“Dibujamos a Mahoma para defender el principio de que uno puede dibujar lo que quiera. Es extraño: se espera que ejerzamos una libertad de expresión que nadie se atreve a ejercer. Hemos hecho nuestro trabajo. Hemos defendido el derecho a la caricatura”[i]. Estas palabras las pronunció el editor de Charlie Hebdo algunos meses después de la matanza de enero de 2015. Ante la masacre, el mundo occidental proclamó al unísono “Je suis Charlie”, en una clara defensa de la libertad de expresión. En un mundo secularizado la libertad de expresión es un asunto “sagrado”, independientemente de que en las culturas no secularizadas la caricatura de un profeta se convierta en una ofensa de orden mayor: manchar el rostro sagrado de Mahoma. De hecho, en el arte islámico Mahoma suele aparecer con el rostro cubierto por un velo, o simbólicamente representado como una llama. Desde luego, este es un dato insignificante para el crítico occidental, cuyo emblema es la libertad de expresión. Como señala Slavoj Žižek, “…hoy percibimos como una amenaza a la cultura a todos aquellos que viven directamente su cultura, aquellos que carecen de la distancia que nosotros establecemos” (cursivas mías 2006, 16). El “nosotros” es occidente; los “bárbaros” siempre son los “otros”. Desde luego es un acto de barbarie masacrar a unos caricaturistas, pero esto es inseparable de la certeza de que nosotros, finalmente, no somos talibanes. Por eso, los creadores de South Park caricaturizan a Cristo pero se autocensuran con Mahoma, pues son conscientes de la distribución desigual o jerárquica de la ofensa. Frente a esto, los cristianos exigen un trato igualitario, como se lee en el portal InfoCatólica:

Los creadores de la serie animada South Park han decidido reemplazar el personaje de Mahoma (…) después de que una web de jóvenes musulmanes amenazara de muerte a los responsables de este programa. Sin embargo, lo mismo no sucedió con Cristo o con Buda, pues en un reciente episodio el primero apareció mirando pornografía y el segundo esnifando cocaína.[ii]

Por un momento los reporteros de InfoCatólica se percatan de las ventajas del talibanismo, o al menos de su eficacia. Antes que a la amenaza directa el mundo secular recurre a la demanda, incluso en casos de presunta ofensa religiosa, como el caso de “Mujeres Ocultas” (2014) en el Museo Santa Clara en el que la relación vagina/custodia resultó ofensiva para algunos grupos católicos: la artista María Eugenia Trujillo quería mostrar “que Dios era una vagina”, según uno de los voceros. La demanda legal, en todo caso, parece más eficiente si va acompañada de algunas amenazas divinas:

Si usted no es católica no creen en nada respete a los que sí lo somos. A usted la va a vomitar Dios porque Dios vomita a los tibios. Un engendro del diablo como usted no merece dirigir un museo como es el de santa clara y mañana se hará manifestación frente al museo. Porque los católicos somos más y no vamos a permitir que una maldita feminista disfrazada de artista plástica destruya nuestra fe así que aténgase porque los católicos somos más [se conserva la escritura original de la carta].[iii]

Estas amenazas producen miedo porque el grupo de católicos que se moviliza carece de la distancia que nosotros tenemos frente a un espacio hoy en día desafectado o secularizado como el museo Santa Clara. Para “nosotros” creer de verdad es cosa de fundamentalistas, musulmanes o cristianos, que confunden la inserción de una vagina en una custodia con el ojo de Dios. Nosotros somos distanciados, gozamos y ponemos en práctica la “distancia irónica”. Podemos gozar con la caricatura de alguien convertido en cerdo, sabiendo que el susodicho no pertenece, en verdad, a la subespecie porcina. Es decir, tenemos la suficiente inteligencia para percatarnos de la distancia entre la cosa y su representación. Pero también para gozar del intersticio donde creemos ver que una verdad sale a flote (It’s funny because it’s true), desde el parecido físico del entonces candidato presidencial con la figura de un cerdo, hasta la “probabilidad” estadística según la cual muy pocos uribistas son probos. Si alguien pone en duda nuestro derecho al goce de la caricatura mediante una demanda o la amenaza directa lo consideramos… un talibán, pues atenta contra el intocable derecho de la libertad de expresión. El demandante de Matador señalaba lo siguiente:

