El ministro Buitrago. Homenaje

Si algunos afirmaban que no era el momento para que Carmen Vásquez fuera ministra de Cultura, el relevo no fue, tampoco, un gran acierto. Así es Felipe Buitrago, nuestro nuevo ministro.

Debemos comenzar por su frustrado paso por la actuación, con su deseo de ser artista que no fue realidad: cuando estudiaba en el Gimnasio Campestre de Bogotá, el ministro Buitrago se aventuró en las tablas. Allí, de la mano del gran actor colombiano Andrés Parra, interpretó a El Inquisidor, personaje de la obra El hombre de La Mancha, musical estudiantil que le permitió hacer sus «primeros pinitos».

Detengámonos para hablar de por qué Buitrago podría haberlo hecho muy bien en el papel de El Inquisidor. Lo primero es que su tono de voz sereno, pausado, delicado, le permite muy bien hablar despectivamente de la gente. Se llama Felipe, ese nombre que tanto tiene que ver con la realeza, lo cual ha hecho que, quizás desde su casa, se le haya empoderado para tener «don de mando».

A los hombres y mujeres del teatro, Buitrago los llama despectivamente «esos teatreros», o simplemente «esos», centrado su palabra en una posición de poder que sustenta en muchos cargos, nombramientos, pero pocos proyectos, pocos hechos.

Sigamos su mirada hacia la cultura. Si bien Buitrago es un hombre que se define como «sensible» a las artes, amante de la cultura y todos los lugares comunes que suele pronunciar cuando se tiene una conversación con él, desde joven se dio cuenta que no tenía el talento para ser artista, por eso estudió economía.

El ministro Buitrago es bumangués, sin embargo no tiene el carácter y la seriedad de otros destacados bumangueses como la maestra Beatriz González. De su formación debemos saber que es egresado de la Universidad de los Andes en Economía, cuenta con una maestría en Política Pública Internacional de Johns Hopkins-SAIS.

También es coautor de los libros La Economía Naranja y The No Collar Economy, en breve revisaremos el primer texto.

Sigamos con la hoja de vida del señor ministro: «fue Consejero Presidencial para Asuntos Económicos y Estratégicos. Cuenta con 17 años de experiencia en temas relacionados con el diseño, implementación y evaluación de políticas públicas para el desarrollo del emprendimiento creativo y la apropiación de nuevas tecnologías», reseña el Ministerio de Cultura en su sitio web.

También se desempeñó como Director de TicTac, tanque de pensamiento de Cámara Colombiana de la Informática y las Telecomunicaciones (CCIT); fue consultor de la División de Asuntos Culturales, Solidaridad y Creatividad del Banco Interamericano de Desarrollo (BID); Director del Observatorio Iberoamericano de Derecho de Autor (ODAI); y Developing Creative Economies Programme Manager del British Council en Londres.

Si miramos con lupa, éste sujeto ha sido un hombre de nombramientos, de amiguismos y favores, de cargos y más cargos. No se le recuerda por un gran proyecto. O, por lo menos entre algunos líderes del sector a los que consulté por él, nadie sabe nada de él. Muchos, cuando les preguntaba por Buitrago, sin decirles que era el nuevo ministro, respondían invariablemente «¿y ese quién es». Consulté a quince de estos importantes personajes, por si les interesa el tamaño de mi muestra.

Si usted quiere, puede decir que se trata de un burócrata en su máxima expresión. Pero, de hecho, no es nuevo en el MinCultura, quizás su aporte al campo cultural colombiana haya sido al que cumplió desde su rol de Coordinador del Programa de Economía y Cultura, cargo desde el que ayudó al desarrollo de la Cuenta Satélite de Cultura de Colombia, «así como en el diseño y negociación de la Reserva Cultural de Colombia en el Tratado de Libre Comercio con los Estados Unidos (estableciendo un modelo que de ahí en adelante el país seguiría utilizando en las demás negociaciones comerciales internacionales)», según se indica en la web de Mincultura.

Con base en esto podemos entender su mirada de la cultura. Es un economista que busca entre este sector una manera de «volvernos ricos», «solventes» y demás ideas que ignoran lo simbólico del trabajo que hacen hombres y mujeres de a pie todos los días, en territorios inimaginados, en condiciones complejas, sin importar si les pagan o no una boleta o si el Estado da aportes para seguir adelante con su utopía.

 

El libro de Buitrago

Aunque siempre se presenta como Felipe, el ministro también se llama Pedro, como el que negó a su maestro tres veces. Así lo sustenta la información bibliográfica de su obra cumbre, la que le ha merecido que el gobierno actual lo ponga en la primera línea de mando: La Economía Naranja: Una oportunidad infinita. Autores: Buitrago Restrepo, Pedro Felipe; Duque Márquez, Iván.

¿Ahora entienden de dónde salió el nuevo ministro?

