InfraOtro. Lo creo y no lo veo, Gabriel Alberto Garzón en Ibíd

«Somos, después de todo, hermanos de nuestros cataclismos,
de esos ojos extraeremos algo de mito»

Roberto Bolaño, «Bienvenida». Publicado en Algunos poetas de Barcelona, 1978.

 

Se trata de un artista que, acudo al cliché, se-toma-en-serio el jugueteo para burlarse de quienes creen que jugar es-algo-que-debe-tomarse-en-serio. Pero lo hace como sin ganas. O eso pareciera. De ahí que sea tan dialéctico: obras que no son ni mera superficie —¡bye formalistas!—, ni pura materialidad —¡chao realistas especulativos!—, ni —¡suerte Baudrillard!— The Precession of Simulacra. Que más bien aspiran al chiste ontológico. Desde la invitación misma a la exposición: una sutil reinterpretación del panfleto de una secta que vende optimismo en cápsulas donde un volcán explota como se solía enseñar en colegios y ahora perpetúa Midjourney (montaña sexualizada —más alta que las demás botándole a todo el mundo todo lo que tiene dentro durante una única ocasión—), antecedido por un refrán pedagógico alterado en mayúscula sostenida con fuente de álbum de grupo de mechudos blancos que cantan baladamericana: la invitación a una prom. de centennials.

Sin embargo, no es tan fácil. La experticia de Garzón se comprueba en sus modos de cambiar primeras impresiones. De ahí que en esta exposición decida ponernos a adivinar: ¿qué vamos a ver: una muestra de paisajismo convencional, otra ilustración del fin de la postmodernidad, el regreso de los metarrelatos asesinos?

Como el marxista que no quiere parecer, Garzón recuerda «todo lo sólido, etc.» para salir a la sociedad de consumo y leer los textos pasivoagresivos del marketing actual. Va y visita un almacén de cadena para quedarse errando entre las góndolas tratando de reconocer los éxitos que imita la música ambiental contratada por unos directivos que no le quieren reconocer derechos de autor a nadie. Identifica el tono de las órdenes que recibimos y nos retrata siguiéndolas, satisfechos. Un psicólogo en una prom. de centennials.

«Lo creo y no lo veo» funciona de manera similar: una ristra de preguntas formuladas después de caminar por el centro de Bogotá que parece el guión del making-of del making-of de una película de ciencia ficción que se quería filmar en una locación a punto de demolición y cuyo argumento era bien sencillo: cantidad significativa de rolos viviendo tranquilos. Por su elevado nivel de fantasiosidad, jamás se realizará. Sólo quedará en palabras. Entonces, nuestro artista se agarra de esa condición para producir un océano de texto que nos permita caminar sobre él siendo malditos. Entiéndase: pobres. Es decir, sin haber conseguido amarrarnos a listas de dogmas que nos permitirán tener éxito (si queremos), hacer todo bien (si nos da la gana), cometer menos errores con nuestros seres queridos (si todavía tenemos seres queridos). Libros para anotar direcciones de gente a la que no queremos ver recorridos por una cantidad considerable de rolos intranquilos.

Fundido a blanco.

 

«“Nos movemos por impulsos instantáneos”… “Algo así destruirá el inconsciente y quedaremos en el aire”»

Roberto Bolaño, Amberes (2002)

 

Lo creo y no lo veo
Gabriel Alberto Garzón
Otro
21 de junio 21 de julio – 2024
Bogotá

Guillermo Vanegas
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