La osadía del caricaturista de llamarnos a los uribistas cochinos, constituyó una manifestación denigrante, orientada a señalar con expresiones derogatorias, a quienes seguimos las orientaciones del expresidente Uribe y a influir por la vía de la ofensa y la descalificación en la conciencia de los electores.[iv]

 

Por su parte, la Fundación para Libertad de Prensa señaló que “La sátira, la crítica y la parodia son ejercicios legítimos de la libertad de expresión. Una decisión judicial de censurar a Matador, sería una afrenta grave contra su derecho fundamental a opinar”. La demanda, por fortuna, no prosperó. Aquí hay que recordar las palabras del editor de Charlie Hebdo, “Dibujamos a Mahoma para defender el principio de que uno puede dibujar lo que quiera”. Y podríamos extenderlas a Matador: “Dibujo a Duque en forma de cerdo para defender el principio de que uno puede dibujar lo que quiera”, y debería agregarse: independientemente de que doña María Juliana Ruiz, infatigable promotora de los jóvenes científicos colombianos, se sienta lastimada de ver en la figura de un cerdo al hombre que cada noche duerme a su lado. Parece que el discurso de la caricatura muchas veces pasa por la ofensa: que se ofendan el directamente implicado y sus cercanos. Eso es lo que defendemos y los talibanes no entienden: que gozamos viendo que el presidente eterno le limpie el trasero al subpresidente, que nos divierte ver al maestro de la superación del deseo metiendo perico y al ascético Yisus viendo pornografía. En parte esa es la gracia de la sátira y la parodia. Desde luego los que defendemos esto no somos ni uribistas ni budistas ni cristianos… Por el contrario, este auditorio está repleto de inteligencia crítica. Los talibanes siempre son los otros. Y voy a referenciar, precisamente, a un “Talibán”, a un tal Iván Navarro, dibujante transmutado en caricaturista. Mientras tanto, transcribo una defensa muy lúcida sobre la libertad de expresión, realizada por Halim Badawi:

El New York Times se muestra preocupado por la libertad de prensa en Colombia (con el despido de Daniel Coronell de Semana), pero al mismo tiempo decide cerrar, en un acto radical, ejemplarizante (como cuando en el pasado quemaban brujas en la hoguera), su espacio dedicado a la caricatura política, esto, porque dos de sus caricaturistas publicaron un dibujo que ya fue sentenciado (por los bienpensantes y los correctísimos) como “antisemita”. Este dibujo muestra al primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, como perro guía del presidente Donald Trump. Yo pensaba que la blasfemia había dejado de ser un delito en la mayoría de las democracias de Europa y las Américas, al menos desde la Revolución Francesa, pero veo que todavía despiden gente por blasfema, aunque ahora lo llamen “ofensa al sentimiento religioso” u “ofensa a los símbolos religiosos”, un cargo ridículo teniendo en cuenta que los símbolos religiosos también son políticos (y al moverse en ese territorio ambiguo, estos símbolos son susceptibles de ser reapropiados, cuestionados o revisados críticamente). Así mismo, la caricatura, lejos de las interpretaciones o sentidos diáfanos y únicos, se mueve en un territorio inestable, líquido, pleno de alegorías, metáforas, dobles sentidos e indefiniciones, y así puede decir cosas que no podrían decirse de otra forma. Ninguna sociedad que se precie de democrática (y ningún medio de comunicación enfilado hacia este horizonte), puede permitirse condenar a dos artistas, a dos caricaturistas, por blasfemia, y menos juzgar con un rasero lo que pasa afuera y con otro rasero lo que ocurre adentro. #TheNewYorkTimes[v]

La censura de la que fueron víctimas los caricaturistas es infame, pues ellos estaban ejerciendo su derecho a dibujar a Netanyahu como perro para defender el principio de que ellos pueden dibujar lo que quieran. De esta reflexión me interesa la distinción que Badawi hace entre el afuera y el adentro. La misma que de alguna manera propongo con el título de esta charla: lo próximo y lo distante.

