Como puertos USB

Hace tres meses se presentó en Bogotá una pequeña exposición que cruzaba formas de nostalgia post1990s y que, cargada de cinismo y ternura, mostraba los modos de análisis de una cultura amparada en la erudición del glitch.

Más que en la historia de arte, la obra del artista uruguayo Emilio Bianchic se apoya en el lecho de la cultura popular siguiendo esa línea de consumo cuasi-Estudios Visuales que caracteriza a su generación: selecciona contenidos del universo digital y los incorpora a pérdida. Como aprender un idioma escuchando canciones. Mientras se hace hay diversión, sólo que al costo de la imperfección gramatical.

Bianchic procede de un grupo poblacional del Cono Sur que desertó de (o nunca fue a) la academia universitaria y que prefiere el conocimiento e interpretación de contenidos de fácil acceso, baja calidad técnica y alta difusión. Hace fotografías y videos. Actúa y canta. Produce híbridos de videoclip y tutorial de mediana duración que terminarán por descarte en el mercado del arte o sus subrogados (museos y exposiciones) y en la red (para molestia del mercado del arte y sus subrogados). Aplica un método experimental de análisis del deseo (“podemos ser cantantes o famosos por que sí, sabemos de memoria la lógica del reality o de clickbait y la aplicamos perfectamente”, dice), sin creerse por completo la historia de la web democrática. Más bien implementa un modelo similar al de esos biólogos que descubrieron las vacunas en el siglo XIX: produce materiales que reintroducirá en internet “para usarlos en su contra [como] herramientas que no sirven o tutoriales de belleza feos o que inhabilitan.”

Para su exposición en MIAMI, presentó una obra elaborada alrededor de las uñas como prótesis responsable de la fobia más duradera de la masculinidad occidental: la inutilidad. A través de fotografías y videos escala esa situación de manera secuencial, pasando de la imposibilidad de ser útil en el desempeño de una tarea regular (demorarse cambiando un bombillo) a la inoperancia civil (perder una demanda legal). Ahora bien, antes de otorgar a las uñas el rol que adquirieron en esta exposición, Bianchic comenzó estudiando “tratamientos de belleza extremos”. Por ese camino descubrió la ictioterapia, aunque no se detuvo ahí. Es decir, produjo spots relacionados con centros dedicados a esa práctica de poner peces a comerte los callos, para terminar pensando en la disfuncionalidad. De ahí sólo bastaba un paso para pensar en los añadidos culturales que se otorgan al porte de uñas bastante largas. Por supuesto que sus uñas no son las de uso corriente ya que, como él mismo señala, lo que hace es jugar con el hecho mismo de la extensión. Más ciborg que esteticista.

Y para redondear su mirada sobre la inutilidad aplicó el clásico método del engaño visual por multiplicación. Fashion Number One Rule Number Rule Number One, es un trompe l’oeil de un trompe l’oeil de errores que empieza en su título. Para realizarla se inventó una banda musical integrada por su pie derecho y su pie izquierdo. La llamó, obvio, con un error idiomático: FEETS; y la puso a equivocarse mientras actuaba: dedos de pies ejecutando torpezas. A esto añadió el hándicap de ponerlos a sufrir un proceso de demanda por violación de derechos de autor. Con ello conformó una novela de acoso jurídico, sufrimiento, sexo casual y castigo.

Esa conclusión destaca la sutileza de su argumento. Al concentrar la historia en la extensión jurídica de una reglamentación tan enrevesada como la de los Derechos de autor, le retorna su carácter tenebroso y su dañino efecto sobre los productores culturales: si eres artista y te demandan bajo esa normativa y pierdes no podrías quedar más inutilizado. De otro lado, en nuestro continente existe una economía política específica (y surrealista) para enmarcar ese conjunto de normas. Desde que a todo el mundo le dio por los Tratados de Libre Comercio se creó una reglamentación autorial que pasa de las tinieblas del abuso tributario y la arbitrariedad de los abogados demandantes, del talante ideológico del país donde se instauren dichas demandas a las aspiraciones coloniales de quienes aleguen derechos de comercialización. Desde esta perspectiva, el drama de los pies que sufren durante el pleito es más serio de lo que parece.

Pero la cuestión no es lamentarse. Bianchic trabaja en Buenos Aires con Básica TV, un colectivo con el que indaga sobre la manera en que internet altera la vida social “IN UR FACE 24/7”. Desde esa plataforma su producción parecería no halagar la aspiración activista promedio (no (se) revictimiza, ríe; no (se) reivindica en voz alta, canta desafinada). Por eso, el artista es capaz de ver de modo cínico a las uñas artificiales como anuncio de nuevas cosas por venir, la mayoría dolorosas. Desde su investigación entiende lo que se arriesga cuando piensa en el futuro: “me encantaría que las usáramos como puertos USB, para encender el horno sin fuego, para alcanzar objetos lejanos o rascarnos entre nosotros  ”

De seguro, para nuestros manifestantes antiTLC esta opinión no sería de su agrado. Quizá por eso sus protestas nunca llegan a nada. Ni a un like ni a nada.

Emilio Bianchic, Fashion Number One Rule Number Rule Number One, MIAMI Prácticas contemporáneas, Bogotá (16-30 de marzo, 2017).

Guillermo Vanegas
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