La sindicalización en la cultura. Parte 3: El arte como un trabajo

El 2 de noviembre, artistas, estudiantes y trabajadores/as vinculades al sector cultural nos dimos cita en Tinto, experiencia de Paz (ubicado en la localidad Teusaquillo, de Bogotá) para hablar del contexto actual del sector artístico, como tema inicial de un seminario con fines de construcción sindical. El 6 de diciembre artistas, estudiantes y trabajadores/as vinculades al sector cultural volvimos a encontrarnos en Tinto, experiencia de Paz en la última de cinco jornadas, esta vez dedicada a hablar sobre ética y emocionalidad en los procesos sociales.

 

Hoy, después de semanas de discusión, construcción colectiva, análisis contextuales, formación sindical, revisión histórica y hasta berrinches de tres hombres andropáusicos autoelogiados, terminó la serie de textos sobre la Sindicalización de la cultura haciendo una retrospectiva de lo que deja esta serie de encuentros sindicales-artísticos en Bogotá. En esta revisión atenderé principalmente las reflexiones que ha generado en mí el llamado «Seminario trabajo del arte en Colombia», el cual desde el inicio plantea una discusión que no envejece: ¿el arte es considerado un trabajo?¿Un/a artista es un/a trabajador/a?

 

 

En las dos primeras partes de esta trilogía investigué y escribí sobre lo sucedido en el contexto norte al que siempre nos remitimos –algunes, casi todes– para saber qué está pasando en la actualidad del arte o de la vida en general. En el primer texto escribí sobre las empresas ya no insindicalizables de la industria de la tecnología, las cuales «sufrieron» una sindicalizatón masiva durante lo corrido de la postcuarentena. (1) 

 

En el segundo texto pasé a revisar cómo esa sindicalizatón llegó a afectar al sector cultura, produciendo una «museindicalización» (no se me ocurrió mejor término), a partir de la disparidad salarial y las graves problemáticas en temas de género ocurridas al interior de los renombrados y turísticos museos estadounidenses. (2)

 

Es a partir de allí que puedo identificar que el sector cultural (casi que) americano-regional está sufriendo la develación de su icónica inestabilidad, producto de la cuarentena, las nuevas dinámicas laborales, la subordinación al mercado neoliberal y las industrias extractivistas, entre otras mil condiciones de precariedad profesional que –en mi opinión– no serán correctamente identificadas y enmendadas hasta que no se considere al arte como un trabajo y al/la artista como un/a trabajador/a, cosa que genera profundo rechazo en las mentes más románticas, que ven como una idealización personal el vivir en condiciones indignas de trabajo no remunerado.

 

A mi parecer, al día de hoy es totalmente insostenible la perspectiva de negación del arte como un trabajo, considerándolo una práctica transformadora, ajena al tiempo y al dinero, de seres impolutos destinados a ser moralmente superiores a todas las épocas, anacrónicos, existenciales, depresivos y en general bukowskianos. Bajo esta argumentación se refuerza la precarización laboral en una sociedad que considera que la práctica artística es un hobbie, producción de «cosas bonitas» y no remuneradas, decoraciones ajenas a la construcción de conocimiento. Mientras sigamos defendiendo la idea del arte como acto político solo por el hecho de no cobrar, no comercializar una obra o no vivir de una producción cultural, olvidamos que el verdadero acto político está en reivindicar nuestro existir como creadores/as de conocimiento, constructores/as y críticos/as de la sociedad a través de piezas, obras, experiencias o espacios, reivindicación que solo se puede dar a través de la justa remuneración económica y de seguridad social, tal como cualquier otro/a trabajador/a espera recibir en su industria o sector, y ojalá, trabajando en pro de conseguir mejores condiciones para todo un gremio en el cual vivir del arte es un mito o una lotería que se consigue después de conocer á, acostarse con, o ser el hijo dé.

 

Es por esto que escribo sobre el seminario –del cual recalco el título las veces que sea necesario– «Trabajo del arte en Colombia», el cual se abrió como una posibilidad de analizar conjuntamente un panorama cada vez más gris y competitivo, en el que las élites han gozado de nuestra pasividad y conformismo, acaparando un sector de excesivo lucro mientras nosotres, del otro lado, seguimos sintiendo el fracaso en cada palabra que recibe el audífono del call center (pero aún sintiendo que vender obras y cobrar por nuestro conocimiento y aporte a la sociedad es una desfachatez, como un católico que se azota por cada paso de un personaje que jamás existió).

 

Durante cinco sesiones (3) el sindicato (aún) sin nombre logró tener la participación constante de, al menos, veinte personas involucradas desde distintas experiencias y conocimientos a un sector de urgente cambio. En estas reuniones de seminario artistas, estudiantes de últimos semestres de artes y carreras afines, abogados, abogadas, docentes y sindicalistas nos encontramos por preocupaciones en común, prácticamente todas resumidas en la expresión ¡¿Cómo se vive de esta mierda!?

 

En la primera sesión se hizo un análisis colectivo de dos modelos institucionales, su forma organizativa, falencias y experiencias al respecto. Obviamente hablamos del Salón Nacional de Artistas y de ArtBo, dos ejemplos de precarización laboral, inestabilidad para los y las artistas, usufructo sólo para las cabezas y escándalo mediático constante. O,  en otras palabras, dos ejemplos perfectos de la situación actual del campo artístico-visual: fachadas de mucho trabajo en redes sociales pero de estructuras endebles que propician la corrupción y el desfalco de los recursos públicos, como un Jeff Koons que por dentro está sostenido por balsos y alambre dulce.

