Las artistas sin el pan ni las rosas

Hace no mucho algún conocido me preguntó: ¿Y de qué vive una artista joven?

Ay vida precaria!…

Hubo días en que transporte sangre y orina en el baúl de carro de mi mamá, las muestras eran llevadas a fedex en medio del tráfico de Bogotá, hubiese preferido hacer de Uber.

Subtitulé videos de algún artista mediocre y edité algunos otros por menos de mil pesos la hora.

En otros tiempos ordené el escritorio de mi profesora de Teoría del Arte I a cambio de menos de lo que costaba el transporte a la universidad.

Días atrás dejé plantado al embajador de Francia un domingo en la mañana frente al MAMBO a quien terminaron haciendo de guía los celadores del museo, no sé ya ni a cuántos grupos de bachilleres guíe por los pasillos de ladrillo de Salmona a cambio de cincuenta mil pesos cada tanto.

Algunos Sábados di clases de artes vespertinas a las respetadas damas del American Women´s Club a pago de propinas voluntarias.

A otras horas recogí mierda de perro, paseaba Golden Retrievers y perras que más que perras parecían ratas.

Tuve entrevistas de  Au Pair con un naturalista Británico que tenía una anillo en la verga.

Aparecí en comerciales a mis veinticinco actuando como adolescente de catorce.

Hay días en que arrastro cochecitos de bebé, otros en los que los cargo sobre mi espalda deseando que paren de llorar, otras cuando los llevo de la mano desde el jardín infantil a los brazos de su mamá.

Y mis amigas, mis amigas viven de cosas parecidas. Una que otra modela de vez cuando y reparte su imagen por las agencias de extras para comerciales con la esperanza de recibir una llamada.

Tengo amigas que sirven café sin contrato en algún barrio gentrificado de alguna ciudad extranjera.

Por ahí habrá alguna que regala su trabajo a los casi 27 a alguna galería bajo el título de practicante.

No sobra la que trabaja cada año en ARTBO parada frente a un stand esperando demostrar sus english skills con algún coleccionista extranjero.

Las que han tenido más suerte y más destrezas técnicas son subcontratadas por alguna agencia de posproducción de video para hacer el trabajo sucio que los niños bien tienen pereza de hacer.

Habrá por ahí alguna que otra que viva de una renta o que se inventó un negocio de catering.

Otras le trabajan al novio bajo la economía del amor y la promesa del mañana será él quien me ayude a mi con mi obra.

Y claro, el apoyo nunca llega.

Lo cierto es que muy pocas exponen con regularidad, muy pocas cotizan pensión o son beneficiarias de estímulos de IDARTES o Min Cultura. Son aún menos las que son visibles en la escena (muy a pesar de sus capacidades).

A todas nos han acosado, endulzado el oído, violado, manoseado, engatuzado y perseguido los mismos cuarentones mientras nos hablan de arte y amor.

Son todas brillantes, todas. Pero están cansadas de que nuestra participación sea una batalla.

¡Ay vida precaria la de las artistas!

Manuela Besada-Lombana
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