***

Un amigo de José Asunción Silva le preguntó por qué razón no escribía obras de teatro. El poeta le respondió que siendo Bogotá una pequeña aldea propiciaría que cualquier fulano se identificara con algún personaje: que doña Catalina X se sintiera identificada con la prostituta, don Fernando Y con el déspota, María Lucrecia Z con la tonta, etc., etc. Eso haría imposible que el poeta se paseara tranquilamente por la desde entonces cloaca Santa Fé de Bogotá. Demasiada proximidad. Ya saben: pueblo chico, infierno grande. Un rasgo del cosmopolitismo es, precisamente, la distancia, que va acompañada de una imprescindible indolencia, un cierto “guarde la distancia”, como ocurre en los lugares densamente habitados: Transmilenio en hora pico (o cualquier hora), donde los cuerpos, los olores y las conversaciones de las otras personas nos invaden hasta la más insoportable proximidad. Sin embargo, el flujo de pasajeros no disminuye con los días ni las semanas… así que, en verdad, tal proximidad hay que hacerla soportable: hacer abstracción de los olores y los cuerpos de los otros. El límite de la tolerancia siempre está en soportar algún tipo de proximidad, y para que esta tolerancia se ponga en práctica no es necesario ser empático con el extraño desagradable que me resulta próximo, simplemente ser indolente, indiferente o antipático: proximidad corporaldistancia espiritual, fue la observación de Simmel sobre la vida psíquica en las grandes urbes:

Sí, si no me equivoco, la cara interior de esta reserva externa no es sólo la indiferencia, sino con más frecuencia de la que somos conscientes una silenciosa aversión, una extranjería y repulsión mutua, que en el mismo instante de un contacto más cercano provocado de algún modo redundaría inmediatamente en odio y lucha […]. De la gran ciudad nos protege la antipatía, el estadio latente y previo del antagonismo práctico. La antipatía provoca las distancias y desviaciones sin las que no podría ser llevado a cabo este tipo de vida (1986, 253 y 254).

Tal vez no nos percatamos fácilmente de eso, pero es seguro que la indolencia y la antipatía es un rasgo civilizatorio que protege contra el antagonismo práctico, o al menos es su estado de latencia. Que el antagonismo práctico salga a la superficie y se manifieste es porcentualmente minoritario con respecto a la totalidad de la marea humana del espacio urbano. Ahora bien, estas observaciones se ajustan al habitante de la ciudad moderna, desde el flâneur que vagabundea en medio de la multitud gozando de su anonimato, hasta las discusiones públicas en las que se construye activamente una ciudadanía crítica: la esfera pública construida en los salones, cafés, clubes literarios y sociales en el siglo XVIII, que es la referencia de Jaime Iregui para construir espacios de debate sobre el campo artístico colombiano, en distintos momentos y con distintos nombres: Tándem, Red Alterna, Momento Crítico y Esfera Pública. Sobre la esfera pública Habermas indica lo siguiente:

… espacios de espontaneidad social libres tanto de las interferencias estatales como de las regulaciones del mercado y de los poderosos medios de comunicación. En estos espacios de discusión y deliberación se hace uso público de la razón; de ahí surge la opinión pública en su fase informal, así como las organizaciones cívicas y, en general, todo aquello que desde fuera cuestiona, evalúa críticamente e influye en la política (Habermas 1982).

Entonces: discusión, deliberación y uso público de la razón. Ahora bien, de los cafés al Internet hay una gran distancia en cuanto a los modos de razonar. De hecho, el discurso que circula en redes tiende a lo emocional: antes que logospathos, incluso de manera patológica. Es comprensible que alguien que defendió la masificación de la comunicación y la desjerarquización de la cultura, como Umberto Eco, hacia el final de sus días dijera desconsolado:

Las redes sociales le dan el derecho de hablar a legiones de idiotas que primero hablaban solo en el bar después de un vaso de vino, sin dañar a la comunidad. Ellos eran silenciados rápidamente y ahora tienen el mismo derecho a hablar que un premio Nobel. Es la invasión de los idiotas”[vi].