Resulta que al señor Buitrago, al autor Buitrago, se le ocurrió presentar un texto con sus ideas de lo que es la economía naranja tras haber fracasado como emprendedor, como me lo confesó varias veces. Su pluma la unió a las ideas de otro erudito en el tema de emprender, ya mencionado, pensando que los modelos culturales se pueden copiar y pegar. Que lo que pasa en Barcelona, Buenos Aires u otras capitales donde funcionan las denominadas «empresas culturales» o «industrias culturales», es aplicable para un país tan diverso, pluriétnico, multicultural, pobre, violento y resiliente como Colombia.

Así reseña el BID, casa de Duque y Buitrago, el libro:

«Este manual ha sido diseñado y escrito con el propósito de presentarle las ideas y conceptos clave de un debate en gran parte desconocido. Un debate sobre una importante oportunidad de desarrollo que Latinoamérica y el Caribe no puede darse el lujo de perder. La economía creativa, en adelante la Economía Naranja (ya verá porqué), representa una riqueza enorme basada en el talento, la propiedad intelectual, la conectividad y por supuesto, la herencia cultural de nuestra región. Al terminar este manual, Usted contará con una base informativa que le permitirá comprender y explicar qué es la Economía Naranja y porqué es tan importante. También habrá adquirido herramientas de análisis para aprovechar mejor las oportunidades que se esconden en las avenidas del conocimiento que constituyen las artes, los medios y las creaciones funcionales».

Si alguien quiere aprender sobre «economía naranja», yo le sugeriría que no lo lea. Mejor llame a un economista-humanista, como el maestro Iván Zapata, director del Teatro Popular de Medellín, quien también tiene una formación inicial en Economía, pero que, a diferencia de los autores, sí tiene una claridad estética y misional de la cultura, porque la ha vivido, ha lidiado con las realidades. Para definirlo, citaré al maestro Javier Darío Restrepo: «la realidad no llega a los escritorios».

Buitrago no es un economista-humanista, es un hombre que ve en la economía un camino para la cultura, desconociéndolo la mayoría de las veces. Lo digo por entrevistas donde afirma cosas como:

«Debemos partir de la mentalidad, necesitamos que el sector entienda que, si bien está marginado, no es pequeño. Si el sector con sus dificultades históricas aporta más al PIB que la minería, imagínense con una mentalidad más dinámica, con estas herramientas ya apropiadas. No se trata de que nos volvamos ricos, sino de que pongamos en orden las cosas, que adoptemos prácticas de gestión, para volvernos más sostenibles, que los esfuerzos que se hacen desde el sector lleguen a las personas. Si dejamos de pensar en un milagro, en el que el país se vuelva millonario y decida disponer millones para subsidiar a la cultura, no va a suceder. Esta es la manera dinámica de adquirir nuevas posibilidades. Buscar inversionistas en un sector afín o no, para ir cerrando brechas. Lo realista es ir apuntando a ir cerrando brechas y no a esperar un milagro».

Habla sin pensar. Desconoce que hace más de medio siglo, en la Colombia nuestra, seres enormes como Rodrigo Saldarriaga, Samuel Vásquez, Cristóbal Peláez, Santiago García, Patricia Ariza, por solo mencionar a los teatreros, que él llama desde su balcón de poder «esos», ya hacían economía naranja. Ni qué decir lo que pensaría Fanny Mikey sobre su petición de un milagro, cuando ella hizo una leyenda llamada Festival Iberoamericano de Teatro sin esperar ninguno.

 

El momento de Buitrago

Hace casi un año, el crítico Nicolás Morales escribió para la Revista Arcadia una columna de opinión en la que apuntaba que no era el momento para que Carmen Inés Vásquez fuera ministra de Cultura. Sin conocerla, como me lo aceptó cuando lo llamé a decirle que había sido injusto en su texto, afirmaba que ella no podía hacer una gestión impecable porque «no era del sector», en eso coincidía con la actual directora de Revista Arcadia, doña Juliana Restrepo, exjefe mía.

Ambos decían que «en el sector hay gente mejor preparada que ella». Y se equivocaban. En resumen, Vásquez logró un presupuesto histórico para el sector, que ahora ejecutará @FelipeNaranja. Esa ministra que Morales y Restrepo aseguraban que no podía, callada y sin pelear con nadie, porque es más diplomática que muchos de los que se profesan sabedores, le apostó a los territorios, a los gestores de las veredas y los corregimientos, entregó escuelas de música, de danza y bibliotecas donde todavía, en este siglo XXI, en plena «nueva era», no había nada.

