La mirada obsexa

Hace pocos días, de vuelta a los cafés y los encuentros post pandemia, me puse cita con un amigo que no veía desde hacía más de un año. Se llama Pedro José y es artista, fotógrafo para ser más precisos.

Nos sentamos en un cafecito en el centro que tiene mesas en la calle desde donde puedes mirar a todo el que pasa mientras cuentas chismes con tu gente. Después de pasar revista por las cosas hechas y no hechas con cada una de nuestras vidas durante el tiempo sin vernos, de repente se puso a hablar de un amigo suyo que no conozco. El fulano en ciernes resultó estar casado con una fulana al parecer muy linda, y los dos juegan a plantearse escenas eróticas que de fantasías a veces pasan a la realidad. Un escenario que considero muy peligroso porque ese coeficiente entre la imaginación y la realidad se tropieza de bruces con los códigos éticos que nos terminan jodiendo la existencia. Además el universo de los deseos y las fantasías no son fáciles de hablar abiertamente con tu pareja.  

Vamos a llamar al fulano Juan y a la fulana Dolores. Pues resulta que a Juan le gusta ver a su mujer tirar con otros hombres y a ella le gusta ser exhibicionista. Tal para cual. 

Al paso que contaba la historia Pedro José me confesaba que no podía evitar recordar esas formas brutales en que tratamos de erotizar los miedos y cómo de alguna manera ese juego puede ser auto destructivo o liberador en otros casos, y de qué manera los deseos de algunos se convierten en nuestros peores miedos, algo -según él- que no se ha podido terminar de entender. 

Tomaba notas mentales de lo que Pedro José me iba contando de Juan y Dolores mientras bebía a sorbos breves la cerveza. En una ocasión Juan llamó a su oficina a Dolores cerca de las 6:00 pm y nadie quedaba en ella, excepto un compañero de trabajo que al parecer le coqueteaba a Dolores. Juan le pidió que le mandara una foto algo caliente mientras su amigo merodeaba por ahí y ella dijo: pero me da miedo que me pueda ver y Juan le respondió: ¡sería más excitante!! Y ella entre sorprendida y complaciente le dijo ¿en serio? Pues el asunto evolucionó tanto que al cabo de los meses el extraño de la oficina terminó por seducir a Dolores mientras garabateaba algunos dibujos en un plano impreso sobre una mesa alta, él asaltó su pantalón, soltó el botón, corrió sus cuquitos negros que apenas le cubrían las nalgas y sembró su verga mientras Juan oía todo.

Wow le dije, es un loco tu amigo y Pedro José me dijo ¡no me parece!.

Pedro José en tono de profesor de clase me soltó las siguientes perlas:

-El sufrimiento sicológico es algo tremendamente poderoso, una especie de energía perversa que se esconde entre miedos y experiencias traumáticas en un mar de incertidumbres resumidas en el cerebro humano; esa masa pequeña en peso y vasta como todo el universo.

-Las escenas humillantes, conscientemente admitidas, son una forma de controlar aquello que nos atemoriza y espanta. No en todos los casos se cuenta con el privilegio de conocer la sexualidad a través del afecto sino de la violencia, y erotizar el miedo es una manera de controlarlo.

En algunos momentos, mientras Pedro José me hablaba de sus amigos, quedaba suspendido por entre el valle de mis propios miedos. Pensaba en la sensualidad y la necesidad de embellecer la existencia por medio del arte como una manera de crear un teflón para resistir tantos antagonismos que llenan la vida.

A la tercera cerveza creía ya conocer lo suficiente de la vida sexual de unos desconocidos amigos de mi amigo, y le pregunté ¿No te preocupa exponer la vida privada de tus amigos de esa manera? Y me dijo: ¡a ellos les encanta!! Me quedé sin palabras por un buen rato. Era un viernes y la Jiménez se llenaba de estudiantes buscando diversión en los bares del sector, por momentos ya no veía rostros sino multitudes que iban y venían sin dejar memoria.

Al rato dejamos los detalles y nos pusimos a filosofar de la vida sexual de sus amigos ¿Por qué crees que el deseo nunca se acaba? –le pregunté a Pedro José, y algo ya entonado me dijo: ni puta idea. 

Después de una fantasía hecha realidad puede sobrevenir otra más heavy, más intensa o finalmente ¿detrás de la fantasía lo que hay es un miedo queriendo sanar? A lo que Pedro José se refugió de nuevo en su no tengo ni puta idea reventado de risa, mientras apuraba el último sorbo de la cuarta cerveza.  

¿Qué me dices de los curas pedófilos, de la violación como arma de guerra, de la violencia sexual contra los niños? le pregunté de nuevo a Pedro José y esta vez se puso serio, con ganas de responder.

