Jaime Ávila, Bestiario

Jaime Ávila, Sofá sin pellejo, 2011

El trabajo de Jaime Ávila se inscribió en un cuidadoso análisis de las relaciones de poder, a través de temas como la calle, la moda, el estilo y la ciudad. Su método consistió en partir de un micro cosmos, un lugar micro político, como puesto de avanzada para

analizar dinámicas sociales subterráneas. En Bestiario (2011) reflexionó sobre la imagen de la subversión armada,  anacrónica, contradictoria y duradera. El retrato, la moda, el pelaje y la sexualidad  fundían a las víctimas de la moda con las víctimas del conflicto. A la vez, una crítica dirigida al circo del mundo de arte , a los reality shows de artistas, a las residencias artísticas, los solo projects y demás.

La obra partía de su interés por el secuestro y liberación de Ingrid  Betancur, secuestrada por las FARC de 2002 a 2008, cuando es liberada en la Operación Jaque. La famosa fotografía de Betancur languideciendo en el padecimiento de su cautiverio fue una poderosa imagen que capturó la imaginación de Ávila. El punto de partida para esta parábola sobre el arte convertido en rehén del mercado y el espectáculo.

El cautiverio de Betancur había ya inspirado a otros artistas. En el V Festival de performance de Cali en 2002, el francés Pierre Pinoncelli se cortó su dedo meñique en protesta por su secuestro, gesto brutal que contrastó con la laboriosa y valiente labor del profesor Moncayo, el caminante por la paz, “el profesor con callo”,  cuyo hijo fue secuestrado por la guerrilla y quien recorrió el país a pie de punta a punta y cargando cadenas para protestar ante la guerrilla y el gobierno Uribe, éste último por dificultar el rescate. Un valiente activismo alejado del espacio artístico que cerró con la liberación de su hijo en 2010.

Bestiario es una narrativa, una historia de ficción sucedida en Colombia:  en ella, artistas que realizaban una residencia artística son secuestrados por un grupo armado, como lo explica 36 artistas plásticos fueron secuestrados en pleno campo de batalla, obra que abre ésta instalación y que constituye el dudoso «guión» —nunca sabremos si fue un falso secuestro— y que describe el rapto en el Caquetá de 20 creadores colombianos, dieciséis extranjeros y el infaltable curador.

Bestiario cuenta con varias obras bi y tridimensionales enmarcadas, un sofá, una tienda de campaña armada con un trípode y ramas de pino; dibujos con objetos instalados, palos de golf y dos artistas ficticios: Wilson Sánchez y Edwin Díaz, quizá uno de ellos autor de  A mi me pasó lo mismo, un libro clavado en la pared con el retrato a lápiz de la ya mencionada Betancur con pelo artificial cayendo al suelo.

Una vez más, y como fue su sello,  Ávila se ocupó de los estereotipos asociados a la juventud radioactiva, drogadicta, rebelde, estilosa, inconforme, alienada, aventada, perseguida, elitista, ingenua, astuta, eso y todo a la vez, en retratos sobre madera intervenidos con pelo, anteojos, peluches con títulos como El último salvaje-Artista, Artista Subversivo Quimbaya, Hombre-Infrarrojo, y El Hombre Pirata, altivos y musculosos muchachos, veinteañeros arrogantes y guapos.

Dos esferas, El mundo de los amigos y El mundo de los enemigos, en cerámica y esmalte, asignaban espacios geográficos a sus propietarios:  «Cabo Simón», refiriéndose tanto a la privatización del territorio como al secreto y antagonismo que caracteriza a las organizaciones ilegales.

La pieza central  la constituía El Ché de la izquierda / El Ché de la derecha, un díptico conformado por dos retratos del revolucionario argentino. El retrato original de Korda, dibujado en madera y con pelo abundante pegado en su barba, bigotes y cabeza, se oponía al exótico retrato del Ché calvo.  Pocos años antes, Madonna había simulado el famoso retrato de Korda para la portada de su álbum American life. En el contexto local María Isabel Rueda había tomado retratos de jóvenes que vestían camisetas con la cara del Ché, en Lo uno y lo otro.  Al igual que ellas Ávila tomaba la moda como motivo para parafrasear, remedar y burlar, es decir, para citar extensamente la cultura popular y su obsesión con las pasarelas, el estilo y la novedad, en un eterno retorno a su célebre serie La vida es una pasarela, que vino del encuentro callejero con jóvenes cariocas en Río de Janeiro quienes dicen al artista al cruzarlo: «La vida es una pasarela, ¿no es así?»

Jaime Ávila, El Che de la izquierda el Che de la derecha, 2011

Santiago Rueda
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