En 1984 se estrenaba en las salas de cine Terminator; un androide diseñado para atravesar el tiempo y matar el germen de la revolución antes incluso de que naciera, mejor dicho, matar el feto de la revolución. Dirán algunos que no, que no era simplemente un feto, que ya era un humano y que por tanto merecía vivir y disfrutar de las bondades de la vida en este planeta, pero esa no es la discusión en este momento, esa la dejamos para cuando tenga ganas de hablar de cosas serias e importantes y no la sarta de estupideces que viene a continuación.
Lo verdaderamente maquiavélico de Terminator es que nos mostraba como ya se podía pensar en apagar revoluciones antes incluso de que a alguien se le pasara por la cabeza que había algo porque luchar. Ya no había que bombardear a Salvador Allende en su casa de gobierno o pagarle millones a los Contra nicaragüenses, qué aburrido. La estrategia ahora era mucho más divertida, casi como unas Oreo con leche, o unas vacaciones en algún lugar pobre del Caribe. Le dejaron la tarea al mercado y el mercado se la tomó a pecho. Lo chevere del mercado es que hace todo especial, nos hace especiales, también convierte la verdad en algo especial y único. Así como segmenta grupos de consumidores así mismo segmenta las verdades y es muy cool.
Es jueves en la tarde, casi las 5, hace frío y haz estado leyendo los comentarios de tus amigos en Facebook todo el día, te duelen los pies y un poco la espalda así que decides salir a dar una vuelta. Te pones la chaqueta y piensas mecánicamente: llaves, celular, billetera, y a medida que lo piensas te vas tocando los bolsillos en donde tienes cada uno de estos objetos. Te sientes orgulloso de ser tan previsivo; piensas que con estos tres elementos podrías sobrevivir toda una existencia, en la billetera está la tarjeta del banco, con las llaves se abre la casa, con el celular llamas a tu papá para que te consigne en el banco para poder pagar el arriendo de tu casa y la factura del celular. Sales y cierras con doble llave, la última vez se llevaron el Mac y ahora te tuviste que acostumbrar al PC que no para de chillar. Caminas unos pocos metros y piensas que sería buena idea ir al supermercado que queda a 10 minutos, qué bien, un objetivo, por fin un propósito. Atraviesas el parque y ves a estos tarados colgados de una tela que a su vez cuelga de un árbol, otra vez te acuerdas de que querías ahorrar para comprar un rifle de aire pero son demasiado caros. Lo chevere del mercado es que hace todo especial también a la verdad la hace divertida y única. Entras al supermercado de la verdad donde hay verdades para todos los gustos, góndolas y góndolas llenas de verdades divertidas, verdades terribles, verdades serias y políticas, verdades amorosas. Hay una sección especial para ti en el súper de la verdad que atraviesas con parsimonia, casi con desgano. Piensas que llevas viniendo a este supermercado por más de ocho años y es muy raro que en tu sección existan verdades nuevas, piensas por un momento que tal vez sea hora de cambiar de góndola por un tiempo; en ese momento te volteas y la ves, una cajita pequeña, más o menos del tamaño de una caja de fósforos. Está decorada con un hermoso amarillo quemado y un azul cielo que se entremezclan perfectamente con el blanco y gris pálidos de un dibujo de la luna. En letras góticas, casi Nazis dice “El otro lado de la luna” buscas los ingredientes, las instrucciones, los gramos, las contraindicaciones pero las letras son diminutas y no alcanzas a leer. Entonces miras para todos lados esperando que ninguno de los empleados del súper de la verdad te vea abriendo el producto. Sólo hay que apretar la cajita de un lado para abrirla y lo haces con nerviosismo, al abrirla descubres otra increíble verdad: ya no importa si hay otro lado o no de la luna, ya todo se descubrió, ya todo está en la superficie, no hay lados oscuros porque el mercado todo lo ha iluminado. Vas a la caja registradora y pasas la tarjeta, ya es de noche y miras la luna que está casi llena mientras caminas, estos días proyectan sobre la luna películas de cine mudo de tiempos lejanos, los comerciales también son mudos entonces ves a una hermosa modelo con su abultado y sedoso pelo al aire que hace juego con las nubes y las estrellas. Ya nada está oculto piensas, hemos llegado a todas partes, como google maps.
Volviendo a la realidad y dejándonos de literatura barata es una gran coincidencia que Terminator haya salido justo en 1984, aunque algunas personas dirán que estoy exagerando y que además 1984 (la película) salió también en 1984 (el año) con lo cual mi argumento, si es que alguna vez hubo uno, pierde fuerza. Tienen razón, lo de Terminator no iba para ningún lado. Tal vez este es otro de mis intentos por parecer inteligente, otra propaganda de la guerra fría aplicada a mi superación personal, otra oportunidad para probar las relaciones públicas en el desarrollo último de mi personalidad, otra verdad iluminada y puesta a prueba sin ningún fin específico. Me gustó mucho la película, seguramente cuando la vi tenía diez u once años, así que, bueno, me imagino que tengo algún tipo de nostalgia absurda.