Aquí hay que agregar: los idiotas, como los talibanes, siempre son los otros. Más mesurado, pero no menos escéptico, Habermas advierte que la alfabetización después de la invención de la imprenta tomó siglos hasta alcanzar un tipo de ciudadanía crítica, mientras que Internet tiene pocas décadas, así que hay posibilidad de construir una alfabetización del usuario en red[vii]. Mientras tanto… pues la invasión de los idiotas, las fake newsy el derecho a abrir la boca por parte de cualquiera. Sin embargo, aunque cualquiera pueda abrir la boca, lo que emite su voz o textean sus pulgares (para actualizar las metáforas), no son ideas propias ni razonadas, pues detrás de cada balbuceo y mueca de opinión se esconde el titiritero, el líder carismático que provee la clave para comprender el mundo con su nueva tabla de valores. Para aquellos que nunca han hablado públicamente, acceder sin esfuerzo a un repertorio lingüístico resulta gratificante. Y ponerlo en uso, desde luego, alzar la voz en el ágora inmaterial de las redes sociales: “Nos vamos a volver como Venezuela”, “Castrochavismo”, “FarcSantos”, “Enmermelados”, “Narco-terroristas”, “Bandidos”, “Violadores de niños”, “Si la justicia le pone un dedo a Uribe incendiamos el país”, #YoCreoEnUribe. Por su puesto, lo clave está en su combinatoria:

Yo creo en el Presidente Álvaro Uribe, quien es perseguido por defender nuestra patria del narco terrorismo, de la corrupción de la justicia y de los Santos que se han robado el país por muchos años. Por eso: #YoCreoEnUribe

Están sorprendidos, están escandalizados porque muchos colombianos odiamos la guerrilla, odiamos los #violadoresde las FARC, odiamos los terroristas, odiamos a #Farcsantos, están sorprendidos, escandalizados por odiar asesinos y violadores. #ParaquitaLaDelBarrio

Proveer de repertorio lingüístico a replicantes del odio no es una buena señal para el futuro del país. Nos gusta pensar que quienes despliegan tal repertorio conforman la legión de idiotas de la que hablaba Eco. Pero antes que idiotas tal vez conforman la legión de los excluidos: de la educación, la política y el mercado. Ante la eficacia del odio incrementado exponencialmente en las redes sociales, creemos en la potencia de la risa y la ironía como una forma de combate: los memes y la caricatura. Recientemente, conla mujer que insulta a Esteban Santosen un centro comercial. Frente a la perplejidad que produce tanto su versión fantástica sobre la historia reciente del país, así como su espontáneo talento para el insulto, Paraquita La Del Barrio nos saca una risa con su outfit dominguero y su rol de influencer uribista: “Paraca a mucha honra, Santos HP, Carlos Castaño te extrañamos, DIOS ES AMOR // Plomo es lo que hay ¡Viva la Guerra!”. El perfil paródico en Twitternos muestra la emblemática de un uribista promedio. O eso es lo que queremos ver. Todo esto nos produce risa porque lo que vemos se haya en el extremo opuesto de nuestra posición ideológica. Lo vemos a distancia. Del mismo modo en el que vemos las caricaturas de Matador. En lugar de “ver para creer”, en estos casos nos encontramos con un “creer para ver”. Y tan sencillo es comprobar esto, que cuando vemos memes o caricaturas realizadas en el extremo opuesto de nuestra posición política, como los de Retador, el asunto no nos parece ni gracioso ni inteligente. De hecho, nos parece infame que un héroe solitario del periodismo colombiano, como Daniel Coronell, sea acusado de calumnia, y nos parece un golpe bajo a la institucionalidad, que una caricatura muestre a Santrich huyendo en una avioneta de la JEP y de la Corte Suprema de Justicia. Sin embargo, es seguro que estas caricaturas alegran el día de nuestros oponentes ideológicos, 10 millones, potencialmente, que ven la caricatura de Santrich, realizada hace unos meses, como una profecía y dirán: It’s funny because it’s true.

 

De modo que cuando hablamos de caricaturas y memes el asunto no tiene que ver con la verdad que revelan sino con la construcción de sentido para una comunidad lingüística en la que reina el consenso. Es decir, para un grupo humano básicamente provinciano que considera que el extraño (el otro o el extranjero) es la fuente de todo mal. El anti-uribista dirá: “Estamos con Matador y en contra de Retador”. Mientras que el uribista dirá: “Estamos con Retador y en contra de Matador”. Parece que algunos hallazgos de la sociología clásica de la comunicación siguen vigentes: no nos enfrentamos individual sino colectivamente a los contenidos mediáticos, de modo que un contenido no tiene la potencia de transformar nuestra opinión sobre un asunto sino, por el contrario, la de fortalecer nuestras creencias previas, la de hacerlas arraigar aún mucho más. Esta afirmación puede desconsolar, o más bien molestar, a aquellos que confían en las potencialidades críticas del humor político: la posibilidad de transformar la opinión de alguien sobre un asunto conflictivo, de concientizarlo y hacerle ver la verdad del mundo. Confiamos mucho en el poder crítico del humor político. En nuestro caso, además, porque tenemos un mártir al que no se le permitió reírse y caricaturizar lo que quisiera.

