Boronas Frenéticas XD. Aceleracionismo sincero XII, Gabriel Alberto Garzón en Más Allá

 

Artefacto 3

 

Garzón también ha encontrado que dialogar en internet es imposible. A los participantes de cualquier tipo de foro les resulta supremamente sencillo escupirse entre sí —pero sin amor. Por eso denota que el humor en ese entorno también ha venido cambiando y que al enojo resultante de toda interacción digital le puede acompañar una imagen absolutamente —ya lo decíamos— absurda o —ya lo decíamos— aleatoria, para minimizar o —ya lo decíamos— distraer la intensidad de la agresión. Lo pasivo-agresivo como lingua franca. En medio de ese clima social, decide convertirse en un mediador que simula semialfabetismo hacia la netiquete, interviene de manera torpe, actúa de sujeto incapaz de respetar el hard core de toda tradición porque sabe que ignorarla como mecanismo de defensa etnográfico le permitirá moverse con mayor facilidad entre ecosistemas virtuales —o estados ánimo, que aquí es lo mismo. Al no decidirse por el activismo evidente o la obstinación ideológica, evade la cancelación instantánea y/o el bloqueo inmediato y continua siendo testigo de la narración —del odio. Podría decirse que dentro de sus estrategias de navegación aplica una performatividad de la insignificancia para pasar desapercibido y aprender más de los demás. El dank-meme como estilema.

De ahí que lo que más haya encontrado Garzón en sus exploraciones sea una suerte de boronas frenéticas que se integran-desbandan alternativamente, activadas por usuarios de Internet siempre dispuestos para la lucha, siempre sin tiempo para nada pero capaces de la concentración más atenta cuando de destruir la reputación ajena se trata. Sobre esto último habremos de volver.

Por ahora baste decir que este artista no deja de insistir que las imágenes-base de sus cinco cuadros son conocidas en el diseño digital como iconos, que su tamaño de compresión obedece a que han sido producidas para suplir necesidades específicas de señalización a la vez que permiten configurar rasgos de identidad. Y que al repintarlas en cuadrantes de 1 metro por 1 metro le dejan activar/jugar con las conocidas cuatro formas de ironía postuladas por Homo Velamine: como atributo preirónico («ésa es la imagen de un botón activo en mi blog personal y ya»), comentario irónico («esa imagen de botón activo en mi blog personal es también la microfotografía de una diva reciente del pop»), chiste postirónico («qué cómico soy, la gente pensará que me identifico con esa diva reciente del pop, pero no es verdad»), digresión metairónica («de hecho, ese icono me sirve para declarar una postura crítica contra el sistema económico presente»).

Volviendo al tema de la concentración: el pintor la recupera aquí como cualidad cuasimística para reiterar que el acto de navegar para extraer carroña sabrosa en la red implica cuantiosas inversiones de tiempo. Con lo cual éste deja de ser comprendido como unidad de valor o de cambio y pasa a ser oportunidad para la reflexión inactiva. Cabe decir que Garzón pareciera recuperar la antigua versión aristotélica del ocio creativo y aplicarla a lo que más le gusta —el lío es que no obtiene dinero (aún) por ello.

Ahora bien, pensar sobre el uso de tanto tiempo viendo pantallas necesariamente habrá de integrarlo en algún tipo de comunidad. De hecho, hay una que Garzón ha identificado como la de «la escuela de la desatención y la sobreestimulación», cuyo tributo vendría a ser lo mismo que a los Gen X nos achacaban como TDAH. Y que, más o menos está integrada por todos nosotros cuando pasamos demasiado tiempo en Internet e ingresamos a un estado extendido de meditación despistada.

Que si la sumamos a la cantidad de horas que el pintor utilizó para conseguir sus cinco piezas, nos permitiría entender la particular manera en que fue construyendo un proceso de descomposición de la imagen —como en esas películas donde se ve un tomate apicharse. O, acercando su trabajo al de algunos de sus contemporáneos, por ejemplo los curadores de MSD, abre la posibilidad de entender el motto existencialista de que «buffering es todo desajuste en el uso de internet que haga pensar en el destino». Es decir, que pintar al óleo es una forma de buffering.

 

Artefacto 4

 

En esta serie impera la manualidad. Artefactos fue realizada por capas, pero para lograr todo lo contrario del aprendizaje académico: obtener efectos de calculada precariedad. Pigmentos mal aplicados, combinaciones puercas como estrategia comunicativa. Desde donde Garzón puede concebirse a sí mismo como post-productor haciendo uso deliberado de la complejidad de la tecnología pictórica para post-destruir las representaciones. Ya se explicará esta seguidilla de sufijos. Ahora mismo cabe aclarar que con ese trasegar, el autor entendió que podía integrar en su obra el tiempo como materia voluble, para emplearla a su favor de llegar a necesitarlo. Aprender a pintar mientras pinta para saber por qué pinta imágenes pixeladas acumulando pegotes. Aprender a reconocer las virtudes de empeorar una imagen. Por ejemplo, poniendo a prueba la propia miopía escalando iconos desde la pantalla de su celular y pasar de ahí al plano del cuadro —negándose al empleo del videobeam durante todo el proceso, sabiendo que también está jugando al flagelante digital. El pintor como monje concentrado, ¿recuerdan?

Que, como monje que es, no dejará de pensar en el destino de estas imágenes. Es decir, si decidimos superar rapidito el tropo de que la cultura contemporánea exige a toda representación su traducción digital o se integra en esta ecuación la idea del gasto energético, podremos inquirir ¿qué estatus adquirirían estos cuadros si salieran directamente de la galería al basurero? Garzón entiende que hay allí un estrato ontológico que permite decir que no sucedería nada. Planos pintados montados contra una pared blanca o botados en la calle frente a Más Allá son lo mismo. Más bien, pide estrenar neuronas y pensar en las implicaciones de su ubicación respecto al momento en que se las mire —el tiempo como materia creativa, ¿recuerdan? Por ejemplo, qué estrato de memoria adquirirán cuando alguien se las encuentre en una red social, las vea como parte de este escrito, le lleguen algoritmizadas en un microvideo de un día de duración, etc. Desde ese punto de vista, las entiende como parte de un aparato de divulgación, que serán recibidas, consumidas, digeridas, convertidas en mierda digital y devueltas al contexto ibíd. Que se sabe perfectamente que quedarán reducidas al olvido virtual e, igualmente, ocuparán espacio y gastarán electricidad en servidores de diferentes países. Por eso son pinturas tan caras.

Sobre la post-destrucción como corolario. Aquí las variables metafísicas empiezan a bullir. Si se decide superar rapidito el tropo iconoclasta de que para destruir una representación hay que agarrarla a golpes, Garzón seguramente estará a nuestro lado: ¿qué recordamos de internet? ¿Un meme que vimos en el pasado despertará nuestra tristeza o nuestro desprecio? ¿Le haremos un lugar en nuestra memoria? Otro de sus objetivos es desapegarse de la nostalgia fácil de ciertos grupillos de internautas y fans, para pasarse más bien al sector de la atención —otra vez— irónica. Y tras eso, seguir viendo qué imágenes va a seguir haciendo. O qué representaciones deconstruirá después. Nadie lo sabe. El tiempo en Internet es inconmensurable pero no infinito.

*La versión dialogada de este texto puede consultarse aquí.

 

Gabriel Alberto Garzón

Boronas Frenéticas (curaduría: Guillermo Vanegas)

Más Allá

27 de agosto- 30 de septiembre, 2021

Bogotá

 

Guillermo Vanegas
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