 

En la segunda sesión se abordó el contexto e historia sindical, gracias a exposiciones que nos acercaron como asistentes a conceptos ya conocidos pero lejanamente practicados, como la solidaridad de gremio, la solidaridad de clase y el apoyo mutuo, con los que seguramente resolveríamos parte de nuestros problemas. En tantos años de mamertería y cultura, no recuerdo haber sido partícipe de un espacio de discusión en donde se abordara específicamente el contexto del campo artístico-plástico, confluyendo diversas visiones y experiencias que confirman lo que llorábamos a solas en la oscuridad de un taller que es también dormitorio:

 

(escribiré esto a manera de mini manifiesto)

 

No hay trabajo.

 

Si estudias artes y te gradúas… tampoco hay trabajo.

 

Si no estudias en una academia y evitas permearte de tanta maldad… tampoco hay trabajo.

 

Si no conoces a aquella gente, no hay trabajo.

 

Y si conoces a aquella gente… tu trabajo será mal pago.

 

Si no te gusta el fútbol o los deportes en general, igual vas a tener que aprender a competir para conseguir trabajo.

 

La universidad y cualquier espacio de formación es un embudo o un juego del calamar.

 

¿Por qué sí en primer semestre había treinta mujeres y solo cinco hombres… cuando salgo a trabajar hay treinta hombres y solo dos o tres mujeres?

 

Si no es con la autogestión no sobrevivirá nadie.

 

El trabajo es más efímero que el óleo chino.

 

Para la tercera sesión tuvimos un punto y aparte, del cuál ya se ha escrito mucho, por lo tanto sólo señalaré que el término «sindicato» aún genera un amplio escepticismo; en un encuentro para hablar del quehacer artístico, se evidenció la misma disputa con la que comencé este texto: arte versus trabajo (como si no fuesen lo mismo), tal vez en un ánimo mundialista en el que hay que poner a competir a todos contra todos.

 

De la cuarta sesión no tengo mucho que decir, no pude asistir y tampoco vi la transmisión, esto debido a que paralelamente se estaba organizando un festival precarizado en una facultad de artes, en donde ganaron más dinero las emprendedoras que vendían waffles de jengibre, que los y las talleristas con título de «maestro/a en artes plásticas».

 

Y, para la quinta sesión, se habló de ética (4), la piedra angular de muchas de las pasadas discusiones, concepto que se confunde constantemente con moral y que muchas veces se vuelve refugio argumental para quienes viven del aire y comen principios. Con esto no quiero decir que la ética no sea importante en el sector cultural y en las prácticas artísticas, todo lo contrario, es fundamental en todo aspecto o rincón de la sociedad; pero he visto que la carta de la ética se utiliza de forma recurrente para defender el vivir-del-arte sin una remuneración económica por el arte, como un gran logro personal, de seres humanos trascendentales que esperan que su vida y obra sea elogiada por los siglos de los siglos, amén (cabe el ‘amén’ porque encuentro mucha similitud en esta «posición política» y la figura de mártir que tanto se alaba en el cristianismo).

 

Considero que la ética es una acción o convicción personal en donde conscientemente se decide afectar o no a otro ser humano, de acuerdo al contexto de la situación; no considero que la ética sea un escudo o altar moral para dictaminar quién es un «artista» o quién no, o para criticar la sociedad sin ánimo de transformarla, sumiéndose en el conformismo de ver las necesidades básicas resueltas. 

 

Para lograr una transformación social y cultural que nos permita decir «estudié artes, soy artista y vivo del arte» –sea cual sea la definición que cada quien haga de ello–, es totalmente necesario cambiar nuestra forma de participar en espacios colectivos, ya sean estos un seminario, un espacio de clase, una institución o la sociedad entera. Es necesario entender y valorar nuestra laborar artística como constructora de pensamiento, creadora de nuevas y posibles realidades y crítica de la desafortunada época que escogimos para decidirnos artistas –aunque parece que jamás hubo una época acertada–, trabajando asociativamente para transformar nuestras condiciones laborales y de vida, rompiendo los prejuicios que tenemos ante las colectividades, dejando de ver toda reunión de diez o veinte personas como un espacio de instrumentalización electoral.

 

Para lograr transformar esta realidad que nos tocó o que heredamos, es necesario conocer la forma en que el otro y la otra y le otre perciben su propia realidad, ahí seguramente hallaremos suficientes insumos para construir un campo artístico que merezcamos y nos merezca, pasando por encima de las desigualdades y la estratificación a la cual seguimos sujetos/as y retornando el arte a las masas, de modo que las quinientas personas que se presentan cada cuatro meses a una sola carrera de artes en una universidad pública, pasen de ser aspirantes a estudiantes, luego a egresades y finalmente a trabajadores/as del arte (dignamente, por supuesto).

 

Notas

 

  1. La sindicalización en la cultura. Parte 1: Sindicalizatón en E.E.U.U.

https://reemplaz0.org/la-sindicalizacion-en-la-cultura-parte-1-sindicalizaton-en-e-e-u-u/ 

 

  1. La sindicalización en la cultura. Parte 2: Museindicalización

https://reemplaz0.org/la-sindicalizacion-en-la-cultura-parte-2-museindicalizacion/ 

 

  1. Seminario “Trabajo del arte en Colombia” https://www.instagram.com/p/CkTVkzKOeZT/ 

 

  1. Quinta y última sesión del seminario: ética colectiva

https://www.instagram.com/p/Cly_1gDpoG2/ 

 

Johann Norato
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