***

 

Con este desvío se me fue postergando lo del talibanismo. Así que volvamos a lo del tal Iván Navarro. Si Navarro hubiera conocido el relato de José Asunción Silva, el de la pequeña aldea y la cercanía excesiva del juicio público, no sé si sus caricaturas se hubieran detenido en la exposición “Mentiras y Verdades” realizada en Desborde Galería en 2017, una colección de caricaturas sobe el mundo del arte local. El procedimiento fue sencillo: exteriorizar en la caricatura lo que se susurraba en las inauguraciones y las fiestas de los artistas, los curadores y los coleccionistas, una extensión de su trabajo como dibujante: escuchar relatos bizarros sobre la noche bogotana, la vida de los taxistas, las prácticas domésticas para evitar el embarazo, etc., y convertir esos relatos en, la mayor parte de las veces, dibujos grotescos en los que no resultaron infrecuentes las referencias escatológicas. Ese es el sello de Iván: la fealdad, tal como lo señala William Contreras en el prólogo del libro Feo, publicado por La Silueta Editores en 2014, unos años antes de la exposición “Mentiras y Verdades”:

Este proyecto en específico le apuesta a permitirse malicia y fealdad, pues hay que ser verdaderamente entregado a regodearse en la malaleche propia para realizar una colección tan extensa de las personas feas que uno va encontrando en la vida. Apuntando con el dedo la tortuosa ausencia de atractivo ajeno, y luego a punta de carboncillo dibujando cada arruga, verruga, nariz torcida, ojos bizcos, jorobas, orejas y narices desproporcionadas. El autor utiliza el recuerdo de personas anónimas que se cruza cotidianamente para llevar un atlas cuyo objeto cartografiado es básicamente la repulsión hacia el otro.

Cuando la fealdad es plasmada y exaltada en personas anónimas no parece haber problema alguno con los dibujos de Navarro, pues se ven a la distancia. Pero cuando el dibujo se aproxima de manera encarnada en un individuo, el asunto se vuelve problemático: que a Betty G. se le acuse de hacer lo mismo de siempre pero además acaparando todos los espacios del arte; que se muestre a la sacerdotisa del duelo nacional con una cabeza de Medusa y la lengua de víbora, calculando las ventajas del duelo; que el relevo del MAMBO se convierta en MALVOLVO, mostrando a alguien que ahora está en el reino del Que En Paz Descanse; que el distrito del arte bogotano sea la excusa para el viaje psicotrópico; que indique cuál fue la mejor exposición del 2018 pero que al mismo tiempo deslegitime al galerista; que el presupuesto Para-Cultura sea recortado con motosierra; que la concentración de exposiciones en una persona sea presentado como el resultado del loby, la rosca y la lagartería, etc. Para un sector del pequeño campo del arte local, estas caricaturas han sido catalogadas como ofensivas, calumniosas y misóginas.

Navarro me recuerda a veces a Alan, el personaje barbado y gordo de The Hangover. Un tipo que propicia los desmadres sin darse cuenta de que los ha armado. Al otro día se puede encontrar con el desastre y preguntarle a un implicado, con voz dulce y suave: “Hola Elkincito, ¿cómo estás?” En una escena de la película, Alan recibe una golpisa por parte de uno de los matones del traficante Leslie Chow. Uno de los amigos de Alan le replica: “Que no te confunda la barba, ¡es un niño!”. A lo que Chow responde con una carcajada: It’s funny because he’s fat!Parece que en el mundo de la caricatura el fat(y por extensión el ugly, etc.) es inseparable del true. Por ejemplo, que un cerdito diga: “Ay no!, soy el único uribista que no está cochino”. Aunque la verdad, como ya se ha indicado, cubre con su manto revelador a una comunidad lingüística en la que reina el consenso. Es decir, una comunidad marcadamente provinciana.