 

-¿Pues qué te digo? Guillermo. Hay violencia sexual pública y privada y a veces se cruzan. La violencia sexual se transforma en otras cosas, en aquello que nunca decimos y lo indecible se transforma en otros tipos de violencia que se cruzan con otros universos que flotan en mitad de la sociedad, como la ideología, el tipo de música que oímos, hasta los mínimos gustos que podemos tener como escoger un par de zapatos así o asá. Pero si creo que definitivamente algo hay entre el miedo y la sexualidad, porque esta última ha sido muy satanizada: que no hagamos esto, que cuidado con lo otro, que ojo con la mujer que escoja le dicen a uno las mamás, que esa vieja tiene pinta de puta, que cuidado no se le para en mitad de faena con la mujer soñada y no llevó viagra, mejor dicho la lista es interminable. 

-Si, es cierto, le dije.

Le conté cómo me habían marcado unas palabras de una amiga cuando se compadecía de los hombres diciendo que vivimos encorsetados, obligados a usar la máscara de lo masculino, lo cerebral para esconder lo emocional, lo rudo antes que la suavidad, en cierta medida una negación de lo femenino que habita entre nosotros. Palabras más palabras menos lo masculino para ella era la versión negativa de lo femenino. Tal vez por eso vivimos tan enfrascados armando guerras por doquier. Le dije a Pedro José que el intercambio erótico consensuado tiene otro componente y es el de derrumbar el mito de la fidelidad, es decir, los famosos cuernos, un cuento por el que matan mujeres como derribando pájaros en mitad de la bandada. Entra a operar el control del cuerpo como una forma de sexismo a todo vapor.

Aunque nuestro diálogo era más acelerado que el tiempo la noche avanzaba solita; miraba el reloj y cuando volvía a mirarlo se había ido un pedazo que siempre superaba los cálculos, en medio de la charla animada con chorros de cerveza y la compañía de Pedro José. 

Hay rostros, cuerpos e imágenes con mujeres que se vuelven como fetiches en la memoria, reaparecen incesantes a pesar de que no hayas vuelto a saber de sus vidas. Mientras Pedro José me echaba sus peroratas del mundo fancy del arte, me retumbaba la curiosidad de pensar ¿qué se podría sentir al ver a la mujer amada “tirando” con otro fulano de manera consentida?  ¿Será que Juan le pedía a Dolores que le permitiera a él también esas licencias? 

Aunque no me considero un hombre celoso no sabría cómo manejar el asunto de que mi compañera apareciera un buen día cualquiera y me soltara de frente que ha tenido un affaire con un fulano de la oficina o algo así. Sencillamente, y con todo lo pretendidamente liberal que me pueda sentir en temas de sexualidad, estoy seguro que me emputaría en extremo, así no le dijera nada a ella.

El mito de la exclusividad está tan arraigado en el ADN cultural de las relaciones de pareja que su violación es señal pronta de ruptura. Y cuando ellas lo hacen nuestra auto estima se va para la puta mierda. Es descubrir de un momento a otro que todo ese universo de estabilidad reside en sospechar que ese triangulito oscuro del deseo es propiedad privada escriturada a nuestra cuenta y nadie, absolutamente nadie husmea por allá. No sé en qué momento la civilización occidental que llaman se inventó el cuento de la monogamia como institución sagrada para las relaciones de pareja. 

Pedro José pidió la otra ronda y yo ya estaba bastante ido de lo que me decía. Por eso intenté volver al asunto lleno de curiosidad ¿Pedro, aceptarías que Mónica se tirara a otro man y te lo contara?

Se quedó mirándome medio sorprendido y molesto ¿Quién yo? Me di cuenta que lo había puesto incómodo, una actividad que para algunos se vuelve oficio, ahh ¡usted si habla güevonadas Guillermo!! Claro que no marica! Ya no estaba molesto sino tenso y me pareció ver asomar un par de cuernos imaginarios en su cabeza. Alcancé a pensar que toda su fascinación con las historias de sus amigos no era más que una forma de expiar su dolor, sin embargo, si eso era cierto me lo hubiera contado, pero nunca había hablado nada de eso en todos estos años que llevábamos de amigos. 

No sé a qué horas nos despedimos. Pedí un Uber hacia mi casa y en todo el camino por la circunvalar con la ciudad de fondo pensaba en lo que sentiría si Camila, mi esposa, me saliera con un cuento de esos. De solo pensarlo sentí que el corazón empezó a caminar más rápido. Apreté el puño sobre la pierna y me sentí tan vulnerable y tan perdido que preferí cambiar la película mental de una. 

Guillermo Villamizar
Guillermo Villamizar on FacebookGuillermo Villamizar on Twitter