Hago este preámbulo para que analicemos el momento en el que el ministro Buitrago ocupa el despacho principal del Palacio Echeverri, sede del MinCultura. Me permito citar a la maestra Patricia Ariza en un texto publicado recientemente por El Espectador, titulado «El arte y la cultura más allá de la ilusión naranja»:

«La pandemia ha dejado al desnudo un modelo de sociedad que se nos presentó como el acceso a la modernidad. A qué modernidad se refería, nos preguntamos ahora. A una modernidad que extrae las entrañas de la tierra hasta dejarla inservible porque no le deja tiempo para renovarse; a una modernidad que impuso el libre mercado como la gran solución económica y que le abrió las puertas a la privatización de las empresas estatales al mejor postor. Sus viejos y decadentes autores, llamados en su momento los “golden boys”, decían que con el neoliberalismo, las empresas iban a autorregularse y ejercer por sí mismas la responsabilidad social (¿?). Era en realidad una modernidad que despreciaba las expresiones culturales no rentables o las convertía en mercancías (…)».

Sigue la maestra Ariza:

«tememos que el Ministerio de Cultura se convierta en una especie de agencia de las industrias culturales. Ese trabajo de reducir la cultura al entretenimiento y a la economía naranja podría hacerlo muy bien el Ministerio de Industria y Comercio. Y que conste, que no tenemos nada contra el entretenimiento, pero la cultura de un país es mucho más que eso. Para eso se creó el Ministerio de Cultura, para proteger la cultura y las artes».

No está lejos de lo que quiere Buitrago. La cábala que parece vaticinar la sabedora del teatro, la mamá de La Candelaria y del Festival de Mujeres en Escena por la Paz, Patricia Ariza tiene razón, eso es lo que quiere el nuevo ministro.

Basta con mirar a quiénes ve con beneplácito y a quienes con un poquito de pereza, quizás como con asco: ama a los actores reconocidos del país, a los de la televisión, como Marlon Moreno y su Esposa, a Yesenia Valencia y Paola Turbay, a las empresas que facturan millones de pesos, pero a los del teatro los sigue llamando «esos» y dice que no lo hacen tan bien, que les falta calidad, sin conocerlos, como me respondió cuando le pregunté por la realidad de los teatreros.

En la entrevista que le dio a la Revista Papel se le cuestionaba que la gente del teatro era la que más tenía que agradecer a la política naranja: «¿Usted cree que un grupo de teatro tiene entre $80 y $250 millones para invertir en una obra?», se le preguntó.

A lo que respondió: «Si usted va a sacar una obra de teatro, cualquier obra de teatro, pensemos en una de Acción Impro allá en Medellín, que son seis actores en escena, tiene que contar con todo lo que son costos, que si usted está haciendo la parte de entrenamiento durante los meses de pre-producción, lo que hay detrás pensado para ponerse trampas entre ellos, todo lo que es una producción de una obra, son entre uno y tres meses de entrenamiento para sacar un show profesional. Póngales un mal sueldo a cada uno de los actores, uno de de $3.000.000 mensuales. Estamos hablando de $18 millones de pesos mensuales en actores, más el arrendamiento del sitio, más una escenografía que, todo bien hecho, le debería costar entre $10 y $20 millones, si la está haciendo muy básica, pensemos en lo más “chichipato”. El problema del sector es que tiende a tener trabajo regalado no valorizado. En ese costo de producción es donde entra el decreto 697. Usted arma el proyecto, se lo validamos, y si yo soy inversionista o si esta obra la voy a hacer con donación, con un patrocinador, de los $40 millones, el 37% lo asumimos nosotros. Hacer el proyecto va a beneficiar a un socio o a la empresa. Queremos que se elaboren proyectos que tengan en cuenta todos estos costos (…) Piense que si usted necesita $50 millones y arranca con $18,5 millones amortizados, puede tener facturaciones y funcionar a 90 días, una parte de la financiación puede venir de un programa de estímulos. Lo que busca hacer el 697 es generar dinámicas que formalicen más las relaciones del sector, que sinceren esos costos que están escondidos, para que los podamos ver y sean siempre tenidos en cuenta».

Ahí tienen a su nuevo ministro pintado.

Bueno, al cierre quiero abrir una reflexión sobre el papel de las mujeres en la cultura. Cuando Carmen Vásquez me contó que se iba del Ministerio de Cultura, obviamente en mi rol de asesor indagué quién creía que debía ser su sucesor, me dijo que Buitrago. Claramente me mostré en desacuerdo: «Carmen, yo creo que no, yo creo que estás equivocada, ese no es el hombre», le dije, mirándola a los ojos. Ella, por mi juventud, quizás, no creyó en las palabras que pronunciaba. Entonces, le di tres nombres, casualmente de dos mujeres y un hombre, porque creo en el poder femenino como en la cultura misma. De una de ellas me dijo: «sí, ella sería maravillosa».

Sin embargo, hoy la realidad es otra.

¿Será que este sí es el momento de la cultura en Colombia?, ahí les dejo la pregunta, creo que colectivamente debemos buscar la respuesta.

El Cacique de la Junta