta mucho ver el archivo ahora porque lo que estaba de moda eran las tetas, ¿no? Veo el paso del tiempo. Ahora son unos monstruos, en ese momento sólo eran las tetas. Tamaños-de-tetas, era brutal.»

Además señala que el fenómeno coincidió con un recambio de mandos medios, la introducción de un tipo particular de música electrónica (¡lindo conocer el IDM en esas raves de Cartago!) y el recrudecimiento de la agresividad en la imposición de poder. Observación participante bajo amenaza. Asunto ante el que Hincapié respondía jugando con el ansia de figuración de cualquier persona:

«Yo me inventaba unos personajes en estas fiestas, me inventaba unas escarapelas y tenía mi Polaroid y la cámara de video y me iba a las fiestas a tomarme mi “pepa”, a bailar, saltar como todos pero con la escarapela, como si yo fuera representante de una revista en Europa de moda. Entonces me acercaba a todo el mundo: “¡Ay! ¿Le puedo tomar una foto? Usted tan divina.” (Risas)»

Y luego, viaje a las tinieblas, donde, reitera, la «gente bien» que posaba para ella era ese mismo plaguero que } terminó transformándose en la por todos conocida fauna del «¡usténosa´e-quiénsoyo!»

En la última conversación, donde Ortíz y Rueda regresan a Medellín para coincidir con Víctor Muñoz, Jorge Zapata y Carlos Uribe, el diálogo hace un importante viraje. Hasta ese momento había un tema que sólo discutían los detractores de la prolongada investigación que Rueda ha venido haciendo desde hace más de una década. Para sus eneamigos no quedaba claro si Una línea de polvo era otro caso de hiperstición curatorial, donde el observador había terminado por inventarse su objeto de estudio.

Ese proceso, que de por sí daría para contemplar la variable de la continuidad narrativa o el análisis de los arcos argumentales que ha venido trazando este investigador entre varias de sus indagaciones a la vez podría ampliar un repertorio de nombres y obras que, en muchos casos sólo gracias a esta exploración, hace parte de la historia del arte nativo hoy. Ahora bien, si ese inventario de proyectos artísticos ha terminado por configurar un estilo, identificar una generación o marcar un modo de hacer en el arte contemporáneo local es algo que, precisamente, no debería decirlo el curador. Todo lo contrario.

Por eso es que resuenan mejor propuestas como la de Muñoz al responder a esa idea mediante la metáfora de la superposición de capas: respecto al fenómeno narco hay un arte que lo representa, otro arte que éste (nunca) subsidió y el tipo de consumo que queriendo asimilar las pautas estéticas de ese gremio convierte en arte ciertos objetos de la cultura material. Es decir, la variable antropológica que hace tiempo ha venido complejizando un relato que «no se permite, no se acepta y aún se oculta.»

 

 

Harold Ortíz, Santiago Rueda

Mona®co, Memorias (I)lícitas contadas desde el arte

conTensión Editorial

2021

Ciudad de México

 

Notas

1.- De quien presentamos Eterna primavera, curaduría de Santiago Rueda en la Sala de Exposiciones de la ASAB, antes de pandemia.

Guillermo Vanegas
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