Para esta charla revisé gran parte de las caricaturas de Navarro publicadas en Reemplaz0. Debo confesar que no logro comprender muchas de ellas, pues al estar al margen del campo del arte local, no identifico la mayor parte de los personajes y las situaciones. Caricaturas que, por otro lado, no alcanzan a superar las 200 vistas en promedio. Es decir, un fracaso desde el punto de vista comunicativo. Por eso me llama la atención las pasiones que ha despertado y las lealtades que se ponen de manifiesto, en un pequeño espacio social con pocos actores en los que aparece una suerte de mandato: los que no están conmigo, están contra mi. Recojo estas declaraciones de algunos actores reconocidos en el medio local.

Christian Padilla:

Es que intentar hacer crítica a partir de mamarrachos no lo hace dibujante, ni artista, ni caricaturista, ni mucho menos crítico.

Halim Badawi:

Un dibujo torpe y burdo, lleno de lugares comunes gráficos (…) un dibujo bastante infantil (no infantil como Klee o como un primitivo, sino infantil en su inocencia y precariedad conceptual y gráfica).

Víctor Albarracín:

Nunca he entendido el “humor” de Iván Navarro. Es una lástima desperdiciar los pocos espacios de crítica que podrían surgir en Colombia, dándole la voz a tanta misoginia y ramplonería.

Creo que es importante que se debata, que se critique la caricatura e incluso que se ponga en duda la capacidad creativa del dibujante. Sin embargo, no deja de llamar la atención que esto solo se activa en el momento en el que Navarro caricaturiza a una muy importante agente del campo artístico colombiano y que en su defensa aparezcan las apreciaciones de “mamarrachos”, “Dibujo torpe y burdo”, e incluso un llamado al silenciamiento de Navarro: “Es una lástima desperdiciar los pocos espacios de crítica que podrían surgir en Colombia, dándole la voz a tanta misoginia y ramplonería”. Tal vez es necesario recordar que una imagen de un hombre adulto limpiándole el trasero a otro, también está en el registro de lo ramplón. Sin embargo, de este lado no se escuchan voces pidiendo que se silencie a Matador por chabacano. Retomando la defensa a la libertad de expresión realizada por Badawi, podría pensarse que en el medio local también se da lo de “juzgar con un rasero lo que pasa afuera y con otro rasero lo que ocurre adentro”: libertad para lo distante y talibanismo para lo próximo. Es extraño que los protagonistas de un medio considerado libertario y disruptivo se afecten tanto por las caricaturas de Navarro, cuando en verdad lo que hace es defender el principio según el cual cualquiera puede dibujar lo que quiera.

 

Elkin Rubiano*

Este texto fue escrito por el autor para el seminario «Escenas del Arte. Modus Operandi», organizado por el Departamento de Arte de la Universidad de los Andes. Septiembre 4 de 2019.

Referencias Bibliográficas:

Habermas, Jürgen (1982). Historia y crítica de la opinión pública. Barcelona: Gustavo Gili.

Simmel, George (1986) “Las grandes urbes y la vida del espíritu”, en Simmel, El individuo y la libertad. Ensayos de crítica cultural.Península: Barcelona.

Žižek, Slavoj (2006) El títere y el enano. El núcleo perverso del cristianismo. Buenos Aires: Paidós.

Elkin Rubiano*

*Texto del autor para el seminario Escenas del arte — Seminario Modus Operandi # 18. Organizado por el Departamento de Arte de la Universidad de los Andes.

Notas

[i]https://elpais.com/internacional/2015/07/18/actualidad/1437240106_733236.html

[ii]http://www.infocatolica.com/?t=noticia&cod=6140

[iii]https://www.revistaarcadia.com/agenda/articulo/el-caso-mujeres-ocultas-en-el-museo-santa-clara-la-censura-se-torna-en-amenazas/38693

[iv]https://www.elespectador.com/noticias/judicial/traves-de-una-tutela-piden-que-caricaturista-matador-pida-disculpas-publicas-articulo-743240

[v]12 de junio de 2019, disponible en: https://www.facebook.com/search/posts/?q=%22El%20new%20York%20Times%20se%20muestra%20preocupado%20por%20la%20libertad%20de%20prensa%22&epa=SEARCH_BOX

[vi]https://verne.elpais.com/verne/2016/02/20/articulo/1455960987_547168.html

[vii]https://elpais.com/elpais/2018/04/25/eps/1524679056_056165.html